lunes, 17 de junio de 2019

nunca sabes a dónde te conducen tus pasos


10 años antes de conocerte
-una neurótica desquiciada con cara de niña inocente-
de saber siquiera que existías
de imaginar que un día, ya cuarentón
-instalado en esa amargura cínica de los poetas fracasados-
una muchacha de 16 años aparecería de la nada
y entraría en mi vida para acabar de hundirme,
a cambio de unas cuantas migajas de amor que me daría,
quitarme luego todos mis ahorros junto con el coche
la casa y los hijos que tendría con ella
y al final dejarme en la puta calle
-amén de castrado emocionalmente y condenado ya por siempre
a huir de las mujeres apenas ellas mostraran
el menor indicio de querer ir más allá
de meternos un buen revolcón y aquí no ha pasado nada-

10 años antes de que tu camino y el mío
se terminaran cruzando

una tarde en que volvía manejando
de san blas a sayulita
detuve el coche a la orilla
del pequeño caserío pegado a la carretera
donde transcurrió tu infancia

para echar una meada

había una pequeña tienda un poco más adelante
y una ramada donde vendían cocos y mangos y racimos de plátanos
y más allá había una calle de tierra con algunas casas
de las cuales la segunda a partir de la carretera
-como me fui a enterar 10 años más tarde-
era la casa donde tú vivías entonces
con tu madre y un tipo que no era tu padre
al que le decías "don mario" y que tenía la costumbre
cada vez que tu madre se iba a sembrar al campo
de emborracharse y sentarte encima de sus piernas
para hacerte caballito mientras te decía al oído
"no le cuentes a tu madre lo que hacemos
porque si lo llega a saber te zorraja unos buenos chanclazos"

antes de reanudar el viaje
compré en la tienda un paquete de latas de cerveza helada
y al salir fui a sentarme en un tocón de piedra
bajo la sombra de un solitario arrayán
plantado a medio camino entre la carretera y
aquella callejuela terregosa sembrada de pedruscos y brotes de hierbajos
que ya se hundía en las sombras al caer la tarde

¿habrás sido tú, quizás
 aquella niña que jugaba a ser mamá
a pocos metros del arrayán, sentada sobre el mismo suelo,
con un par de sucias muñecas de plástico envueltas en trapos;
y que mientras yo estuve allí, casi al alcance de tu mano
empinándome tranquilamente una lata de cerveza tras otra
la única señal que diste de haberme visto
-tan abstraída como te hallabas en la fabulación de tu maternidad-
fueron un par de ligeros parpadeos de tus ojos negros
al dirigir la vista por un segundo hacia donde yo estaba
antes de volver a encerrarte en tu inexpugnable mundo interior?

¿te habré quizás dicho alguna palabra
o preguntado tu nombre
o imaginado la clase de vida triste y desolada que te esperaría
en ese jodido lugar perdido en medio de ninguna parte?

¿habré captado ya en ese instante tu aura
y guardado su huella sin saberlo en mi inconsciente
quedando a partir de entonces despojado de toda inmunidad
al virus mortal que tus dardos con el tiempo me transmitirían?

"una tarde, cuando yo tenía 6 o 7 años
-me contaste ya en la última época que estuvimos juntos-
el asqueroso vejestorio alcohólico hijo de puta que se cogía a mi madre en aquel entonces
agarró mis muñecas y les arrancó los brazos y las piernas
y luego me arrastro de las trenzas hasta la cama
y allí me hizo que le hiciera lo que mi madre le hacía
cuando ella volvía del campo al atardecer:

por eso me caga cuando te emborrachas, cabrón
por eso me recontracaga verte la puta cara de carcamal que tienes, pendejo
¡por eso me hubiera gustado matarte cada vez que me pedías
que te chupara tu jodida verga, hijo de la chingada!"


10 años antes de conocerte, por pararme a mear
a un lado de la carretera cuando manejaba borracho de san blas a sayulita

me adentré sin saberlo en un laberinto infernal del que todavía no vislumbro la salida



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