me gusta darle al trago
en tugurios de mierda, a deshoras de la noche
con furcias de la peor estofa, entre borrachines medio zombis;
jubilados con aspecto de supervivientes del armagedón
cuarentones divorciados, poetas de quinta, alimañas del submundo
y un heterogéneo repertorio de la escoria humana en su conjunto;
cinco, seis, siete pelotazos de whiski
me encajo entre pecho y espalda en cosa de 40 minutos
con una o dos idas al baño
y empiezo a ser feliz
voy a la rocola, meto unas monedas
y pongo los grandes exitos de juan gabriel, josé josé y los kaminantes
para ahogarme en alcohol mientras oigo esas bellas rolas románticas
que tan hermosos recuerdos me traen de una vida ya pasada
donde yo era joven, buen tipo, tenía mujer y me esforzaba
por estar siempre a la altura de las circunstancias
me gusta ponerme hasta el culo de alcohol
en cantinas de mala muerte de puebluchos perdidos del sur de jalisco
donde me emborracho alegremente con ex convictos, sicarios en paro, narcos de pacotilla
que me cuentan de sus correrías a las órdenes del cártel jalisco nueva generación
quemando camiones, matando gente del ejército y disolviendo en barriles con ácido
los cuerpos de los hombres del cártel de sinaloa
pinche bola de pendejos, pienso, mientras me chingo mis tragos
y escucho las tremebundas historias de sus sanguinarios lances
con lo bonita que es la puta vida y a estos tarados les vale verga
que probablemente ni siquiera lleguen a los 30
y que a la siguiente semana, al siguiente mes si acaso tienen suerte
terminarán masacrados como perros en cualquier recodo del camino
y su tumba será un agujero en medio de ninguna parte
me gusta acabar como araña fumigada
dedicándome a beber duro y macizo
en sórdidos antros de perdición, olvido y decadencia
que me salen al paso mientras recorro sin rumbo en el coche
caminos rurales, carreteras secundarias y brechas que se adentran
hacia las zonas poco transitadas de mi lindo estado
el jorullo, la presa, guajolotlán, san ubaldino mártir
la yerbabuena, cimarrón, jolutla, el zancocho
tristes caseríos borrados del mapa, donde no vive ni su puta madre
pero en los que siempre hay una jodida cantina con las puertas abiertas
para acoger a las ánimas en pena que recalen a su orilla
allí detengo el carromato, le doy un tiento al botellín de whisky
que cargo siempre en la guantera para reforzarme el ánimo;
enciendo un marlboro, me calo el stetson 6x hasta la línea de las cejas
y me encamino luego rumbo a la cantina
con la mirada brillante y ávida del peregrino que
después de haber recorrido 1000 kilómetros hasta el templo del santo de su devoción
sabe que en su interior hallará lo que su corazón necesita
para resarcirse de toda la puta mierda que tuvo que tragar hasta llegar allí
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