viernes, 25 de julio de 2014

JOSE VILLA. POETA SUPERSÓNICO.

LA EVOLUCIÓN DE UN SUPERHÉROE

 los 12 años, en la escuela
estuve enamorado de blanca
yo era un tipo solitario, tímido y soñador
y todavía no tenía ni puta idea
de lo que una persona debía hacer con sus sentimientos;
de noche, cuando me metía en la cama
si no me masturbaba o se me iba el sueño
sublimaba aquella imposible pasión fantaseando 
con ser una especie de superhombre y poder volar 
y salir por la ventana y atravesar la ciudad a velocidad supersónica
para entrar en la habitación de blanca dos minutos después;
imaginaba que ella se sorprendía al verme:
oh, villa, ¿qué demonios estás haciendo aquí?
he venido a rescatarte, le decía yo
y me acercaba a ella y la cogía tiernamente entre mis brazos
y salíamos volando hacia mi escondite secreto en las montañas
donde a la luz de una fogata le confesaba el amor que sentía por ella
lo difícil que era para un superhombre resistir la soledad
y la pedía quedarse a mi lado cogidos de la mano
durante los siguientes mil o dos mil años

-así de poético era yo incluso ya a esa edad-;
cada noche inventaba historias pedorras
donde se suponía que blanca corría un enorme peligro
para que yo apareciera justo en el instante preciso
y pudiera entonces rescatarla por los pelos
-como esa escena de la película crepúsculo
donde el vampiro salva a bella de morir aplastada por un coche
el primer día de clases en la forks high school-;
estuve enamorado de blanca durante unos dos años
pero nunca me atreví a decirle nada
en realidad nunca hablé siquiera con ella
para pedirle un lápiz o decirle "hola"
y ella probablemente nunca supo que yo existía
-ni los enormes peligros imaginarios a los que cada noche
estuvo expuesta y de los que yo la libré
desinteresada, romántica y cinematográficamente-
después de blanca me enamoré un par de veces
de tipas de las que a fin de cuentas no conseguí otra cosa
que una insípida mamada de tarde en tarde
-eran esos putos tiempos de la vieja y pendeja moral cristiana 
basada en el argumento de que coger sin casarse era cosa de putas-
a los veinticuatro sin embargo me topé con mayra;
ella no solo me hizo una serie de buenas y prolongadas mamadas 
sino que incluso hasta aceptó casarse conmigo;
vivimos juntos algo así como 10 años
-la mitad en estado de ebriedad o con resaca- 
al final de ese lapso nos dimos cuenta
que seguir más tiempo con aquello nos llevaría quizás
a terminar estrangulándola yo a ella o a que ella
me terminara envenenando a mí -lo primero que ocurriese-
recuerdo que a lo largo de los últimos meses que pasé con mayra
sufrí una especie de regresión a la infancia que se manifestaba
en forma de ensueños diurnos donde yo volvía a fantasear
con tener superpoderes y ser capaz en un momento dado
de salir por la ventana y cruzar la ciudad a la velocidad del pedo
-una especie de super-gordo demencialmente alcoholizado-
así dejaba atrás en cuestión de segundos
los barrios marginales, la periferia, los campos circundantes, 
más tarde la provincia vecina y luego me aventuraba mar adentro
surcando la desolada extensión de agua del océano pacífico;
media hora después me hallaría ya sobrevolando hawai
como una saeta de fuego que hubiese surgido del cráter de un volcán
quizás me detendría brevemente entonces en alguna playa
para empinarme una lata de cerveza y tomarme un respiro
o me sujetaría de la cola de un avión que volara en dirección al oriente
y atravesaría como polizonte la última etapa de mi viaje
rumbo a la isla más lejana y desierta y olvidada 
entre las mil de ellas que conforman la polinesia;
tan olvidada que aún no le habrían puesto nombre
y a la que jamás antes se le hubiera ocurrido a nadie
-ni después de mí a ninguno más se le ocurriría-
llegar nunca a asomar su sucia jeta
ni una sola puta vez en mil años

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