domingo, 20 de mayo de 2012

Rafael Reig. Escritor. Blog amigo.


Los ríos profundos
Ayer me llevó mi hija a ver un río que está al lado de casa, pero escondido entre unos montes (que es donde suelen ocultarse).
Anusca había hecho una presa con sus amigas.
Aquí está atravesando su presa para cruzar el río:


¿A que parece la novia de Huckleberry?
En la historia que escribo, como en (casi) todas las historias desde que el mundo es mundo, tarde o temprano alguien cruza un río.
A mí me gusta que el río sea de verdad, lo que a veces me obliga a inundar Madrid y hacer La Castellana navegable, al único efecto de que Fulano de Tal pueda atravesar una corriente de agua.
No obstante, si es menester que el río aparezca en sentido figurado, qué le vamos a hacer: hasta las venas valen y en la muñeca o en el corazón hay ríos profundos para vadear.
En lo que escribo ahora hay ríos que parecen reales y que se parecen a estos de la sierra del Guadarrama, y hay personajes que los cruzan, a menudo sin saber lo que hay al otro lado ni lo que dejan atrás.


Aquí estoy, dubitativo, atemorizado, sin saber si cruzo o no cruzo el agua.
Una vez me contaron que Juan Benet, en sus últimos días, a veces se quedaba ensimismado y luego explicaba: estaba imaginando un río.
A mí también me pasa, imagino ríos, pero como si fueran de verdad. Creo que así lo haría Benet.



Este es un río que dibujó Benet (el diletante) a lápiz en 1976.
Así veo también los ríos, cuando cierro los ojos, siempre es el curso superior, casi en el mismo nacimiento, siempre en una montaña que recuerda a las del Guadarrama.
Un hendidura que forma un valle, un hilo de agua entre dos laderas.
Así el río parece el origen del mundo (pintado por Gustave Courbet, claro está).
Esa anfractuosidad, esa cuenca entre los muslos, ese húmedo surco en el que todo empieza, pero nunca termina, porque, como decía el poeta de La destrucción o el amor, un cuerpo es un río (no nos bañamos dos veces en el mismo).
Cuando contemplo tu cuerpo extendido
como un río que nunca acaba de pasar.
Vicente Aleixandre: “A ti, viva”.
Por eso la primera palabra del Finnegans Wake no podía ser otra que un río, agua que corre y no termina de pasar (por eso la novela acaba igual): “riverrun, past Eve and Adam’s, from swerve of shore to bend of bay, brings us by a commodius vicus of recirculation back to…
Riverrun.
Tampoco sabemos qué hay al otro lado de un cuerpo.
Pero nos metemos en el agua, sonrientes.
Por cierto, Los ríos profundos es el título de una novela de José María Arguedas.

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