domingo, 18 de marzo de 2012

Jean Tarrou. Escritora y poeta, amiga de Batania.

Un tal Celerino

Querido, queridérrimo amigo:
Tengo ganas de escribir pero no tengo muchas fuerzas para la ficción, así que partamos de un puerto sincero y pongamos en desnuda evidencia que este email es ante todo un pretexto para calmar la ansiedad de hoja en blanco. También que te prometí escribir largo y, como ya he dicho de mil formas más o menos traslaticias, me gusta infinito tender estos puentes entre nosotros, pensar que no soy ahora quien escribe sino posarme como una polilla en la montura de tus gafas, justo en este momento en el que vos andás terminando de leer esta frase (pero ya no usás anteojos, hace años que me pediste permiso para operarte la vista, qué pena). Si me encuentras demasiado retórica, no lo achaques a la frivolidad que aventaja el ornamento en la jerarquía de valores para este género discursivo en concreto, trataré de derramar cada gota de nervio y latido que mi carta y vos merezcan, pero entiende que disfruto de pensar que si escribo así, de esta manera casi anacrónica, casi desde dentro de un libro, vas a entenderme mejor, voy a gustarte tanto como te gusta Yourcenar y vas a volverte a decir «Cuánto futuro, talento y tierna pantomima tiene esta chica a quien descubrí».
¿Cómo andás?¿Cómo? Supongo que seguís tan triste. Disculpame que te diga pero triste sos un tipo que pierde bastante el encanto (no te enojes, tomalo como un comentario de carácter puramente estético). Recuerdo vagamente haber hablado sobre que ambos éramos unos histéricos. Tengo guardado en alguna parte el recorte de una tira cómica de La Nación que habla sobre eso. Andá a saber dentro de qué libro: árbol frutal y cofre del tesoro. La histeria no es un egoísmo, ni un exceso de vanidad, es simplemente el miedo a tomar decisiones. Vos de eso andás sobrado y yo las voy tomando a lo cabestro, corneando síes donde el terror se hace bravura. Capaz ha llegado la hora del cambio… o quizás no. No, seguro que no.
Supongo que ahora mismo me odias porque no te he dicho sino barrabasadas, me pierdo en mi propio discurso, pero ya sabés, lo importante está en los alrededores. A ver si eres capaz de sacar algo claro y contundente de estas líneas. Si lo haces será un milagro de la hermenéutica, esto es, una gran mentira. Ya sabes, literatura, ingente farsa con que evitamos el suicidio y la mediocridad.
Va, voy a intentar de una vez por todas decir algo. Todo lo que se me ocurre es repetirme, acordate de lo de Rimbaud: hay que ser absolutamente valiente. Tenir le pas gagné… Mantén el paso, siempre adelante, contra el muro una y otra y otra vez. Hume nos avisaba de que no podemos saber en qué momento ese mostrenco de hormigón se convertirá en masa gelatinosa perfectamente atravesable… keep trying. Hay que ser modernos, mata al padre, esto es, mátate a ti mismo: anquilosado perfil del (del yo, se entiende) más brillante y aun por venir.
Escribe, sé un escritor… seamos todos escritores pésimos, ora apasionados, ora flemáticos (hermoso palabro que aprendí hace poco de mi vieja ¡De mi vieja! ¿Te podés creer?), y llenemos el océano con nuestras miserias, luego hagamos un puente de celulosa endurecida y juntémonos en el centro con una caja de fósforos. Será una hermosa inmolación, con la mar salada rodeando nuestra obra, tumba y verdugo. Seremos faro de una vez por todas. Y si somos infelices, seamos la más triste sombra en la tierra. Y si somos alegres, que moleste nuestra risa a los gorriones. He dicho.
En fin. Aquí me quedo. Un fuerte abrazo a tu psicólogo, bésalo en la frente de mi parte, pobre animalito.
Te adoro, mi chifladísimo Mad Hatter.
Galleta
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