lunes, 14 de diciembre de 2015

LA MONSTRUACIÓN

LUNES, 14 DE DICIEMBRE DE 2015
Años ha bromeaba con mis compañeros de estudio sobre cómo sería el trabajo perfecto. Decíamos que debería ser una ocupación que requiriera las funciones de un cura, la remuneración de un ministro y el descanso vacacional de un profesor de escuela. Dado que ni dando cuatro vueltas al mundo encontraríamos semejante ilusión, a unos nos dio por estudiar y a otros por estudiar para intentar ser un engranaje más en la maquinaria de estado. Es decir: opositar. A pesar de su lejanía, recuerdo muy vivas las palabras de Gumercinda, que llegaron a mí entre el humo de su cigarro y el tintineo de las botellas: "Nuestros viejos son obreros, Cabrónidas, y no somos Borbones. Así que nos toca currar, y como yo no quiero currar, me voy a poner a estudiar. Pero no a estudiar cualquier mierda, no. Voy a lo seguro, Cabrónidas. Voy a superar unas oposiciones y a ser funcionaria. Voy a aprovecharme de ciertos privilegios que eso conlleva y a asegurarme la mensualidad de por vida. Y sobretodo a tocarme el mondongo".


El tiempo demostró que Gumercinda hablaba en serio; en lo uno y en lo otro: aprobó en Técnic Serveis Penitenciaris y cuando no hacia nada y no pasaban las horas, se tocaba el mondongo, y aun respetando la dedicación que tuvo que emplear Gumercinda, no es nada meritoria si la comparamos, por odioso que sea, con la que tuvieron que emplear mis otros compañeros que decidieron estudiar para notario. Ahora no sé, pero años atrás las oposiciones a notarías eran tan duras que dejaban una impronta perenne de merma física y mental en todo aquel que osara afrontarlas. Vi con mis propios ojos como los opositores se aislaban del resto del mundo en austeros y claustrofóbicos zulos y cubículos, memorizando el vasto temario que comprendía cosas amenas y divertidas tales como Derecho Civil, Derecho Mercantil, Legislación hipotecaria, Legislación Notarial y Derecho Procesal o Administrativo. A continuación, recitaban lo aprendido en una letanía neutra, como viejas devotas rezando el padrenuestro. Cada uno de los temas debía ser entonado en una cadencia concreta, para no excederse ni quedar rezagados del tiempo que les impondría el tribunal.


Cuando llegaba el día del examen, los opositores abandonaban su clausura y regresaban al mundo exterior tambaleándose. La mayoría estallaban en una silueta de cenizas en cuanto la luz solar incidía sobre ellos. Los más resistentes asimilaban los cambios sociales y paisajísticos, no sin quedar seria e irremediablemente traumatizados al comprobar que la canción de "dale a tu cuerpo alegría Macarena" ya era historia o que sus novias ya no conservaban el apellido de solteras. Los que sobrevivieron y suspendieron, lo dejaron y decidieron dedicarse a otros estudios y a vivir. Los que sobrevivieron y además aprobaron, desarrollaron toda una alucinante gama de insólitas excentricidades.


Uno acudió de visita a casa de mis padres para darnos la gran noticia, y sin previo aviso, se fue a la cocina y apareció con una escoba en equilibrio sobre su barbilla. Después, añadió precariamente una de las sillas del comedor. Boquiabiertos, mirábamos cómo intentaba equilibrar ambos objetos al mismo tiempo. El inestable espectáculo de equilibrismo finalizó en tragedia y los dos objetos cayeron sobre él dañándole la frente y la dignidad, no así como el cerebro que le venía deteriorado de serie. Otro recién aprobado y también amigo de mis padres como el accidentado notario equilibrista, acostumbraba a disfrazarse de enciclopedia o rúbrica en las situaciones más inverosímiles. Una vez se hizo fotografiar vestido de Néfertiti y cada mes durante tres años, enviaba las fotos a amigos y familiares con enigmáticas dedicatorias en arameo. Un tercero empleó tantas horas de estudio, que desarrolló una complicidad enfermiza con el tiempo y sembró toda su notaría con centenares relojes. El buen hombre abría una hora antes para que le diera tiempo a darles cuerda, y según él, eso le ayudaba a comenzar la jornada optimista y relajado. No así como a sus clientes y empleados, que convulsionaban de histeria o escapaban de allí con un alarido atravesando el cristal de las ventanas entre tanto tictac y tanta campanada cada diez minutos. Hubo otro que siempre caminaba por las aceras en la misma dirección que los coches hasta el agotamiento, tan pronto a la izquierda como a la derecha, convencido de que, de no hacerlo, le sobrevendría la muerte súbita. Un quinto notario, aborreció de tal modo su silla y su escritorio de estudio, que recibía a sus clientes en la bañera de su casa, no siempre llena de agua. Hubo dos que conformaron un dúo de estudio: uno, para no aburrirse, primero memorizaba las páginas pares, luego las impares, y finalmente las ordenaba en su cabeza. El otro, más normal, le daba la vuelta a los libros y los leía del revés. Ambos siguen en paradero desconocido. Y si no, el caso extremo del notario atemporal. El susodicho se levantaba temprano, se vestía de traje y corbata y salía a comprar el periódico. Después entraba en el bar de toda la vida y desayunaba un croisán y un cortado. El desayuno siempre le costaba cien pesetas. Siempre. Y siempre le devolvían cinco. Y así durante treinta y dos años sin atender al IPC. La familia pagaba la diferencia a final de mes, a sabiendas de que alterar tan desconcertante rutina le hubiera provocado un estado de shock. También está el caso de Sinforoso, que una vez opositó con éxito, pensaba que cada vez que amanecía era el último. Sinforoso, cada día dejaba abierto su despacho y se iba al bar para amorrarse al periódico y leer todas las esquelas a ver si encontraba la suya. Memorizaba los horarios de todos los entierros a los que acudía puntualmente para ver si era él el enterrado. Naturalmente, se le incapacitó para ejercer su profesión, y no por estar chiflado, cosa habitual entre los de su gremio, sino por no acudir al despacho.


En fin, podría citaros más casos reales sobre cómo las oposiciones a notarías transforman la psique del ser humano, pero tampoco quiero desalentar a toda persona que quiera intentarlo. Y no hay otra. ¿No tienes la sangre azul? Pues a estudiar o a currar; la libertad ya la emplearemos si nos da tiempo.








Regurgitado por Cabronidas @ 12:50

5 comentarios:

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  2. EL mejor trabajo, siempre, es que puede evitarse. De eso no hay dudas.

    Suerte

    J.

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  3. Cuando te dan gato por liebre y encima has de apañártelas como dios te asista

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  4. Cuando te dan gato por liebre y encima has de apañártelas como dios te asista

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