miércoles, 21 de mayo de 2014

JOSE VILLA


LA ÚNICA FORMA DE HACER REALIDAD LOS SUEÑOS


mi hermano, a los veintitantos, tenía un sueño

-me cuesta hablar de esto, pero lo intentaré-
o no tanto como un sueño, más bien un plan
una de esas ideas que se le meten a uno en la cabeza
y por alguna razón se quedan ahí dando vueltas
listas para ser retomadas a la primer ocasión que surja
y airearlas por enésima vez en las pláticas con los amigos
con la mujer, los parientes, el peluquero o incluso
tal vez de refilón con el tipo que despacha gasolina;
mi hermano a los veintitantos comenzó a obsesionarse
con la creciente sospecha de que quizás su vida
no era la clase de vida que él habría querido vivir;
comenzó a decirle a todo el que quisiera escucharlo
que él no había nacido para terminar metido antes de los 25
en aquella jodida rutina de casarse, tener hijos 
trabajar toda la puta semana como esclavo y los domingos
ir a comer con la suegra y hacer como que todo ello
podía pasar como el no va más de la felicidad sobre la tierra;
una noche vino borracho a mi casa y me dijo
que había decidido abandonar a sandra y los niños
meter un poco de ropa en una maleta, coger un avión a hawai
y pasarse los siguientes dos o tres años viviendo 
cerca de una de esas playas de grandes olas 
donde intrépidos jovenzuelos surfeaban bajo el sol
y de noche hacían fogatas y cogían sobre la arena
con fogosas chicas de enormes y bronceadas tetas
"me puedo ver arriba de una tabla deslizándome 
sobre el lomo azul turquesa de una gigantesca ola de 15 metros"
al final sin embargo no se divorció
no abandonó a los niños ni dejó el trabajo ni cambió su rutina
y cada domingo a lo largo de los siguientes 12 o 14 años
-hasta que la madre de su mujer falleció de un infarto-
la familia observó el ritual de comer y pasar la tarde con ella;
no por ello mi hermano desistió alguna vez 
de pensar que cualquier día ahuecaría las alas y se marcharía
con la tabla de surfear bajo el brazo en pos de su sueño;
y aun con treintaytantos años y ya medio calvo y panzón
cada vez que se emborrachaba sacaba a colación el tema
"no me costaría nada meterme al gimnasio y ponerme en forma
mandar todo a la chingada y tomar el primer vuelo a hawai
y empezar a vivir por fin de una puta vez 
la vida para la que estoy realmente destinado"
al cumplir los cuarenta y como regalo de cumpleaños
su mujer le dijo que estaba hasta el culo de tener que vivir
con un alcohólico de mierda como él
contrató entonces un abogado y dos meses mas tarde
logró echar a mi hermano de la casa y divorciarse
sus hijos eran ya adolescentes y se tomaron las cosas con calma
y aunque al principio fueron un par de veces a verlo
-terminó instalado en el tercer piso de una pensión de quinta
dentro de un estrecho cuarto con un puto balconcito a la calle-
y bromearon con él y le tomaron un poco el pelo
diciéndole que ahora tenia completamente despejado ante sí
el camino a hawai y una vida aventurera y libre,
luego ya nunca volvieron a aparecerse por el rumbo;
por mi parte lo estuve yendo a visitar cada dos o tres semanas
-tampoco a mí me iba muy bien por entonces que digamos-
llevaba cerveza y tomábamos y hablábamos
de la puta vida y cómo se torcía todo y las mujeres
al final de una u otra forma se las arreglaban siempre
para terminar dejándolo a uno hecho mierda;

me gustaría poder terminar este poema diciendo
que mi hermano al cabo de un año o cosa así
habría logrado enderezar el rumbo y manejar su alcoholismo
que un buen día habría cogido su maleta y metido en ella sus cosas
y desaparecido de la pensión sin avisarle a nadie;
me gustaría decir que pudo superar aquel golpe
y que al final encontró algo que lo ayudó a llenar
el vacío que de pronto se había formado en su vida
decir, por ejemplo, que algunos meses después de esfumarse
una mañana me habría llegado una postal suya desde hawai
-oye, cabrón, deberías venir a ver qué culos hay por aquí-
decir lo que fuera, cualquier otra cosa
que no tuviera nada que ver con lo que hizo el pendejo
aquella noche, entrada ya la madrugada, ebrio
cuando debió figurarse que el balcón abierto
tres pisos por encima de la calle era la salida
que más rápido -en sólo un instante- podía llevarlo
a las soleadas playas de su jodido sueño

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