martes, 5 de mayo de 2015

aquellas putas de mi juventud...


aquellas putas de mi juventud
que se entendían con uno por casi nada...
y eran jóvenes y hermosas y de buen carácter
siempre dispuestas a plegarse a tu menor deseo
como una hermana más chica que llegado el caso
no tiene ningún inconveniente en lavarte la ropa
servirte el desayuno, incluso de vez en cuando
si la melancolía te agobia, llegar a hacerte una paja;
la mayor parte de ellas hacía su vida en el burdel
-una vieja casona con patio a las afueras del pueblo-
y excepto por el hecho de que se acostaban con cualquiera
hubiesen podido pasar como hijas de familia
de esas que en aquellos tiempos sumidos en la oscurantez
acostumbraban madrugar a la iglesia a confesar
que el novio les había puesto la mano "en un lugar impropio";
algunas de hecho iban a misa los domingos
y luego cruzaban a la plaza y hacían la compra en el mercado
mezclándose entre la gente con sus vestido recién lavados
de colores claros, falda ancha y adornados con lacitos de saten;
llevaban sandalias, alguna pulsera, un mínimo de pintura en los labios
las veías pasar y te daban ganas de pedir su mano
casarte con ellas, construir una casa junto al río
bajo la sombra de un enorme árbol, al pie de las suaves colinas
y arrastrar la remolona existencia del campesino apegado a la tierra
narcotizado por el sol, el tequila y la entrepierna de su mujer;
alguna vez fui tan pendejo como para hacer el intento
de llevar a la práctica aquel impulso trasnochado:
le robé una vaca a mi abuela y compré una cama
un ropero con espejo, una estufita de gas, platos, sartenes
dos colchas porque entonces era invierno y hacía frío
el resto del dinero lo gasté en convencer a la mayra
-morena, 17 años, flaca y con unas tetas como balones
sus ojos negros me aceleraban los latidos del corazón-
de que se viniera conmigo, "total qué coño pierdes"
un puto experimento que duró algunos meses
y a consecuencia del cual me quedó la impresión duradera
de que el amor es quizás lo mejor que existe
siempre y cuando seas lo bastante distraído para no percatarte
de que la mujer que amas te pone los cuernos cada vez que puede:
después de mayra, en todo caso
para aprovechar la vista al río y la cama y la puta estufita
en ocasiones dejaba que alguna tipa pasara una temporada en el jacalón
y me cobraba el alquiler echándole un palo todos los días;
luego pasó el tiempo y me enamoré de una que no era puta
dejé de ir al burdel y gastarme el dinero en cosas superfluas
-alcohol, tabaco, frívolos y complacientes coñitos adolescentes-
me puse a ahorrar, compré otro ropero y tuve la pendeja ocurrencia
de dejar preñada a la tipa de la que me había enamorado
el resto de mi vida consistió basicamente
en someterme a un proceso tendiente a amargarme cada día más
trabajar para mantener a mi creciente familia y volverme alcohólico
divorciarme a su debido tiempo, quedarme por último en la calle
-mi consuelo de que la perra se quedara con la casa junto al río
es que el puto río hacía ya tiempo que se había secado-
convertirme milagrosamente en poeta cierta noche
cuando tirado en una banca de la plaza miré la luna asomar a lo lejos
y una cosa extraña me invadió de pronto el pecho
desde ese día me solté a escribir a carretadas
poemas pedorros como este
donde suelo hablar de cosas que a decir verdad
a veces me pregunto si no las saqué de un puto sueño





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