lunes, 2 de febrero de 2015

LA MONSTRUACIÓN

LUNES, 02 DE FEBRERO DE 2015
Tengo entendido que existen dos máximas inapelables que corresponden al mundo hombruno, mundo peludo. Una, es el hecho de que cualquier hombre que se precie, al menos una vez en la vida, ha ido a un piso de lumis o alternado en algún club de las mismas, indistintamente de si al final ha pagado o no por algún servicio. Otra, es que jamás debes preguntarle a un hombre cómo fue su servicio militar, porque te enterrará con una crónica larga, tediosa y detallada de las anécdotas, juergas y putadas que acontecieron en ese intervalo de secuestro por decreto.


De mi servicio militar jamás hablo, puesto que sigue envileciéndome hasta límites inenarrables el recordar que malgasté un tiempo valiosísimo obligado a hacer el idiota y por pasado, irrecuperable. En cuanto a las que venden su cuerpo por dinero, prefiero llamarlas prostitutas o cortesanas. Rameras, putas y furcias aun siendo sinónimos, para mí, son otra cosa. Pero calma: no va a ser esta narración un discurso moralista sobre las susodichas. Tan solo os voy a contar aquella primera y última vez en que caté el pretérito y lucrativo mundo de la prostitución.


Para ello, primero os debo hablar de mi amigo al cual llamaremos por su apellido: Castro. En la actualidad, Castro es un experto consumidor y estudioso de la industria pornográfica. Por aquel entonces antediluviano y como yo, no era más que un muchacho de veinte años con múltiples aficiones entre las que se contaban el consumo de pornografía. Respecto a mí, me sentía repleto de pies a cabeza de una impetuosa energía sexual que pugnaba salvajemente durante las veinticuatro horas del día por ser liberada. En cuanto a él, fantaseaba con que se ganaría la vida como director de películas X, ya que como actor y debido a su (nuestra) educación le daba vergüenza y no funcionaría.


Un día inopinado, Castro me planteó lo siguiente: Él estaba dispuesto a pagar los servicios de una prostituta si tanto ella como yo, accedíamos a follar delante de él para así adquirir experiencia y ensayar en su imaginación encuadres para sus futuras producciones. De inmediato pensé, "¡pues claro, un amigo es un amigo!", y le contesté que sí. Además, por aquellos años de tierna inocencia, desconocíamos la reciente existencia del FICEB y como es bien sabido, lo único que requiere extrema privacidad es el inevitable y ceremonioso acto de cagar. Pero funciones tales como merar, escupir, follar y otras tantas pueden realizarse en público sin remilgo alguno.


La elegida para tan desacostumbrada gesta fue una tal Clarissa que se ofertaba en un conocido periódico intercomarcal de la Cataluña central. El anuncio en cuestión rezaba: "Clarissa, 22 años de puro fuego y placer. Ninfómana insatisfecha que cumplirá todas tus fantasías". Acompañaba a tan sugerentes y prometedoras palabras, la foto de una preciosa chica de largo y oscuro cabello, posando semidesnuda con un cuerpo nacido del trazo del Milo Manara más inspirado. Convenimos en que la alquilaríamos por una hora, con lo cual solo restaba llamar al número telefónico indicado para saber la dirección y la pasta a aflojar.

Llamamos al timbre y nos abrió una mujer de edad indeterminada y rostro intimidante, semejante al de Jack Nicholson cuando declaraba desde el estrado en Algunos hombres buenos. La casa de lenocinio donde Clarissa y otras vendían su cuerpo, era un lugar sumido en penumbras y con un fuerte olor a incienso. Mientras la intermediaria nos miraba como si pensara que éramos un par de capullos, solicitamos los servicios de Clarissa como estaba decidido. Pero, oh, nuestro gozo en un pozo, nos dijo que Clarissa (casualmente) no se encontraba bien, pero que había dos chicas más que sí estaban de servicio.

Debo aquí detener el tempo de la narración para puntualizar que, según me han contado amistades profundamente puteras, muchas de esas bellas chicas de curvas de ensueño que se ofertan en la sección de contactos de los periódicos, la mayoría de veces por no decir siempre, se encuentran indispuestas alegando a través de la Celestina que abre la puerta, que les duele la cabeza o que están menstruando.


Retomando el ritmo de la narración, aparecieron ante nosotros dos mujeres. Castro dio un respingo y yo abrí mucho los ojos. ¡Pero qué digo, dos mujeres! Como supongo intuís, no había atisbo alguno de femineidad en aquel par de espeluznantes criaturas. Sus cuerpos eran de una magnitud esquelética nunca antes apreciada, como si la inanición hubiera hecho horas extras en aquellas anatomías, confiriéndolas un aspecto tosco y contrahecho. Y esas caras... que se nos grabaron a fuego en las retinas... Esas caras parcialmente cubiertas por largos y aceitosos grumos de cabello greñudo, cayendo como sucias lianas raquíticas... Sí, la Tierra Media existe y delante de nuestras narices teníamos a dos hijas bastardas de Sauron, orcos de Mordor con vagina.


Con una palidez que extralimitaba a la misma muerte, salimos de aquel burdel del horror que truncó nuestras expectativas. Y desde luego que ninguna de ellas era luchar por la posesión del anillo.




Regurgitado por Cabronidas 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...