metido en tugurios y cantinas
creyendo que en alguna de aquellas interminables noches
empinando el codo en compañía de disolutas damiselas
encontraría por fin alguna pista
que me permitiera entender el misterio de la vida
fueron incontables los amaneceres
que me hallaron ebrio regresando a casa
trastabillando y tarareando todavía las notas
de aquella última canción en la rocola
y en los dedos de las manos una mezcla de perfume rancio
a cerveza, nicotina, efluvios vaginales
y black opium del que venden en el todo a cien
la poesía de ver salir el sol desde cualquier esquina
me llegaba de pronto a infundir la inexplicable
y épica impresión de que bastaba con estar ahí
desvelado, borracho y hecho polvo
para sentir que a la vida le exprimía
hasta la última gota de su esencia más valiosa
el insustancial y esquivo elixir de su fundamento;
y que merced a la experiencia de atisbar siquiera brevemente
ese misterio profundo más allá de su esplendor
yo me convertía así en alguien diferente
el águila solitaria que planeaba por encima
de la vil mediocridad de los demás
una especie de semidiós entre un montón de subnormales
dignos de compasión por la profunda imbecilidad que padecían
en ciertos momentos, sin embargo
ya rebajada la euforia etílica y el estupor emocional
no podía sino darme de bruces con la idea
de que no era yo, a fin de cuentas
màs que un jodido borracho de mierda como muchos otros
que malgastan sus mejores años
empinando el codo con lascivas damiselas
adictas a la noche y la fornicación
hace mucho que mi edad dorada terminó
llevo años sin pisar nigún tugurio
mis amigos de entonces han muerto, las fulanas también
-alguna momia seguirá vegetando en algún rincón perdido-
entretanto envejecí, me amargué, se me oxidaron
los resortes
ultimamente me paso sentado o acostado
la mayor parte de los días
y si salgo a la calle es sólo porque necesito comida o cobrar la pensión
o porque me hace falta algún medicamento o por ver al puto doctor
para que me dé alguna mierda que alivie
el más reciente padecimiento que haya empezado a agobiarme
ahora me causa incluso verguenza
repasar aquellos patéticos años de perdición
donde me empujaba el convencimiento de que, mientras más alcohol me metiera en el cuerpo
más cerca estaría de desentrañar el secreto profundo de la vida
o alguna pendejada de ese estilo
¿el secreto profundo de la vida?
¿qué clase de tarado hay que ser
para pretender que eso pueda ser dilucidado
en el fondo de una botella, en el relámpago de un
orgasmo ardiente o en el primer contacto
que ocurre entre uno y la mujer desconocida
con la que ya anticipamos la próxima copulación ?
tiré por la borda décadas enteras
persiguiendo una quimera que nunca existió
sino en mi cabeza, un espejismo de cantina
un delirio de borracho, la excusa que le permitía
al trasnochado imbécil que yo era
vociferar aquellas fanfarronadas del águila solitaria
el semidiós invencible que se abría camino
sorteando impunemente los embates del destino
como moisés separando las aguas del mar rojo o el puto john wick
cargándose a un ejército completo de pistoleros
y sin embargo, a decir verdad
no me arrepiento del todo
porque en esas noches perdidas, en ese vértigo sin sentido
había algo vivo, algo que ardía, aunque fuera una puta mentira
había poesía en aquellos cuartos de hotel de paso
donde yo pugnaba frenéticamente por intentar, a punta de metidas de verga
partir en dos el culo de una mujerzuela alcoholizada
-poesía sucia y enferma, pero al fin poesía-
había poesía en compartir un cigarrillo en la desolación poscoital del apareamiento
había poesía cuando me arrastraba de regreso a casa
por las calles vacías del puerto en la madrugada
y el amanecer empezaba a insinuarse detrás de las colinas
había poesía en la idea de que un misterio, una magia
como una especie de resplandor inextinguible
subsistía en alguna capa profunda de la vida que vivía
hoy, en cambio, no hay poesía en nada
no hay poesía en la vejez, el cansancio, la sensación de fracaso
no hay poesía en las pastillas, el té de manzanilla, el puto brócoli
en realidad lo que me tiene hundido es la insipidez de mi vida
y si un semidiós invencible apareciera un día y me diera a elegir
entre poder regresar a vivir algunas horas
de cualquier día de aquellas décadas enloquecidas
o conocer por fin el secreto profundo de la vida
no tendría ningún problema en escoger la opción correcta
y volvería cagando leches sin pensarlo
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