si consiguiera llegar a escribir
el poema perfecto
-o algo lo más parecido posible a eso-
será porque lo habré de escribir de un tirón
probablemente una madrugada lluviosa
después de haber estado bebiendo y fumando por horas
-oyendo las más perronas de juan gabriel por horas-
y luego de haber echado una buena culeada con isabela o alguna otra
adicta al crak que se hubiese dejado caer por mi casa sabiendo que podría meterse
un par de dosis de esa mierda a cambio de sexo
de repente, luego de echar un trago y darle una calada al marlboro
las gloriosas frases del poema perfecto comenzarían a formarse inadvertidamente
una tras otra dentro de mi cabeza
y lo único que yo tendría que hacer para capturarlas
sería sacar la mano del chocho rasurado de mi amiga
coger el celular de la mesita de noche
activar la función grabar y dictar esos maravillosos versos al aparatejo
antes de que las nieblas etílicas hubiesen tenido tiempo de borrármelos del cerebro
"qué mierda estás buscando, villa, concéntrate en lo que estamos haciendo"
"se me acaban de ocurrir unos versos de puta madre, isa, no me distraigas
y bájale al puto juan gabriel para poder grabarlos en el celular"
"siempre tienes que salir con una de tus pendejadas, pinche villa
deja ese puto teléfono y vuelve a meterme la verga que estoy a punto de correrme"
no sé, capaz que el poema perfecto sea aquel que no haya forma de escribirlo
uno que te cae del cielo intempestivamente, como un rayo un mediodía soleado
alguna noche lluviosa y ebria a mitad de un coito con isabela
-juan gabriel cantando que no vuelve a enamorarse entre notas de mariachi-
tu mano tanteando desesperadamente en busca
del celular que dejaste en la mesita de noche
isabela gimiendo y retorciéndose bajo tus noventa kilos de peso
la forma rectangular de tu viejo huawei por fin materializada entre tus dedos
y el poema perdiéndose para siempre porque la puta batería volvió a descargarse
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