miércoles, 22 de junio de 2016

el día del fontanero


el domingo en la mañana,
al subir a la azotea de mi casa para contemplar
el eclipse de sol que habían dicho en las noticias
que sería visible a simple vista con sólo mirar hacia arriba
desde cualquier punto en la zona del hemisferio norte donde está ubicado
el puto pueblo donde vivo
-y del cual eclipse no se vio por cierto ni puta madre-,
me percaté de que la tapa del tanque de agua
que alimenta de la misma las tuberías de la casa,
se había volado -probablemente en alas
de los fuertes vientos que azotaron la región
en octubre pasado, cuando se deslizó tierra adentro,
a cien kilómetros de aquí, el temible huracán patricia-,
y que la exposición a la intemperie del interior del referido tanque,
junto con la mala calidad de los procesos purificadores
del sistema municipal de saneamiento de agua y alcantarillado,
habían propiciado la formación, en el piso y las paredes del tinaco,
de una gruesa capa de fango verdoso de consistencia gelatinosa
donde seguramente proliferaba todo tipo de microorganismos y
otros repugnantes infusorios portadores de mortales cepas,
ve tú a saber de qué putas misteriosas y terroríficas plagas
capaces de acabar hasta con un elefante;
viendo aquello y dado que,
al hallarme en medio de uno de los esporádicos episodios
de bloqueo creativo que me asaltan
un promedio de tres veces por año,
no tenía en perspectiva ningún poema que escribir,
resolví por tanto utilizar el resto de las horas
de aquella deseclipsada mañana,
restregando con un cepillo de gruesas cerdas metálicas
-y un bote de líquido limpiador cloralex aromatizado con hierbas de la pradera
que elimina al instante todas las bacterias y los gérmenes
que el detergente común no puede eliminar-,
cada centímetro cuadrado de la superficie del susodicho tanque,
y no detenerme hasta no haber
logrado por fin desprender de su asidero
por lo menos el 99 % de las potencialmente destructivas partículas
de aquel inmundo y venenoso cochambre;
"si me apuro tal vez aún me dé tiempo
de ir a la tienda por un par de séiceses de cerveza
para aplastarme luego en el puto sillón
a ver el bosnia-dinamarca en la eurocopa";
dos horas más tarde, aproximadamente,
habiendo conseguido ya finiquitar la última etapa
del proceso de limpieza de aquel vomitivo recipiente de pvc
-ahora lo veías y casi te hacía pensar
en el sarcófago de cristal donde, según los hermanos grimm,
se pasó durmiendo durante 100 largos años
aquella puta huevona de blancanieves antes de que el príncipe se la cogiera-
comprobé con espanto e intentando sin éxito ahogar un alarido de terror,
que al haberse mezclado con el agua del tinaco
e infiltrado luego a través de las tuberías de la casa,
las partículas removidas de aquel habían terminado obstruyendo
todas las llaves, desagües y grifos del sistema de cañerías,
y que por muy limpio que hubiese quedado el puto depósito en la azotea,
en la casa no caía ni gota de agua;
-"adiós a mis hermosos planes de dominguito alegre
poniéndome hasta el culo de cerveza viendo el futbol"-
en cualquier caso, a fin de cuentas,
terminé, sí, yendo a la tienda;
no precisamente por cerveza, sino por un bote de 3.8 litros
de solución destapacaños mister músculo
-con fórmula mejorada que no daña las tuberías-
en los que me gasté los pinches 200 pesos de la cerveza,
y otros 200 más que había previsto utilizar para procurarme
los favores sexuales de una de las chicas que atienden las mesas
del congal-ramada de la playa cruzando el río
50 metros más allá de donde acaba el malecón;
por otra parte, siendo que llevo ya
estreñido y sin poder cagar a gusto desde hace más de 6 meses,
fue todo uno confirmar que la solución destapacaños
realmente cumplía a las mil maravillas con lo escrito en la etiqueta,
y echarme un trago de la misma obedeciendo a la lógica
de que si funcionaba tan bien en cañerías de cobre,
cuánto y más mejor funcionaría en unos jodidos intestinos


-dígame qué tengo, doctor; ya no aguanto la maldita panza

-¿lo que usted tiene, señor poeta romántico villa?;
lo que usted tiene es mierda en la puta cabeza



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