Vivir en Creta III
Mi madre, quien me reprocha no
escribir apenas sobre ella, es mi puente a la isla primera, Menorca,
pequeño e inclinado terrón en la laguna de sal que vio nacer cultura y
sangrante naufragio de mitos y leyendas. Guijarro flotante donde nace
también mi infancia y sus primeros recuerdos, único espacio de
constancia y recurrencia en mi biografía. Desde entonces, todo en mi
vida es isla. Yo misma soy isla y solo entiendo el mundo como isla, y
ariscos rompeolas a los que se acude por natural inercia de observar lo
inabarcable, abrupto confín del yo. Creta, Creta, Creta… vaya símbolo de
obsesión me hemos creado, Batania. En cuanto abandono tu isla se me
viene la claustrofobia de que hablaron mis abuelos, el terror con que
miraron la península, mostrenco seco de amplitud y vacío. Y de pronto
las carreteras comarcales me producen un sabor a destierro en la lengua.
Creta, isla definitiva y laberinto.
Abandonad libertadores el cordón dorado con que buscáis redimir este
acierto en que me pierdo. Yo me quedo en Creta esperando que la vida me
anegue con su furia de espuma o mansedumbre de gaviota. Todo en mi vida
es isla, sobre todo yo, pero más él, y en donde habito.
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Resaca 1.0
Cuando estoy con el pedo solo duermo
cinco horas, pero al menos cinco horas, lo tengo cronometrado. Sé que es
el tiempo que tarda en bajarme la melopea en sueños. Mi abuela le dice
melopea a la borrachera. Es raro estar borracha delante de tu abuela, a
mí me ha pasado. Me perseguía por la casa ofreciéndome aspirinas. Al
final del verano andaba con miedo; en mañanas como hoy pienso que ese
miedo hallaba sus buenas razones.
La culpa es de Carlos Salem que me pone
el bourbon en la mano y dios sabe que no está bien tentar a una mujer
borracha, las mujeres y nuestra predisposición a las adicciones y «yo
las tengo todas». Y aquí por fin hemos tocado, manque tangencialmente,
uno de los temas capitales del autor: el padre. Bién pór Freud. Y que
conste que lo digo enfáticamente, que es la única forma en que entiendo
se deben decir las cosas. Mi padre es un señor grande y con bigote de
morsa, y hasta aquí puedo leer.
¿Sabes? Donde menos vergüenza tengo es
dentro del coche, cuando estoy sola. Si me vieras conduciendo a gritos,
cantando en el vértigo de 130 ratones por minuto y son las dos de la
mañana y qué hora le dará al reloj la gana de marcar en Buenos Aires.
Extraño todo lo que no es Madrid, extraño
la isla y también Menorca. Tengo un miedo atroz a los calendarios, pero
sobre todo tengo miedo de mí misma y a veces hay uno de los dos ojos
que en el espejo me devuelve una mirada de odio y risa, y creo que me
estrangularé mientras duermo… y por eso duermo mal y poco. Y miedo a un
día despertarme y que el pánico victorioso me impida cruzar el quicio de
la puerta.
¿Dónde estás ahora, anima vagula blandula? Pequeña alma, blanda, errante / Huésped y amiga del cuerpo / ¿Dónde morarás ahora / Pálida, rígida, desnuda / Incapaz de jugar como antes…? ¿Dónde?
¿Dónde? ¡¿Dónde?! Te extraño como se echa en falta un defecto congénito
tras del quirófano. Quiero llevar tus poemas como florecita azul,
escarapela en mi sotana y, como los niños, sin saber bien cómo cogerla
sin malograrla, plantármela bajo las narices sucias, pasear mis manos
pringosas por los versos hasta hacerlos trizas y entonces querré otros
poemas nuevos y hasta en ellos iré dejando lamparones rojos de ternura.
Lo que no quiero es crecer, niña tonta y perdida en un desierto de arena
para relojes. Todo este último párrafo es un cántico a la
indeterminación y además te quiero.
En fin, per-dó-na-mé, creo que sigo un poco iluminada.
gah
Pd: Ayer vi un poeta, son unos bichos desagradabilísisisisimos…
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