Un tal Celerino
Querido, queridérrimo amigo:
Tengo ganas de escribir pero no tengo
muchas fuerzas para la ficción, así que partamos de un puerto sincero y
pongamos en desnuda evidencia que este email es ante todo un pretexto
para calmar la ansiedad de hoja en blanco. También que te prometí
escribir largo y, como ya he dicho de mil formas más o menos
traslaticias, me gusta infinito tender estos puentes entre nosotros,
pensar que no soy ahora quien escribe sino posarme como una polilla en
la montura de tus gafas, justo en este momento en el que vos andás
terminando de leer esta frase (pero ya no usás anteojos, hace años que
me pediste permiso para operarte la vista, qué pena). Si me encuentras
demasiado retórica, no lo achaques a la frivolidad que aventaja el
ornamento en la jerarquía de valores para este género discursivo en
concreto, trataré de derramar cada gota de nervio y latido que mi carta y
vos merezcan, pero entiende que disfruto de pensar que si escribo así,
de esta manera casi anacrónica, casi desde dentro de un libro, vas a
entenderme mejor, voy a gustarte tanto como te gusta Yourcenar y vas a
volverte a decir «Cuánto futuro, talento y tierna pantomima tiene esta
chica a quien descubrí».
¿Cómo andás?¿Cómo? Supongo que seguís tan
triste. Disculpame que te diga pero triste sos un tipo que pierde
bastante el encanto (no te enojes, tomalo como un comentario de carácter
puramente estético). Recuerdo vagamente haber hablado sobre que ambos
éramos unos histéricos. Tengo guardado en alguna parte el recorte de una
tira cómica de La Nación que habla sobre eso. Andá a saber
dentro de qué libro: árbol frutal y cofre del tesoro. La histeria no es
un egoísmo, ni un exceso de vanidad, es simplemente el miedo a tomar
decisiones. Vos de eso andás sobrado y yo las voy tomando a lo cabestro,
corneando síes donde el terror se hace bravura. Capaz ha llegado la
hora del cambio… o quizás no. No, seguro que no.
Supongo que ahora mismo me odias porque
no te he dicho sino barrabasadas, me pierdo en mi propio discurso, pero
ya sabés, lo importante está en los alrededores. A ver si eres capaz de
sacar algo claro y contundente de estas líneas. Si lo haces será un
milagro de la hermenéutica, esto es, una gran mentira. Ya sabes,
literatura, ingente farsa con que evitamos el suicidio y la mediocridad.
Va, voy a intentar de una vez por todas decir algo. Todo lo que se me ocurre es repetirme, acordate de lo de Rimbaud: hay que ser absolutamente valiente. Tenir le pas gagné… Mantén el paso, siempre adelante, contra el muro una y otra y otra vez. Hume
nos avisaba de que no podemos saber en qué momento ese mostrenco de
hormigón se convertirá en masa gelatinosa perfectamente atravesable… keep trying. Hay que ser modernos, mata al padre, esto es, mátate a ti mismo: anquilosado perfil del tú (del yo, se entiende) más brillante y aun por venir.
Escribe, sé un escritor… seamos todos
escritores pésimos, ora apasionados, ora flemáticos (hermoso palabro que
aprendí hace poco de mi vieja ¡De mi vieja! ¿Te podés creer?), y
llenemos el océano con nuestras miserias, luego hagamos un puente de
celulosa endurecida y juntémonos en el centro con una caja de fósforos.
Será una hermosa inmolación, con la mar salada rodeando nuestra obra,
tumba y verdugo. Seremos faro de una vez por todas. Y si somos
infelices, seamos la más triste sombra en la tierra. Y si somos alegres,
que moleste nuestra risa a los gorriones. He dicho.
En fin. Aquí me quedo. Un fuerte abrazo a tu psicólogo, bésalo en la frente de mi parte, pobre animalito.
Te adoro, mi chifladísimo Mad Hatter.
Galleta
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