jueves, 8 de mayo de 2014

POBRECITO HABLADOR DEL SIGLO XXI

MARTES, 6 DE MAYO DE 2014

Y un huevo

Esta entrada, como casi todas las que escribo, la he estado empollando durante unos cuantos días. Casi me siento como una gallina, que cacarea sentada mientras derrama su calor sobre el huevo y en ese impás, hasta que llega el tipo que mete la mano y se lleva lo que es mío, busco algún motivo para que al menos recuerde de dónde viene lo que vendió,  lo que cocinó o lo que se  comió .

Sin embargo, y a pesar de que esta idea que quería desarrollar para ilustrar  el tema sobre el que pretendía escribir es una de las que más me ha costado parir, he decidido romper la cáscara y manchar la paja; he decidio ejecutar un aborto aviar en toda regla, que para eso el huevo es mío y yo decido. De modo que hoy  solamente hay un huevo, un huevo caliente, sucio, mondo y lirondo, con alguna pajita enganchada  entre costras de gallinaza.

Y es que hoy escribo directamente encima del editor de bloguer, sin 'word 'de por medio, sin borrador, sin red, visceralmente, tal y como me dicta la voluntad. Me da igual si a alguien  le interesa o no  lo que voy a decir. 

Durante las 8.760 horas que corresponden a los 365 días que transcurrieron el pasado año 2013, los 135 diputados del Parlament de Catalunya -quienes cobran, cada uno de ellos, de media,  unos 70.000 euros anuales procedentes de mi bolsillo-  fueron capaces de producir una sola  ley; una sola ley; una sola ley;  la ley que aumenta un 2% el gravamen de transmisión de patrimonios.

Para que nos hagamos una idea, y por hacer un brindis a aquellos que siempre quieren equiparar la gestión pública con la empresarial, añadiré que yo he hecho mis cuentas. Contabilizando únicamente la nómina de nuestros 135 representantes y obviando los gastos de  luz, agua, gas, cuerpo técnico o taxis, la única ley aprobada por el Parlament Català durante el año 2013 arroja un coste  aproximado de  9.450.000 euros. 

Entre estos 135 diputados, se encuentra, por supuesto, el famoso 75% de la trascendente y sacrosanta representación de la  soberanía popular que desea fervientemente la independencia, el 20% que no la desea, y el 5% que ni sí, ni no, sino todo lo contrario. Es decir,  visto lo visto, en cualquier caso, los catalanes disfrutaríamos de una independencia  a un ritmo legislativo prodigioso -con una sola ley al año- o una dependencia igualmente abrumadora con la misma y única  ley anual. Eso sí,  al precio lujoso propio de un país productor de petróleo.

Sin embargo, sus señorías catalanas durante la legislatura de 2013 fueron pródigos  en la producción y difusión  de declaraciones. Redactaron y aprobaron algo más de 40, cosa muy lógica y loable, porque en estos momentos dramáticos, de pobreza, paro y corrupción es lo que más  necesitamos. 

Y un huevo.



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