jueves 8 de marzo de 2012
la injusta milicia de los ajenos besos
la injusta milicia de los ajenos besos
qué pena,
qué pena que hayas escapado de los riñones
para atesorarte en el vaivén de las mejillas
excretadas a golpe de sable
sobre la que menos puede,
sobre la que menos vende
pena,
qué pena que tu boca no durmiera
entre salvas de cañones cuando así
la lentitud del paisaje muerto
corriendo a hurtadillas te salvaba
milagrosamente de no caer a palacio,
te enlodaba en la vía terrena
de los amores habitables,
las escaramuzas de las otras bocas
cuando mal dicen lo que buena
tu boca gemela de playa
besó de tus sienes
la tu blanca y valiente audacia
que ninguna letra negra enmudecía.
y las palabras se desvanecen
en la esfera del grillo que yo miro cómo canta
a lomos de la esdrújula que lo descabalgará
de su trono de yerba, almizcle y rocío.
Navegábamos hacia puerto sin bandera
y tú te quedaste en la nieve
de unas vetas de verano que se congela
enfogado sin melenas de leones,
con calvas de plástico (ni siquiera las llanuras resecas del Serengueti)
—han corrompido mi tierra— y vestidos de esqueletos
vesánicos listos para enlutar
nuestra única selva sana,
nuestro único bosque habitable,
nuestra única marisma,
que pena, qué pena, qué pena
que sólo ciego a vida
la poseas en la gota de la lluvia
blanca que no ha llegado,
qué pena de tordo liberto
hoy o aquí, ayer o allá,
sin nombre tuyo o mío.
Sofía Serra (Suroeste)
qué pena,
qué pena que hayas escapado de los riñones
para atesorarte en el vaivén de las mejillas
excretadas a golpe de sable
sobre la que menos puede,
sobre la que menos vende
pena,
qué pena que tu boca no durmiera
entre salvas de cañones cuando así
la lentitud del paisaje muerto
corriendo a hurtadillas te salvaba
milagrosamente de no caer a palacio,
te enlodaba en la vía terrena
de los amores habitables,
las escaramuzas de las otras bocas
cuando mal dicen lo que buena
tu boca gemela de playa
besó de tus sienes
la tu blanca y valiente audacia
que ninguna letra negra enmudecía.
y las palabras se desvanecen
en la esfera del grillo que yo miro cómo canta
a lomos de la esdrújula que lo descabalgará
de su trono de yerba, almizcle y rocío.
Navegábamos hacia puerto sin bandera
y tú te quedaste en la nieve
de unas vetas de verano que se congela
enfogado sin melenas de leones,
con calvas de plástico (ni siquiera las llanuras resecas del Serengueti)
—han corrompido mi tierra— y vestidos de esqueletos
vesánicos listos para enlutar
nuestra única selva sana,
nuestro único bosque habitable,
nuestra única marisma,
que pena, qué pena, qué pena
que sólo ciego a vida
la poseas en la gota de la lluvia
blanca que no ha llegado,
qué pena de tordo liberto
hoy o aquí, ayer o allá,
sin nombre tuyo o mío.
Sofía Serra (Suroeste)
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