jueves, 1 de febrero de 2018

mujer de congal de quinta


qué haríamos los tipos tristes si no existieras,
putita barata de congal de quinta;
los introvertidos y los mediocres y los que no tienen ni puta idea
de tácticas de seducción y conquista de mujeres
los masturbadores acomplejados por ser feos, gordos, calvos
por tener las orejas grandes o simplemente por timidez
los traumados porque la primera vez
que se quedaron en pelotas delante de la chica
que cogía con todos en la escuela
ella no pudo evitar cagarse de la risa
al contemplar aquella torre de 7 cms. de alzada
con la que se suponía que le partirían el culo en dos pedazos;
o los viejos que se les murió la esposa
antes de que la próstata los dejara inservibles
y que si invirtieran su jodida pensión en cortejar a una dama decente
después no les alcanzaría ni para comprar una puta viagra
y qué haríamos los que tenemos el corazón roto
y nunca pudimos ya volver a ser los mismos
después de haber sido engañados y despachados con los cuernos puestos
directo a la mierda por la única mujer
a la que alguna vez amamos;
o esos cerdos hijos de puta degenerados
que a pesar de tener mujer, familia, casa y una vida aparentemente perfecta
se ven compelidos cada vez que hay luna llena
a arrastrarse por el fango para llenarse la boca de mierda;
o todos aquellos mutantes y especímenes raros
a los que la evolución le dio la puta gana
de endilgarles un paquete genético premiado
ya fuera con tartamudeo, estrabismo, enanismo
labio leporino, macrocefalia o la rara propensión
a pasarse todo el puto día bebiendo
tumbados en el mismo destartalado sillón donde han pasado
sus mejores años persiguiendo el poema perfecto
solo para encontrarse, ya sesentones
con que al final del arcoiris no hay más que un pantano
y que las chicas que solían concederles gratuitamente sus favores
hace tiempo están casadas y ya no responden el teléfono
qué haríamos los jodidos, los pendejos, los que las neuronas no les alcanzan
ni para atinar a pronunciar una puta frase de más de 3 palabras
que pudiera llevarlos a comerse una rosca;
y a qué extremos de psicopatía criminal no llegaríamos algunos,
filantrópica dama de ligeros cascos,
si no nos quedara siempre el sencillo recurso,
para sofocar la eterna hoguera de nuestra frustración sexual,

de culear contigo a cambio solo de unos miserables pesos





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