domingo, 12 de mayo de 2013

UNO NORTE


03:45 AM

Mi padre tuvo su primer accidente cerebro vascular el 2 de abril del año 2005. Recuerdo que el Papa Juan Pablo II moría el mismo día y a la misma hora en que mi viejo se debatía entre la vida y la muerte en una clínica de la ciudad de Santiago. También recuerdo que yo, enloquecido, entraba cada tres minutos a un baño que había en el pasillo a beber agua. Bebí kilómetros de agua. Bebí océanos de cloro. En algún minuto me di cuenta que quería estar muerto. Pero no quise nombrar la palabra muerte.

Pasaron los años y mi padre volvía a tener trombosis. La del año 2005 lo dejó con un bastón y lento de movimientos. La siguiente lo dejó con su lado derecho casi muerto. Pero aún podía caminar. La última lo dejó en silla de ruedas. Y la vida le pesó lo que pesa el pecado en manos de un esquizofrénico que se sana de repente y le cuentan lo del aquel incendio...

A esta fecha la situación es la siguiente: mi viejo ha perdido la memoria, no puede concentrarse en una idea, está casi ciego y más que casi sordo. Se dispersa. Le cuentas una historia y no la entiende, pero te dice que está de acuerdo en el planteamiento. Te llama a las cuatro de la madrugada a tu teléfono, contestas con el corazón en la boca pero no te dice nada.

Ve cosas...

Pero mi viejo nunca se ha quejado de nada. Yo en su lugar hace rato me habría pegado un balazo. Pero el viejo lo soporta. Es italiano, y los tanos se la traen dura.

Bueno, el punto es otro.
Mi madre, su fiel compañera de tantos años, hace tres días fue sometida a una cirugía bastante delicada, y en estos tres días que ha estado hospitalizada (más los cuatro que va a estar en casa de mi hermana) soy yo el que me he quedado en la casa de ellos cuidando a mi padre, día y noche, durmiendo a ratos, haciendo de todo, preparando comida, lavando, alimentando a los 683 perros que tienen, yendo a comprar al supermercado, echado por las noches frente a la chimenea en un sillón con más de una pulga y escuchando a través del teléfono al gran Thom Yorke. Las noches son como una pelusa que nunca se la lleva el viento.

Ellos viven en el campo, y en el campo las horas pasan demasiado lentas.

Anoche tuve la precaución de comprar 12 latas de cerveza, pues antenoche me maldije por no haberlo hecho. Puse el ordenador en una mesita de vidrio, encendí la chimenea con unas tablas que encontré en el patio, compré un queso asqueroso y me puse a escribir un poema dedicado a ella, la musa, la única musa, la que inventó este blog y que ahora vuela en el cielo abstracto de una lejanía con gusto a menta.

El reloj marcaba las 03:45 de la madrugada, me había bebido muchas latas de cerveza, estaba, digamos, en ese punto en que crees que tu polla resiste el embate violento de trece putas en celo, pero te tocas y te das cuenta que apenas te la puedes con una revista porno. Y de las Play Boy antiguas. Bueno, era esa hora de la madrugada y siento que mi padre grita Sarcoooo!!!!!..... Imagínate el grito, yo escuchaba The Clock a todo volumen e igual pude escuchar ese atroz llamado.

Estaba muy mareado, me saqué los auriculares y corrí a su habitación. Encendí la luz y le vi una cara de espanto que me heló la sangre.. Me dijo Sarco, hay una mujer que anda por la casa. He visto a una mujer que anda por la casa. La he visto, y está acá. Y me la describió.

Me quedé mudo....

Le dije viejo, estabas soñando, aquí no hay nadie, sólo estoy yo y me voy a quedar despierto toda la noche en el living, tú tranquilo, no pasa nada, seguramente has tenido un sueño, duerme viejito, duerme... Y le apagué la luz y volví a la chimenea.

Me desesperé. Temblé. No entendía nada. Quise llorar.

También te había visto, mi amor...

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