lunes, 19 de noviembre de 2012

BATANIA





lunes, 19 de noviembre de 2012


EL HIJO DE PUSKAS: Iratxe (I)


Era el primer día de curso y el profesor llegó con la bragueta abierta. Fue en clase de Marketing o quizá en Relaciones Públicas, no estoy seguro. Tampoco recuerdo bien si el profesor se llamaba Patxi Doblas o Patxi Mardaras, pero era mi segundo año en la Universidad de Leioa, año 93, allá en la Facultad de Ciencias de la Comunicación, y las ciento cincuenta personas que saturábamos la clase sólo teníamos ojos y risas para la bragueta del profesor. Hasta que una chica rubia levantó la mano:

–¿Decía? –preguntó Patxi, el profesor.
–Perdone –contestó la chica–, pero lleva la bragueta abierta.

Aquello fue el acabose. Los ciento cincuenta alumnos, hasta entonces con la risa contenida, estallamos en carcajadas. El pobre Patxi se puso azul y luego violeta y luego rojo, aunque salió del paso con buen pie:

–Gracias, mujer, gracias. Menos mal que me lo has dicho. Ya me parecía a mí que se oían muchas risitas extrañas en esta clase. Cabrones.

A la salida aún seguíamos riéndonos de la bragueta del profesor y de la sinceridad brutal de aquella chica rubia, que por cierto era un bellezón, aunque a mí me parecía que existen otras maneras de decir las cosas. No sé. Si yo quisiera hacerle notar a un profesor que lleva la bragueta abierta, pienso, se lo diría en un aparte para no humillarlo, y no levantando la mano y de modo que me escuche toda la clase. Pero aquella chica estaba para mojar pan, ya lo he dicho, y tengo comprobado que las chicas que están buenas creen que todo se les debe ser consentido y jaleado por la sola razón de su carita.

Al día siguiente volví a la facultad a la hora de siempre, sobre las 8:10, cincuenta minutos antes de que empezaran las clases, y me dispuse a jugar la partida de mus habitual con Rakel, Aritza, Nerea y Álex, compañeros que había conocido en el primer curso. Aquel día había una novedad con respecto al año anterior: una amiga de Rakel se incorporaba al grupo. Cuando la vi me quedé pasmado: era la misma maciza que el día anterior le había dicho al profesor que llevaba la bragueta abierta.

–Yo me llamo Alberto –me presenté–. ¿Y tú?

Pareció no haberme oído. Se tomó un tiempo para mirarme de soslayo y después se pasó la mano por la melena. Qué aires y qué chulería, me dije. Por un momento pensé en presentarme otra vez, pero al fin dijo:

–Iratxe.
.

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