lunes, 1 de abril de 2013

POBRECITO HABLADOR DEL SIGLO XXI


JUEVES, 28 DE MARZO DE 2013

Lars Von Trier en Calanda

Lars Von Trier es un artista controvertido: Ésta es una frase inflada, rellena de tópico periodístico hasta las trancas, igual que un pavo americano el día acción de acción de gracias; igual que la realidad corpórea  de una virgen de Semana Santa. Es ese tipo de frases que sacan de un apuro al periodista vago, inepto, lego, novato o mal pagado. Y sin embargo Lars Von Trier  lo es. O te gusta o no te gusta. O lo odias o lo amas. Te levantas de la butaca antes de terminar el cartón de  palomitas o te olvidas de ellas y te sorprendes a media proyección con la sal de las lágrimas en la boca.
Como mínimo, tres de  las películas de Von Trier tienen un denominador común, que es lo mismo que decir que esas tres  películas en realidad son la misma película, lo cual ni es bueno ni es malo, sencillamente es así, y a quien le guste que las vea, y a quien no que se quede en casa: siempre hay en sus historias una figura pura, buena, de bondad tocada por la santidad, habitualmente femenina; una especie de virgen posmoderna que en la primera mitad de la cinta  ofrece al espectador y al mundo que  la rodea  un ejemplo tras otro de docilidad, generosidad, tolerancia, ingenuidad y magnanimidad proverbiales, nombres todos ellos pertenecientes a la estirpe de los adjetivos pero que transmutan en carne sustantiva por obra y gracia de los designios de su dios creador. ¡Ah, estos tiempos de mística! ¡Ah, estos momentos de la sangre y del sacrificio! ¡Ah, estos días de misterios oscuros  y dolor púrpura!.
Lars Von Trier debe conocer España. Quiero decir que la debe conocer bien. No solamente el Kursaal, La Concha y El Peine del viento. De hecho cuentan las leyendas urbanas  que se le ha podido ver enfajado y empañuelado soportando el peso de algunos  pasos andaluces. Otras fuentes dirigen los rumores hacia  un rincón estratégico del ayuntamiento de Elche, donde parece haber sido visto apuntando las frases del alcalde esquizofrénico que en Jueves Santo cree ser Poncio Pilatos.  También hay quienes se atreven a identificarlo como el Jesús de Esparraguera, pero solamente  en la escena en la que avanza lenta y humildemente  sobre el borriquillo en la entrada triunfal a Jerusalén bajo un bosque de palmas enfervorecidas. Finalmente, los más osados aseguran haber visto fotografías del bueno de Lars aporreando el tambor en la rompida de  Calanda;  dicen que para acercarse a los orígenes y la idiosincrasia que vio nacer y crecer al  maestro Buñuel, el auténtico y genuino inventor del dogmaavant la image.
Yo, la verdad,  no encuentro otra explicación a Dogville, Dancing in the dark o Breaking the waves.   En las tres películas  se reproduce asombrosamente la plantilla evangélica del advenimiento, fascinación popular, caída, tortura y sacrificio- a manos de los mismos que la admiraron- de un ser cuya principal característica se corresponde a la perfección con  el canon de la humilde bondad judeocristiana. Es el guión representado una  y mil veces de modos y maneras diferentes en las plazas penitentes de media España.  Pero ayer, víspera de la consumación mistérica en el que el Dios padre propicia la inmolación del Hijo, se produjo en mí una de esas extrañas y contadas revelaciones que uno puede experimentar en la vida.
Despanzurrado frente a la televisión y un poco cansado de intentar hallar la explicación de cómo alguien pensó que Víctor Mature podía ser actor, me dispuse a soportar  los sufrimientos del terrible viacrucis del zapping santo hasta que en la 1, la pública, creí encontrar un espacio de meditación, debate, reflexión e información.
En una mesa semicircular, moderada por una conocida presentadora, siete opinadores  muy bien informados, elegantemente vestidos, de expresión impecable y  tono absolutamente democrático, despellejaban sin piedad a Ada Colau,  mujer presente en la misma mesa que  hasta hacía dos días escasos  y desde hace ya unos meses había sido alzada a los altares de la opinión pública por liderar y asumir la portavocía de las cientos de familias desahuciadas y sacar hacia delante una ley popular que permita la dación en pago. Como resulta que la ley que van a redactar la cuadrilla de hijos de puta que continuadamente dormita, estafa y prevarica en el Congreso de los Diputados de los cojones  no es más que una torrija mojada en leche, un  jartón de reir en las caras de las víctimas que padecen la dictadura financiera, algunas decenas de miembros de la plataforma de la que forma parte Ada Colau decidieron llamar la atención de alguna de sus graciosas señorías concentrándose pacíficamente frente a los portales de sus casas para explicarles megáfono en ristre lo injusto de la situación que ley democrática actual les obliga a hacer frente.
Terrorista, camisa parda, fascista, nazi, antisistema, antidemocrática, kale borroka, etarra, batasuna han sido alguno de los apelativos con que los tertulianos de ése y otros programas han obsequiado a la buena mujer. Ganarle a la Colau un pulso dialéctico  es mucho ganar. De hecho, ni la cátedra de mierda  del profesor universitario sabihondo, ni la experiencia mediática de algunos, y la mala hostia demócrata de otras pudo rebatir ni de lejos ninguno de los argumentos aducidos por ella. Como Jesús frente a Pilatos, Grace frente a Dogville, Selma frente el juez Mantle  o  Bess ante los calvinistas escoceses.
Razón y sinrazón, bondad y perversidad, cinismo y heroísmo, Hobbes versus Rousseau, lección vital universal, bíblica, dogmática, transformada por el azar del calendario en la mejor escena patria del escarnio público que nadie pueda haber imaginado para una perfecta y recogida velada de Semana Santa española.
Por si alguien no lo recuerda,  las hijas de Von Trier no resucitan. 

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