jueves, 27 de marzo de 2014

POBRECITO HABLADOR DEL SIGLO XXI

MIÉRCOLES, 26 DE MARZO DE 2014

Memoria de Estado



Uno de mis abuelos murió en la cama. De hecho, vivió postrado en ella durante los cinco años últimos de su vida a consecuencia de la enfermedad de Alzheimer. Recuerdo el aspecto de su rostro antes de enterrarle. Parecía que dormía y soñaba y que de su sueño emergía  y se materializaba la memoria perdida en vida, y que los nombres que olvidó, las caras que le hablaron, las herramientas con las que trabajó y los hijos que le quisieron,  iban habitando poco a poco  la estancia y  se elevaban como el humo aromático que surge del extremo ardiente de una barra de incienso, de  una pequeña luz de fuego. Quise  creer también que,   en ese sueño eterno  y singular, igual que en los últimos años de su existencia,  se perdieron para siempre los sinsabores, las fatigas y las incertidumbres de tiempos convulsos , y que el descanso del cuerpo  propiciaría  la restauración de  su espacio en la historia  únicamente con  una  evocación complaciente. 

A veces, mi abuelo aparece en mis sueños y entonces, durante algunos  días, me vienen al recuerdo sus manos entrelazadas a la espalda mientras caminaba; el poco pelo que tenía asomando bajo la boina, la mirada  pícara, su nariz aguileña,  o  la  sonrisa guasona, que jamás llegó a convertirse en carcajada abiertamente  sonora. Estoy convencido de que esto ocurre así porque yo y mis hermanos, y todas aquellas personas a las que quiso ,volvimos a nacer  el día de su muerte más allá de los vestigios  de su amnesia  y por eso ahora nos nombra y nos reconoce y puede volver a hablarnos a través de nuestras propias ensoñaciones. 

He estado tentado a hablar sobre éllo en alguna ocasión, pero  no he encontrado el momento adecuado; sencillamente,  he preferido no hacerlo, porque muy pocos entenderían o creerían que lo que digo no es impostura, ni retórica, ni afectación lírica,  sino una convicción profunda que quiero seguir albergando. Quizá sea esa la razón por la que  hasta ahora no he querido compartirla, por no someterla al juicio de la razón. 

Uno de los enfermos de Alzheimer más célebres que habrá tenido  España quizá haya sido Adolfo Suárez.  No sé cuántas horas, páginas y palabras se habrán dedicado durante estos últimos días a hablar sobre su muerte. Y  lo que te rondaré. Ahora mismo, la discusión ya trasciende la capilla ardiente  y  vuela sobre las pistas de Barajas.  Queda atrás  el fastuoso, faccioso y vergonzoso funeral de Estado que se ha perpetrado; un duelo que en su conjunto, desde las declaraciones de unos y otros, hasta las fervorosas colas ciudadanas,  pasando por la uniformidad católico castrense de los protagonistas,  ha constituido  una asombrosa parafernalia barroca, oscurantista,  atiborrada de caspa al más puro estilo prodemocrático  en honor, precisamente, del supuesto artífice de la concordia  democrática,  quien -a decir de todos- con su valía, sentido del consenso, valentía y altura de miras nos libró de un terrorífico  infierno y nos abrió las puertas de par en par a los cielos deseados  de la Europa moderna y libre. 

Sin embargo, Suárez hace tiempo que murió, igual que murió  mi abuelo,  muchos años antes de su último suspiro. Curiosamente, el deceso de la memoria de Suárez vivo viene  a producirse aproximadamente al tiempo en que los españoles empezamos a creer que ya éramos mayores, que ya estábamos maduros, que nuestro espíritu demócrata, nuestras ansias de libertad y nuestra fe inquebrantable en el Estado de bienestar  estaban  tan enraizadas en la conciencia colectiva que ya nada ni nadie podría dar marcha atrás a un proceso indefectiblemente perfectivo y en progreso. Y  es a partir de entonces -al acoger  la certeza de que ya todo estaba  hecho- cuando los rufianes, los chorizos, la ambición comunal y los fascistas de siempre empezaron a  apoderarse, poco a poco, de manera organizada y bajo el amparo de las instituciones, del destino de nuestro país. 

Por eso confío que si alguna vez  se fraguó en el interior de la conciencia  del difunto Suárez  el sueño de una democracia  real y sincera, libre y emancipadora ,   ahora que ya ha muerto,  espero que ese hipotético  recuerdo emerja  libre desde  lo profundo de su olvido, arrinconando los correajes negros de la camisa vieja, la jefatura general del Movimiento,   y se materialice como humo de incienso que  nos envuelva  al modo de un antídoto contra los embrujos ,  nos   devuelva el entendimiento, nos restituya la voluntad  y el coraje necesarios   para  castigar a los indeseables , para  recuperar  la honradez ,  la ilusión  y la fuerza incontenible del pueblo que  asumirá y exigirá   en las calles su protagonismo con el que  recuperar,  como antaño,  las riendas de su destino. Ese será el mejor servicio que el extinto  Duque de Suárez pueda hacer a su país, tanto en la vida como en la muerte.

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