viernes, 7 de junio de 2013

BATANIA




viernes, 7 de junio de 2013


LO PEOR ES CUANDO TERMINAS LA PINTADA Y LA PARED NO APLAUDE (7): Siempre que nieva tengo cinco años


Y entonces nevó. Había nevado tres semanas antes, pero tan poco y cursilíneo que sufrí las de Caín para hacer un muñeco de nieve en la plaza Puerto Rubio, zona Puente de Vallecas, año 2009, pues tuve que reunir la nieve que había por toda la plaza en medio de los ánimos de los jubilatas, ánimo chaval, vaya paliza te estás dando, etc. Pero veinte días después nevó a granel y a la vuelta de mi trabajo nocturno, viendo que las calles pequeñas estaban cortadas y que no pasaba ni un alma, se me ocurrió hacer pintadas a la luz del día, según las que se me fueran ocurriendo mientras caminaba por las calles. Pinté “La nieve es un tigre blanco que se hace el dormido”, “Odio las guerras, la mentira y las máquinas quitanieves”, “En El Corte Inglés no ha nevado” y la que se ve en la imagen, que es la que más me gusta y también la más triste, porque cuando dejó de nevar y se fue retirando la nieve volví a tener 36 años.
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miércoles, 5 de junio de 2013


El vuelo del pequepájaro sobre la jirafaronte

Foto de ANELE

Creo que mide 1`80. No conozco su altura exacta, nunca se lo he preguntado, pero la mujer que amo es larga como una línea de renfe o como una trenza de cebollas amarillas. Ella me jura que ya ha dejado de crecer, pero yo no me fío del todo. Me acerco a su cuerpo con la piel como navaja, queriendo besarla entera y en todos sus azules, pero pronto me voy aburriendo y al de una hora me siento cartón piedra, carne de lunes, derrotado. Quiero besarla al completo pero sólo alcanzo a besarla a trozos.

Al principio quise ocuparla sin mayor cuidado, empezando por cualquier parte, como si aquello fuera un centímetro o una losa menchevique, pero fue a la segunda semana, después de pasarme cinco horas besando su brazo izquierdo y darme cuenta de que aún no había pasado de la muñeca, cuando comprendí que mi novia no es una novia standard. Qué va a ser standard: mi novia es el transiberiano.

No por ello me rendí sino al contrario: comencé a trazarle mapas a bolígrafo, acordoné zonas de su cuerpo, hice cuadrantes, contraté perros y hasta helicópteros, no escatimé en medios, nada me parecía bastante. Hasta me acostumbré a clavar, cada vez que terminaba mi jornada de besos, un letrero en su piel donde decía “Precaución: zona de Natalia YA besada”. Gracias a estos detalles y a los turnos intensivos de quince horas diarias, logré cubrir de besos el 3% de su cuerpo en tan sólo una semana, pero también sufrí la lógica fatiga y hasta algunos desfallecimientos, todos producidos por la magnitud de su territorio. Dos labios dan para mucho, pero sólo son dos labios. Y lo peor es que ella lo notaba, se da cuenta:

–¿Qué te pasa?
–Nada.
–¿Es por mi altura, verdad?
–No, claro, qué tontería.

Nunca le he dicho nada por este motivo, y ello por cuatro razones, que son las siguientes: una, dos, tres y cuatro. Además, su largura también tiene sus ventajas: ¿Sabéis lo maravillosos que son los abrazos de las mujeres largas? ¿Los habéis probado? Cuando una mujer así te rodea con sus brazos hasta dar cinco o seis vueltas sobre tu cuerpo, la sensación es indescriptible, uno se siente más abrazado que nunca. También cuenta con otras ventajas:

–Natalia, ¿Me alcanzas la sal?
–¿Qué sal?
–Aquella. La que está seis mesas a la izquierda.

Y la alcanza, no miento, nunca falla. Sus gadcheto-manos son tan portentosas que llegan a todo objeto situado diez metros a la redonda, aunque también conllevan sus problemas, sobre todo en el metro, donde tengo que controlar sus efusividades. El martes pasado, por ejemplo, dio un manotazo sin querer a un viajero que iba en el vagón siguiente, y eso que le tengo dicho que, al menos en los lugares públicos, debe ir con los pies juntos y los brazos cruzados, pero no siempre me hace caso.

Así es mi vida y mi amor con la mujer longilínea. Parece complicado pero nos vamos acostumbrando. Tú eres el pequepájaro y yo la jirafaronte, me dice, siempre traviesa y habilidosa acuñando palabrujerías. Alguna vez le he comentado que quiero escribir algo sobre su largura y ella me ha respondido que bueno, que le parece bien, que escriba lo que quiera a condición de que no exagere. Y yo pienso que eso de que no exagere sobra, ¿no? Porque yo soy un escritor realista y minucioso, casi fotográfico: no se me ocurriría nunca contar un detalle que se desviara un sólo centímetro de la realidad. Como todo el mundo sabe.
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