jueves, 18 de septiembre de 2014

LA MONSTRUACIÓN

LUNES, 15 DE SEPTIEMBRE DE 2014
Siempre he profesado amor y respeto por el mundo animal. El que habita en el océano, en el cielo y en la tierra. Me impresiona la exuberante naturaleza de las ballenas y la imponencia que desprenden cuando emergen del agua en una pirueta extraordinaria y se sumergen en un chapoteo colosal. También sobrecoge el silencioso proceder de los ofidios y saurios y la sinuosidad de sus reptares. Quién no ha admirado en alguna ocasión los movimientos gráciles y elásticos de los felinos y sus hermosos pelajes. O la sorprendente organización y laboriosidad de algunos insectos. Quién no sabe todavía lo insignificantes que somos cuando incluso existen criaturas que son perfectos organismos de vuelo que la tecnología y la ciencia jamás podrán igualar.


Admitámoslo: somos los animalitos más feos del reino. Incluso en forma y fondo. Por ejemplo, yo permanezco inmóvil y los pelos crecen. Y también las uñas, la nariz, y las orejas. El crecimiento de las uñas lo tengo bajo control porque las veo, así que me las corto cuando empiezan a parecerse a las de un águila. El de las orejas y la nariz es inevitable, lo que supone que dentro de no pocos años habré adoptado rasgos inconfundibles de gnomo cabrón y resabiado. No tenemos una buena armonía con nuestros pelos. Nos obcecamos en hacerlos desaparecer o reducir su número pero son de naturaleza indómita y enraízan donde nunca tuve. Y donde tuve, también. Nacen condenados, hirsutos y arborescentes. En las cejas, con una curvatura dura como la alcayata. Largos y solitarios en el omóplato, como el salto del astronauta en la luna. Como en un coño virginal, sedosos y pubescentes en las orejas. Como los cimmerios, rudos y bárbaros enredados en las fosas nasales y emparentándose con los del bigote. Y los pelos íntimos de toda la vida, aquellos que arraigan en los anillos crepusculares del esfínter. Espléndidos en los lunares y las pecas, como parientes pudientes. Alrededor de los pezones, como galaxias en expansión. Muy curiosos y peinados en los dedos de los pies. Tiernos y acogedores en el perímetro del ombligo, como el nido de un gorrión. E imprevisibles en el pubis y el forro testicular, como el dibujo del relámpago en la tormenta.


Aparte y según avanza el tiempo, el abdomen tiende a crecer hacia afuera en una curvatura dura, protuberante e insolente. A otros se les abulta la piel bajo la barbilla de tal manera que parecen marsupiales. Y a algunas se les desproporciona el trasero hasta límites inenarrables cuando los glúteos pasan a ser contenedores de grasas mal metabolizadas. Sin duda, somos los más feos del lugar. Cuando salimos a la calle nos miramos raro los unos a los otros y no puedo soportarlo. Creo que voy a acudir a un nutricionista, me apuntaré a un gimnasio y pediré cita en corporación dermoestética. Aunque bien pensado, creo que voy a seguir haciendo el animal, continuar con la cultura de los tragos y practicar vicios solitarios.




Publicado por Cabronidas @ 19:04

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