viernes, 26 de mayo de 2017

yo también combatí en afganistán


la última guerra en afganistán me la pasé de puta madre
estuve acuartelado con otros 20 soldados del us army
en una hermosa residencia de 50 habitaciones con calefacción y wi fi
mandada construir a imagen y semejanza del castillo de harún al raschid
por uno de los 99 hijos bastardos de osama bin laden
que amablemente cedió su uso para el hospedaje de las tropas americanas
y encima obsequió a cada soldado con un carnet de socio
de la sala de cine habilitada dentro de la mezquita del siglo 4 antes de cristo
que se levantaba al otro lado de la calle y donde cada fin de semana
ponían de estreno la última superproducción cinematográfica made in hollywood;
mis compañeros y yo nos reuníamos con los terroristas
cada día al atardecer en un café del barrio
para jugar a las cartas, ajedrez y backgammon;
nosotros llevábamos latas de budweiser y ellos opio y cannabis
y así bebíamos y nos drogábamos mientras apostábamos de a dolar
hasta que al filo de la madrugada terminábamos poniéndonos sentimentales
y rematando la velada abrazados y cantando canciones de elvis
como viejos compinches que se conocieran desde niños;
algunas veces ellos venían de visita al palacio de alí babá
acompañados por sus novias y sus hermanas y una que otra amiga
y nos dejaban meterles mano e incluso la verga a sus mujeres
para aliviarnos de las urgencias sexuales propias de la vida de cuartel;
en retribución por su generosa actitud, desde luego
nosotros les permitíamos echar un vistazo
al contenido de los informes de inteligencia militar
que minuto a minuto recibíamos por medio de satélite
desde las mismas entrañas del pentágono para ponernos al tanto
de los últimos movimientos estratégicos de avance y repliegue de tropas
en la zona de conflicto y otros focos rojos de la región;
la jodida guerra de todos modos nunca se iba a terminar
así que por un puto tanque o un f-14 que américa perdiera de vez en cuando
el desarrollo de los acontecimientos tampoco iba a sufrir grandes cambios;
el que mejor me caía de entre aquella bola de barbudos
era mustafá "tres dedos" jomeini
un cuarentón medio calvo de ojos saltones
especializado en volar mercados atestados de gente inocente
haciendo infiltrar entre la multitud, preferiblemente en domingo a mediodía
toyotas utilitarios de modelo antiguo cargados con explosivos
que luego de abandonar detonaba a distancia con el celular;
cuando no tenía entre manos la planificación de una masacre
mustafá solía pasar a recogerme frente al cuartel en su impala del 68 tuneado
para irnos al karaoke de travestis del distrito rojo de las colinas de kabul
donde él y yo nos disfrazábamos de las hermanas kardashian
y meneábamos el culo y hacíamos como que cantábamos
el himno nacional americano en el medio tiempo del super bowl
para beneficio de los putos maricones reunidos en aquel desastrado tugurio de talibanes;
abandoné afganistán a finales del 2005
poco antes del ataque masivo con misiles que redujo la mitad de kabul a escombros
-incluyendo el palacete de bin laden, el cine y aquel entrañable café oriental-
y desde entonces mustafá y yo perdimos el contacto,
pero cada vez que veo en las noticias los cuerpos ensangrentados y despedazados
de un número no especificado de gente asesinada por el estallido de un coche bomba
me acuerdo de mustafá acomodándose aquel ridículo par de tetas postizas
y enseguida me acomete un impreciso ataque de nostalgia por aquellos días ya perdidos;
algunas noches insomne fantaseo con la idea de volver allá
aun cuando sepa perfectamente que no tendría sentido hacerlo
dada la alta probabilidad de que ninguno de aquellos que conocí entonces sobreviva aún
y el hecho de que mi situación actual resulte envidiable:
tengo una mujer hermosa y dos maravillosos hijos
un ático en la mejor zona de washington y casa de verano en martha´s vineyard
trabajo como asesor independiente en temas de seguridad nacional para la casa blanca
y vivo una vida que se ajusta practicamente en todo al ideal del american way of life;
sin embargo, por mucho que pueda presumir de lo bien que me van las cosas
hay una parte de mi corazón que ya no tengo dentro de mi pecho

porque se me quedó perdida en una de aquellas polvorientas calles de kabul cuando me fui de allí




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