viernes, 29 de junio de 2012

BATANIA----NEORRABIOSO


viernes, 29 de junio de 2012

La última piña (II)


Aquel lanzamiento asombroso fue el primero de los incontables que iba a presenciar durante mi infancia y adolescencia, lo mismo con piedras o cebollas o peras u otras frutas que hacían las veces de piñas. Volvía mi padre de las campas con dos manzanas que estaban podridas o que tenían gusano y se repetía la historia:

–A ver hasta dónde lanzas esta manzana.
–Pero no te dejes, aita.
–Qué me voy a dejar. Te doy treinta pasos de ventaja.
–Vale.

Lanzaba con fuerza y técnica tan impresionantes que empezó a desarrollarse en mí la idea religiosa de que allí se ocultaba algo no mensurable, de que las piñas y las manzanas iban más allá del impulso que les propinaba, porque mi padre, a pesar de su altura, era un hombre muy delgado y aquellas demostraciones parecían atentar contra las leyes de la física. Esa misma idea comenzó a acecharme cuando le veía alzando a nuestro perro Clay al nivel del hombro, pues la de levantar animales era otra de sus extravagancias, una rareza que nunca vi en el resto de los aldeanos, lo mismo de Lauros que de Mungia o de todo el Txorierri. Era habitual verle cogiendo cabras o perros o novillos primerizos, a los que agarraba por las tripas de un golpe, aup, y los volvía dejar en el suelo tras mantenerlos unos segundos en el aire. La gente de Lauros alucinaba:

–Pero Nicasín, ¿qué haces con esa cabra en los brazos?
–A los animales hay que hacerles saber que tú eres más fuerte que ellos, sólo así te respetan –respondía.

Y era verdad que lo hacía con esa intención pedagógica, y justo por ese motivo lo repetía sobre todo con los novillos primerizos, pues cuando pesaban más de cien kilos ya le era imposible levantarlos:

–Cuando este novillo tenga cuatrocientos kilos –me decía, mirándome–, va a seguir pensando que soy más fuerte que él y me va a respetar. Acuérdate de lo que te he dicho.

Creía de tal forma en su sistema de levantar en brazos a los animales que rompía a reír y movía la cabeza con desaprobación cada vez que veía que otros laurotarras utilizaban el palo contra las vacas o atizaban a los perros:

–¿Ves? –me decía entonces, jactancioso–. Luego se burlan de mí. Yo no pego a los animales. Yo no necesito pegarles.

Y era cierto también que no les pegaba: los animales lo adoraban, lo mismo las vacas que las cabras o los perros o los gatos. Lo del ganado se podía entender porque era él quien se encargaba de su limpieza, ordeño y alimentación; pero era sorprendente que también le quisieran con preferencia los gatos y los perros, que eran alimentados sobre todo por mi madre y mi tío Hilario y eran cuidados por mí o por mis hermanas.

–¿Dónde está Rambo? –preguntaba alguna de mis hermanas.
–Dónde va a estar. Tumbado en los zapatos de tu padre –contestaba mi madre.

Aquel era uno de los enigmas que no lograba resolver de mi padre durante mi adolescencia. ¿Por qué los gatos se sentaban y dormían encima de sus pies y no en los nuestros? ¿Por qué las vacas se ponían a mugir sólo cuando notaban la voz de mi padre y nunca con nuestras voces? ¿Por qué los perros movían la cola y se daban a llorar de alegría cuando sentían a dos kilómetros de distancia el sonido particular de su renault 6 amarillo, mientras que a nosotros sólo nos dedicaban una alegría estandar? ¿No se daban cuenta ellos de que mi padre bebía, de que mi padre nos abandonaba, de que mi padre se destruía? ¿Son tontos los animales, son indiferentes, no se dan cuenta de las cosas, de lo bueno y de lo malo, de lo culpable y lo inocente? ¿No se dan cuenta o es que los animales disponen de algunas antenas de que nosotros no disponemos?

La paradoja era enorme: mientras los homo sapiens iban abandonando uno a uno a mi padre o se situaban nítidos en su contra, los animales seguían radicales a su favor y demostraban incluso que le preferían a todos nosotros juntos. ¿Qué pasaba con aquel hombre? ¿Qué se me escapaba de él? Y esa manera de lanzar piñas..., ¿dónde había aprendido a lanzar las piñas así, como un perfecto jugador de béisbol, si nunca jugó al béisbol ni sabía siquiera lo que era el béisbol?

–No sé por qué he lanzado tan mal, hoy no es mi día.
–Cállate, aita, te has vuelto a dejar.
–¿Me dejas lanzar una piña fuera de concurso?
–Venga.

Y lanzaba de nuevo, y la piña salía recta, cortada, vertiginosa, e iba subiendo y haciendo zium, zium, como feliz de haber sido lanzada por aquella mano, como empujándose a sí misma más allá del impulso primero, zium, zium...
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...