martes, 3 de noviembre de 2015

uno se muere cuando a uno se le hinchan los huevos


dado que me repugnan los actos de violencia;
y que suicidarse, a pesar de su vertiente poética
implica un alto grado de la misma
-y además sospecho que nunca tendría los huevos para hacerlo-
he decidido borrarme del mapa recurriendo
al probable efecto de bola de nieve que resultaría
de organizar mi propio funeral
ahorrándome así todo ese nauseabundo rollo
de la bañera y las hojas de afeitar
y los solemnes acordes de la sonata claro de luna
retumbando por las paredes del baño mientras el último whisky
corre por mis venas y la vida se me escurre
gota a gota por el rezumidero;
"eso será lo mejor" -me dije-
y acto seguido me he puesto a implementar los detalles de mi brillante plan;
lo primero que hice fue ir a la funeraria más cercana
y escoger un ataúd bonito y cómodo
reservar hora para el siguiente lunes
-cuando me presentaré en el velatorio por mi propio pie-
y pagar luego a 12 meses con american express
el puto cajón, el alquiler de la sala, y una hora de actuación
del mariachi "guadalajara" para que me toquen por última vez
las de josé alfredo con las que empinaba el codo;
lo siguiente que hice fue mandarle un whatsap
a todos mis conocidos, parientes, amantes y amigos
donde les decía el disgusto y repugnancia que me daba
haberlos conocido, haber tenido que cruzarme
con su jeta en el transcurso de mi vida
y les recordaba en cada caso con hiriente matiz de burla
aquel de sus defectos más conspicuo
y que les deseaba la peor de las desgracias
que pudieran ocurrirle a cada uno
-que se quedaran calvos, que se volvieran putos
que les pusieran los cuernos, que les naciera un hijo poeta
que chocaran borrachos y quedaran como vegetales de por vida o
por lo menos que se los cogiera un enfermero trasvestido en la ambulancia-
para terminar les notificaba que
el próximo lunes a las 9 pm
en la primera sala entrando a la derecha
de la sucursal miraflores de la funeraria "san cipriano"
esperaba contar con su asistencia
al funeral de este humilde servidor suyo
que luego de mentarles la madre por última vez
a todos cuantos tuvieren a bien hacer acto de presencia en dicho sitio
-y recordarles además la clase de mierdas malparidas que son-
se treparía a un banquito ya dispuesto de antemano
y entraría en su ataúd y
alentado por el beneplácito y el entusiasta apoyo de los concurrentes
-si no ya el grosero apremio acompañado de explícitas amenazas-
se tomaría luego una dosis de un potente narcótico
y esperaría optimista que, en retribución por el servicio contratado
los eficientes empleados de la funeraria procedieran a introducir
el puto cajón con su ya un tanto apendejado inquilino
en el horno crematorio de la misma

para ser devorado por las llamas del maldito infierno



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