jueves, 30 de abril de 2015

LA MONSTRUACIÓN

JUEVES, 30 DE ABRIL DE 2015
Qué bar no ha tenido entre sus filas, a ese cliente que hace del acontecimiento más mundano, el chiste más reído. Más que bufón o arlequín, en el bar de Sito también teníamos a nuestro showman innato, que más que showman, era un prestidigitador hábil y lenguaraz en contar chistes y demás deformaciones de la realidad. Ya cuando lo conocimos dijo que lo llamaban Metralla, pues era imparable como la risa que producía, cuando a bocajarro desataba su talento humorístico. Gran amigo de todos y singular compañero de multitud de maldades, se atrevió a morir sin dejar su dirección de ouija, con lo cual imposibilitó cualquier tipo de contacto posterior a su descanso eterno. Todos en el bar de Sito nos sentimos jodidos, y a buen seguro que no reiría el chiste. En todo caso, le parecería malo con avaricia, ya que Metralla ha sido la persona más ingeniosa que he conocido. A mí, que no me gusta el buceo y el submarinismo, algún ser superior me concedió el don de respirar bajo el agua, mientras que a Metralla, le fue concedido el don de contar buenas historias. Estas eran crueles, descacharrantes y absolutamente delirantes. Con Metralla, corrías el riesgo de abrirte la caja torácica y que las carcajadas se derramaran a borbotones. Muchas veces tuvimos que suplicarle que cerrara la boca al tiempo que se nos nublaba la vista y nos acercábamos a la embolia, y él, sabiéndonos a su merced, sacaba partido de cualquier situación. El hecho más anodino lo desmontaba, barajaba los trozos a su antojo y los reconstruía en un prodigio, en una historia tragicómica, a veces hermosa y siempre surrealista.


Un día fui invitado a visitar el yacimiento donde trabajaba un amigo paleontólogo. Allí, en aquel lugar primigenio, entre las capas cretácica y jurásica, hallé el fósil de Metralla. Quizás este chiste sí despertara su admiración en caso de podérselo contar, pero lo cierto es que Metralla no murió (que sepa). Un día, ahora hará más de quince años, dejó de salir y no se le volvió a ver. Sin más. La desaparición de Metralla fue inesperada, descuadró a todos y fue fruto de cábalas y demás disertaciones místicas y trasnochadas.  El Joan de la ribera aseguraba que Metralla consumió alguna mierda adulterada de Jabba El Hutt. A su vez, Jabba El Hutt, amenazando con convertir a Joan en basura para cerdos por sus calumnias, menospreciaba a Metralla diciendo que decidió dedicar su vida y lo poco que le quedaba de cerebro a comprender los entresijos del Gran Arquitecto. Otros dicen que emprendió uno de sus reiterados viajes de LSD del cual ya no pudo regresar. Incluso recurrimos a las oscuras artes de la señora Tere para que nos dijera algo al respecto, pero nos conminó, por nuestro bien, al respeto y a la prudencia para con unas fuerzas que ni entendíamos y según ella, jamás seríamos capaces de entender. Por mi parte, aunque verosímiles, jamás creí en aquellas conjeturas y como no encontraba ninguna explicación satisfactoria para tan súbita desaparición, durante un tiempo seguí llamándolo por teléfono hasta que asumí la veracidad de la misma. Soltero y sin familiares conocidos, tuvimos que resignarnos a que Metralla se volatilizó de nuestro entorno dejándonos un vacío raro y desencajado que, al menos a mí, aún me dura. Y aunque débil, florece algunas veces en los momentos más insospechados.


En ocasiones, quién sabe si por la huella imperecedera que dejó en mis entrañas, sueño con él y nos vemos ahí, en el bar de mi vida, en un ambiente para mí entrañable, que me parece el de un sanatorio para discapacitados o el del Palacio Real, entre internos desquiciados o Borbones sin trono, que da igual. Lo veo desaseado de la cabeza a los pies, quizás porque mi subconsciente cree que está hospedado en el cortijo de los cipreses. Y lo evoco en una cómica aparición de ultratumba: lo que antaño fue una frondosa mata de pelo castaño, eran unos mechones ralos que la mugre apelmazaba por parroquias. La tiña, piojos y chinches, correteaban en simpático compadreo por entre los matojos de pelo, y algún que otro minúsculo mamífero, sobresalía saltarín por entre los pelos de su perilla. Al tiempo, cuatro moscardones verdosos gravitaban permanentemente, cual satélites craneales, alrededor de ese microcosmos sarnoso. Su tez alquitranada, exhibía oscuridades propias de un cielo encapotado, y las piezas dentales de su mandíbula inferior, caballuna como una malformación, presentaba peor aspecto que la quijada cariada de un orco. Mal que bien, torcidas y con los cristales rotos, conservaba sus gafas que paliaban con cuestionada eficacia su miopía galopante, y sus pendientes, antaño destellantes al sol, eran diminutos puntos negros en los lóbulos. Y allí, entre el bullicio de la ebriedad, la peligrosidad de las apuestas ilegales y la euforia del narcótico, lo veíamos contar e imitar como nadie, todo aquello que él considerara digno de la mofa más aguda y contagiosa.



Después de la desaparición de Metralla, el bar de Sito continuó cinco años más hasta su fin, y durante ese intervalo de tiempo, no pasó un día sin que uno u otro recordara la de risas que nos provocó, y en definitiva, lo grande que fue estuviera donde estuviera.


Esté donde esté.







Regurgitado por Cabronidas @

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