Didáctica de la alegría – Leopoldo Marechal

3
Desertarás primero la Tristeza,
con su país de soles indecisos
y de rumiantes vacas.
La Tristeza es el juego más tramposo del diablo:
tiene las presunciones de una Musa frutal,
y sólo es un pañuelo con que se suena el alma
su nariz en resfrío.
Elbiamor, ¿qué dirías de una lámpara hermosa,
pero sin luz adentro?
Tal es, yo te lo juro, la Tristeza:
es igual a esos platos de vitrina
que nunca recibieron y no recibirán
ni una manzana verde ni un cuchillo.

4
Si la Tristeza es ya tu inquilina morosa,
échala de tu casa, pero sin altivez.
Le dirás que se lleve su catre y su baúl,
que se ponga su gorro de astracán o de lluvia
y que se valla, en fin, a pisar hojas muertas
o a tocar los llorosos violones del hastío.

5
Una vez expulsada la Tristeza,
cuídate de los Tristes:
ellos no ven la luz, como sea
por el solo agujero de sus flautas.
Yo propongo a los númenes que inventan
la salud y el decoro de la ciudad humana
la construcción de un Barrio de los Tristes
en el suburbio menos frecuentado.
Allá se juntarían, y por fuerza de ley,
todos los hombres de color invierno:
los mártires del hígado y la pena,
los convictos de angustia, los no circuncidados
en el ritual del júbilo,
todos los confesores de zozobras,
todos los virgos de la hilaridad.
Ostentarían como distintivos
una rama de sauce pluvial en el sombrero,
en el brazo una liga de la Parca
y en el ojal un búho de latón esmaltado.
Sólo comerciarían en los ramos que siguen:
el pan de la congoja y el vinagre del tedio;
los barnizados muebles de la desolación,
los trajes en buen uso del espanto,
los ataúdes hechos a medida
para las ilusiones que fallecen,
los elásticos perros del insomnio,
las mulas flacas de la soledad
y otros artículos afines
con la tiroides y el Parnaso.

6
Elbiamor, la delicia que te pinté recién
es apenas un sueño municipal del alma.
Por lo cual te adelanto los consejos que siguen
y has de observar escrupulosamente.
Si yendo por la calle te enfrentas con un Triste,
busca tu salvación en la otra vereda;
y en premio, la Cordura te adornará la sien
con una fresca rama de cedrón o de mirto.
Si tu encuentro fatal con un Triste sucede
ya en el tranvía ya en el autobús,
descenderás al punto del vehículo innoble
y aguardarás el otro con naturalidad;
entonces la Prudencia
te llenará las manos de alelíes y los bolsillos de castañas.
Si, por desdicha, un Triste visitara tu hogar,
espera dignamente a que se marche;
y luego, con urgencia, lavarás el asiento
donde ubicó sus nalgas tormentosas,
y romperás el vaso en que ha bebido,
y quemarás en tu salón de seda
nueve granos de incienso con tres de cinamomo.
Buscarás en seguida la casa de un Alegre;
pues en verdad te digo
que vale más la rota pantufla de un Alegre
que la sandalia nueva de los Tristes.
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