domingo, 7 de julio de 2019

yo cago, tú cagas


volví a detenerme a cagar
aquel hermoso atardecer de junio
en el mismo lugar a un lado de la carretera
-normalmente la tomaba para ir a visitar a mi abuela,
pero después de morirse la vieja seguía yendo
por cuestiones del rancho que me había dejado en herencia-

el mismo punto por donde en muchas anteriores ocasiones
al llevarme algún asunto a esa parte del sur de jalisco
y tener que agarrar por fuerza aquel camino poco transitado
había cruzado a medida que me adentraba en sus tierras
-en su mayor parte desoladas planicies semionduladas cubiertas de rala vegetación
donde el viento nunca dejaba de soplar
y rodeadas en todas direcciones hacia el horizonte
por un perímetro formado por cerros y lomas de irregular configuración
y entre cuyos accidentados y traicioneros recovecos
era fácil imaginarse un lugar parecido a la comala de rulfo
-en realidad, había un pueblucho llamado comala 50 kilómetros más al sur-
donde las almas en pena se desvelaban cada noche
hablando entre ellas de las jodidas vidas que habían llevado
y lo mucho que se estaba tardando ya la puta muerte
en venir a llevárselas-

puede que en este mismo lugar
-pensé mientras encendia un cigarrillo
bajándome los pantalones y disponiéndome a cagar-
haya cagado rulfo alguna vez
y haya cagado el hijoputa de pedro páramo en medio de sus puterías
e incluso pancho villa de camino a reunirse con zapata en xochimilco
pudo muy bien detenerse justo donde estoy yo ahora
-tal vez haciendo equilibrio agarrado a esta misma piedra-
y arrojado un buen montón de cagada antes de seguir adelante

y la historia no dice nada al respecto
-seguí pensando y fumando y cagando-
pero cuántas de las tribus que poblaron méxico
a lo largo de los siglos precedentes a la conquista española
habrán pasado por esta misma extensa y desolada planicie
y acampado aquí tal vez durante días o semanas
recuperando fuerzas antes de reanudar su peregrinaje rumbo al centro del país
y dejando al irse desde luego todo el maldito lugar
perdido de mierda y huesos de animales muertos y
unos cuantos cientos de cadáveres de hombres y mujeres sacrificados en honor de
sus putos diosecillos sanguinarios de mierda

y ahora por lo tanto yo bien podría estar cagando tranquilamente
mientras doy cuenta de este marlboro
-no dejaba de pensar, agarrado a una piedra para no perder el equilibrio-
exactamente donde estaba el altar de su puto dios supremo
la divinidad cósmica por cuyos favores
los aztecas y los olmecas y los totonacas
les rajaban el pecho para extraer el corazón
a legiones enteras de hombres y mujeres que seguramente
ni siquiera tuvieron tiempo de coger antes de morir porque se suponía
que debían ser puros de mente y alma para que su muerte
tuviera la virtud de conmover el corazón de huitzilopoztli

-para lo que le sirvió a los putos indígenas
tanta pinche matazón y ofrendas y rituales pedorros
terminando como terminaron a final de cuentas
siendo masacrados como cucarachas con el advenimiento de los españoles-

después de limpiarme el culo
y terminar de chingarme el marlboro
volví la vista hacia el crepúsculo más allá de las montañas
y pude vislumbrar entonces, inspirado por la visión ultraterrena del paisaje

a un futuro viajero alienígena de un tiempo todavía distante
-la vida en la tierra ya para entonces extinguida
y todo el planeta convertido en un puto montón de escombros-
deteniéndose a cagar exactamente en ese mismo lugar
-y agarrándose a la gran piedra del sacrificio azteca para no perder el equilibrio-

un futuro viajero alienígena conocedor de todas las historias del universo
lector de toda la poesía del cosmos, que se detenía a cagar en ese mismo punto

y pensaba mientras cagaba: aquí cagó hace mil quinientos setenta y cuatro años
un atardecer de junio de 2019
y lo dejó escrito en uno de sus maravillosos poemas

el más grande poeta que alguna vez habitó en esta puta galaxia



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