viernes, 12 de abril de 2013

RAFAEL REIG. ESCRITOR.


Carta con respuesta

Una lejana provincia

Todas las monarquías son bananeras. Pero esto ya parece un caso digno de ser tratado en SÁLVAMELantana
Tiene usted toda la razón, pero a mí me recuerda más a Cuéntame y a aquellos tiempos en los que nunca era muy nítida la diferencia entre pecados y delitos.
Antes, en mi remota infancia, cuando los zapatos Gorila y los sobres con soldados de plástico, aún quedaban en España provincias dejadas de la mano de Dios, y cuando alguien de buena familia daba un mal paso o cometía un desmán se le enviaba una temporada con unos parientes al páramo leonés o a un aislado cortijo andaluz.  Niñas de casa bien grávidas por causa de un chisgarabís o viceversa, señoritos que dejaban en estado a la chacha; coroneles de intendencia que habían cometido un desfalco, magistrados que le cogían cariño a un gitanillo y hasta le habían regalado una Bultaco en premio a sus amabilidades, sin olvidar a las inevitables adúlteras de mirada tórrida que poblaban la imaginación de los más pequeños (soñábamos sin parar con mujeres que no fueran trigo limpio aunque llevaran combinación).
Bastaba una temporada de retiro, oraciones, pollos de corral y jerséis de lana para que el réprobo purgara sus culpas y, cuando se había olvidado todo, volvía con mucho mejor color y los gestos trémulos del arrepentido.
Ahora, con tanto internet y tantas redes sociales, no quedan ya provincias apartadas, por lo que las familias bien tienen que recurrir a emiratos árabes para que los descarriados hagan penitencia, aunque en el fondo es la misma idea: retírate una temporada de la circulación, hasta que escampe.
A mí me parece enternecedor que Urdangarín quiera poner tierra por medio y esconderse en Qatar o Catar o como rayos manden escribirlo ahora, esa arrinconada provincia española en la que recuperar por fin la paz de espíritu. Allí me lo imagino, con las manos enlazadas por dentro de las mangas de una chilaba, toscas sandalias, cabeza gacha, a paso lento por La Corniche de Doha, mortificándose por haber caído en la tentación.
Si ha cometido algún delito, la justicia le reclamará lo que tenga que reclamar, lo demás, los actos de contrición, son propios de los tiempos en que lo importante, más allá de la ley (y como fundamento de la misma), es el desorden moral, que sólo se cura con dolor de corazón y propósito de enmienda (por lo menos hasta que vuelva a las andadas).
¿Y Cristina? Pues tendrán que enviarla con su pariente, casi como hermanos, el rey de Marruecos.
¿Y Juan Carlos, el rey? Además de pedir perdón, ¿por qué no desaparece una larga temporada en la estepa siberiana con su buen amigo Putin?
¿Debería abdicar? Siempre que no fuera en su hijo Felipe, de acuerdo, que abdique. Soy partidario de la república, pero si hay que soportar a un rey, por lo menos que haga reír de vez en cuando, así que una de dos: o que vaya vestido con manto de armiño y barbas blancas, como los reyes de las barajas, o que calce escarpines, pinganillo en la oreja y pantalones de paramecios.
Abdicación, sí, pero a favor de Marichalar, a ser posible.
O si no, una república, si de verdad queremos algo serio.

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