QUISE VIVIR PERO QUE NO EXISTÍAN. A ESO VENGO.
MIÉRCOLES, 11 DE DICIEMBRE DE 2013
Brevísima historia económica de la democracia española
Tal y como se puede apreciar en el resumen adjunto -que sintetiza muy ilustrativamente un estudio recién publicado, realizado por una célebre y afamada consultora- se podría decir que desde los años 70 hasta nuestros días, la evolución del poder adquisitivo patrio refleja cierto carácter circular, una tendencia que, de seguir así, acabará con nosotros mismos. Y es que, llegado el caso, gracias al efecto pescadilla, en muy poco tiempo estaremos mordiendo nuestra propia cola. Hay quien ante las perspectivas que se vislumbran a corto plazo, y siguiendo las enseñanzas de las más prestigiosas escuelas de negocios, pretende convertir esta amenaza en una oportunidad y ya se ha puesto a practicar, pues desde bien jovencito soñó con ejecutar tan ansiada pirueta: como es lógico, la pérdida de peso puede suponer una interesante ventaja para este tipo tan peculiar de hombre innovador, inasequible al desaliento.
Pero entremos en harina. Así, sociológicamente, y en términos hostelero-gastronómicos, se puede explicar perfectamente el transcurso de nuestra reciente historia económica.
Dónde cenan los españoles un sábado cualquiera.
Evolución 1970-2013
1970.-Cena en casa
1978.-El bar del barrio: bocata de tortilla
1981.-Hamburguesa en el primer BK o McD abierto en la ciudad
1988.-Pizzería
1990.-Restaurante Chino
1997.-Restaurant a la carta, cocina de mercado
2002.-Marisquerías, arrocerías, braserías, mesones
2003.-Restaurant minimalista estrellado
2006.-Wok (Chino, por supuesto)
2009.-Kebab
2009.-Kebab
2011.-Frankfurt Paco (regentado por chinos)
2013.-Cena en casa.
Creo sinceramente que vale la pena saborear -aunque sea en la memoria- el riquísimo y nostálgico bocadillo de tortilla con platito de aceitunas aliñadas que nos comíamos en el bar del barrio. Es aconsejable hacerlo mientras vemos por televisión divertidísimos talent shows culinarios, en los que simpáticos profesionales de los fogones nos deleitan en la distancia con asombrosas creaciones, al tiempo que nosotros sorbemos escandalosamente una insípida sopa de sobre, porque es lo que hay.
PUBLICADO POR EL POBRECITO HABLADOR DEL SIGLO XXI
MIÉRCOLES, 18 DE DICIEMBRE DE 2013
¡Compasión!
Ando flojo de inspiración. Con esta confesión no justifico otros textos pretendidamente inspirados. El poco valor que pueda albergar alguno de ellos es intrascendente porque siempre me queda la sensación de que los motivos o las ideas que los impulsó no se plasmaron finalmente en las palabras, frases o párrafos que yo había llegado a imaginar, y las llevo siempre a cuestas. De manera que escribir se convierte en una carga de materia prima biodegradable que con el paso del tiempo se me va pudriendo sobre los hombros.
Cuando uno no sabe qué decir, o no encuentra el modo de decir lo poco que tiene que decir, lo más socorrido es auto inmolarse públicamente para generar corrientes de simpatía lastimera. Y así, a través de la estrategia de la invocación a la compasión ajena, uno cumple doblemente con el objetivo de todo escritor frustrado: llenar de negro la hoja en blanco y procurarse el afecto de los suyos. Y que nadie me hable de Picasso, a quien se le atribuye una de las más célebres falsedades de la historia del arte: “que la inspiración me pille trabajando”. ¡Ja!. A fuerza de repetirla, la ocurrencia malagueña se ha convertido en lugar común, de manera que a mí -que sufro silenciosa y discretamente de hemorroides debido a las horas que permanezco sentado, esforzándome a diario por dar digna salida a mi necesidad creativa- a mí que no me cuenten cuentos.
Porque hablemos claro: Yo, en estos momentos, me encuentro ante una especie de disfunción gramatical, temática y estilística. La realidad que me fabrican otros me produce tal asco que me niego a decir una sola palabra más. La realidad que me rodea, la cotidiana, la que está construida con las pequeñas cosa de cada día, la veo teñida de celofán gris, tamizada con ese tono cerúleo con que se veían en España las primeras televisiones en blanco y negro a las que se les pegaba en la pantalla papel transparente de tres colores. La imagen es plana y enfermiza, hepática, y quizá sea así porque está salpicada de esa otra existencia, lacerante y vergonzosa que nos cuentan los medios de persuasión. Ni siquiera el alumbrado navideño es capaz de descorrer el velo con que veo la ciudad, un filtro pretendidamente anodino y resignado, camuflado de normalidad, frente al que palpita, sin embargo, una atmósfera extraña que amenaza de nuevo con cubrirlo todo de gris.
Finalmente me quedan los libros. Pero no dispongo del coraje, de la valentía y del oficio como para escribir ni media línea sobre los temas tan interesantes, tan reveladores y sugerentes que he leído, por ejemplo, en “El acuario de Facebook” del colectivo Ippolita, en “El silencio de los animales” de John Gray, en “Qué es la propiedad” de Joseph J. Proudhom, en “El malogrado” de Thomas Bernahrd”, en las “Clases de literatura” de Julio Cortázar, en “El reinado de Pipino el Breve” de John Steinbeck o en “Pecados originales” de Rafael Chirbes. Me esperan Sebald, y Curzio Malaparte, y más adelante Iñaki Uriarte. ¡Cuántas ganas tengo de leer los diarios de Iñaki Uriarte!
Hoy, en estos momentos de apatía creativa, recuerdo mi vehemencia apasionada en alguna clase de literatura del lejano COU. Uno de los objetivos de mi ira fue Juan Ramón Jiménez, a quien el profesor -un poeta recientemente fallecido que le cantaba a las piedras. - practicaba rendida admiración (Ahora reparo en que se empiezan a morir mis profesores).
Como todo el mundo sabe, Juan Ramón Jiménez se instaló en su torre de marfil y de allí no salía más que a dar conferencias o presentar libros. No quería saber nada de la vida más allá de la poesía. Toda su obra fue una nube intelectual elevada muy por encima de los malos olores de la existencia. Por entonces yo había descubierto la rebeldía, la justicia social, el comunismo, a los libertarios, los movimientos sociales, las revoluciones, los mártires de la sociedad, y no podía entender que en un contexto histórico convulso, en un país necesitado del compromiso de los artistas, la inteligencia y el talento de hombres como Juan Ramón Jiménez se desperdiciasen hablando de la blandura algodonosa de un borriquillo. Debe ser la edad, pero en estos tiempos empiezo a entender un poco a Don Juan Ramón. Al fin y al cabo, los libros, que es el lugar donde yo me refugio de mí mismo, de mi torpeza, y de todo lo que me rodea, no deja de ser mi torre de marfil, fortificada contra cualquier tipo de acoso o invasión.
Tengo una carpeta llena de placentas. Cada día la abro al azar y extraigo una. Leo su contenido, anoto en lápiz alguna corrección sobre alguna frase y pasadas y unas horas la dejo abierta sobre el escritorio, hasta el día siguiente, o hasta que ya no hay más hojas, porque en su momento la historia y sus criaturas se quedaron así, a la espera de un futuro. Entonces cierro la carpeta y me cito y me juramento para la semana siguiente, extraigo otra placenta, y vuelta a empezar. ¡Por favor, algo de compasión!
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