El jueves, 9 de mayo, a las 21:30, en el patio del Hotel Molina Lario de Málaga (C/Molina Lario, 20), recito junto a ALEXIS DÍAZ PIMIENTA, ENRIQUE FALCÓN Y PABLO GARCÍA CASADO
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Neorrabios@
martes, 30 de abril de 2013
Con la boca muy abierta
No tengo tarjeta médica. Tampoco suelo estar enfermo, salvo las dos
semigripes que padezco cada año y que soluciono con tres días de
sufrimiento, unos litros de zumo de naranja y un paquete de aspirinas.
Pero el viernes pasado me atacó con tridente la muela del juicio y me
dejó tan desfigurado que mi compañero de trabajo, el de turno de tarde,
me mira y me suelta:
–Joder, macho, qué cara traes, ¿te has hecho saxofonista?
El saxofón de la muela del juicio me había dejado tal papada y tan
destruido que llevaba dos días alimentándome de caldos y zumos de
biofruta, que son los únicos alimentos con algo de sustancia que se
pueden beber con pajita, pues no podía abrir la boca para meterme nada
más grande que esa pajita; me era imposible comerme una galleta, por
ejemplo, y tampoco podía lavarme los dientes porque hasta el cepillo es
demasiado grande para la apertura que ofrecía mi boca por culpa del puto
saxofón. Por otra parte, se me ha olvidado decir que yo, cuando
enfermo, me pongo de un genio intempestivo y un dejar de ducharme por
completo, a tal punto que la única vez que me ha visto Natalia en estos
días me ha dicho:
–Qué asquete das, por favor.
El lunes por la tarde decidí que necesitaba ayuda. Que a veces necesito
ayuda es muy difícil de admitir para una misantropía y un ego como los
míos, pero a ese nivel llegaba mi necesidad. A escasos metros de San
Dimas hay un centro médico que se llama La Palma Norte. Allí me dirigí.
Sabía que la cosa estaba chunga y así pareció al principio:
–Hola, venía a que me atendieran pero no tengo tarjeta médica.
–¿Cómo que no tiene tarjeta médica?
–Cambié de residencia de Pacífico a Príncipe Pío, y en Príncipe Pío me dieron un papel y no les dio tiempo a hacérmela.
–Claro. Porque la tarjeta tarda su tiempo. ¿Ha traído el papel?
–No. Soy un desastre. Los papeles viejos los tiro. A saber dónde está.
–¿A qué médico de cabecera pertenece usted?
–No lo sé.
–¿Cómo que no sabe?
–Es que nunca me pongo enfermo. La última vez que me puse fui a un
centro cercano a Príncipe Pío, pero no sé cómo se llama el centro ni la
médica. Tenía el número pero cambié de móvil y ya no lo tengo.
A todo esto, mis palabras con la enfermera no se desarrollaban en el
lenguaje que estoy transcribiendo arriba, sino en otras más gangosas y
de perro apaleado, pues es difícil hablar y sobre todo hacer algunas
vocales o letras cuando sólo puedes abrir la boca un centímetro. La
palabra bobo, por ejemplo, se puede decir bien, pero la palabra mamá ya es más difícil, te sale un memem o memmm. Pero nos íbamos entendiendo:
–Pues va a ser complicado que le busque su médico de cabecera. ¿Qué le ocurre, por cierto?
–La muela del juicio. No puedo abrir la boca. Por eso estoy hablando así. Cuando estoy bien hablo de otro modo.
–Ah. Entiendo. ¿Ha traído al menos el carnet de identidad?
–Sí.
–Pues váyase a la calle La Palma, 51, presente el carnet y dígales que acude para urgencias.
Cuando llegué a La Palma 51 volví a repetir esta conversación con otra enfermera, ya con la boca unos milímetros más abierta, pues no hay nada como forzar un poco para irle ganándole espacio a la boca. Llevaba una antinovela de Ramón Gómez de la Serna, El novelista, pensando que iban a tardar en llamarme, pero me equivoqué, pues al de pocos minutos de haberme sentado, sale el médico de cabecera y dice:
Cuando llegué a La Palma 51 volví a repetir esta conversación con otra enfermera, ya con la boca unos milímetros más abierta, pues no hay nada como forzar un poco para irle ganándole espacio a la boca. Llevaba una antinovela de Ramón Gómez de la Serna, El novelista, pensando que iban a tardar en llamarme, pero me equivoqué, pues al de pocos minutos de haberme sentado, sale el médico de cabecera y dice:
–¿Alberto Basterrechea?
–Sí, soy yo.
–Pase, pase, que usted está de urgencias.
Y pasé a consulta ante la mirada rencorosa de los demás pacientes,
algunos de los cuales llevaban tiempo esperando pero estaban de visita
ordinaria y no “de urgencias”. En la consulta, el médico intentó abrirme
la boca una vez y dos veces y tres veces, pero al final me dijo:
–¿Le puedo pedir una cosa?
–Dígame.
–Tiene que intentar abrir la boca un poco más. Sólo un poco más, por favor. Inténtelo, no va a pasarle nada.
Al final, tras muchos esfuerzos y miedos que ni te cuento, conseguí
abrir la boca todo lo necesario y el médico, después de soltar un “buff”
al ver el estado de mi muela del juicio, pasó a darme hasta cuatro
recetas para curarme la avería. A la salida, volví a hablar con la misma
enfermera, que ya conseguía entender a la primera mi lenguaje de
gangoso, y hasta rellené las instancias para hacerme una nueva tarjeta
médica, aparte de lograr cita para que me saquen la muela del juicio
este mismo viernes.
En fin. Se me ha olvidado decir que los cuatro medicamentos me costaron
tres euros y veinte céntimos, una ganga. Y que al de cuatro horas de
comenzar a utilizarlos, mi boca se abre ya lo suficiente como para
lavarme los dientes y hasta comerme gajo a gajo una naranja. Estoy
mejorando tanto que hasta puedo escribir lo de aquí, pues anteriormente,
en mi fase de automedicación=ibuprofeno, estaba tan aniquilado que no
podía estrujarme las meninges ni así de poco.
O sea: llega un menda a un centro médico que no le pertenece, sin
tarjeta médica, cinco días sin ducharse, lenguaje de gangoso, poca gana
de facilitar las cosas al médico de cabecera y en ese plan, y los
responsables sanitarios de la zona Noviciado/Malasaña, en lugar de
mandarle a hacer gárgaras, se las arreglan para taparse la nariz y poner
buena cara, facilitarle una nueva tarjeta y una nueva médica de
cabecera, hacer que pase el primero la consulta, ponerle hora para que
le saquen la muela y recetarle los medicamentos a un precio ridículo.
Medicamentos que funcionan, oye, pues aunque no os lo creáis, en estas
tierras existen técnicas que funcionan y personas que las hacen
funcionar.
De las dos enfermeras que me atendieron, tanto la de la calle La Palma,
59, como la de La Palma, 51, no conozco sus nombres y vaya que lo
lamento, pues su esfuerzo por entenderme fue de tal magnitud que a
partir de ahora estarán preparadas para entender el glíglico. Del médico
que me atendió sí que puedo dar el nombre porque viene en la receta: se
llama Juan Manuel Hernández Pérez. Muchas gracias.
Y a todo esto. Espero estar recuperado del todo para este sábado 23.
Para ese día se ha convocado una manifestación en defensa de un ramo de
derechos que nos están recortando, uno de ellos la sanidad, y si los
medicamentos de la imagen me siguen funcionando como en las últimas
veinticuatro horas, ya no iré con la boca de ahora, que aún no consigue
abrirse del todo y mucho menos proferir gritos, sino con la boca de
entonces, que gracias a unos cuantos verdaderos profesionales estará
completamente abierta, capaz de gritar a trueno SÍ a la sanidad pública,
NO a quienes van contra ella.
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Neorrabios@
Me gusta mucho cómo está narrado. Sigo leyendo por aquí. Sigue en ello!
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