viernes, 5 de septiembre de 2014
54
A los veinticinco años
La gente de Madrid se mata a los veinticinco años.
La gente de Madrid nace
blanca y crece en rojo,
pero se mata a los veinticinco años.
La gente pinta y sueña
cometas y bufandas,
pero se mata a los veinticinco años.
Se abre en la cuna
y ríe adolescente,
pero se mata a los veinticinco años.
Se cuelga en la soga de la hipoteca.
A los veinticinco años.
Se tira del séptimo del matrimonio.
A los veinticinco años.
Se toma el veneno de los hijos.
A los veinticinco años.
Se pega el tiro de las ocho horas.
A los veinticinco años.
Aquí siempre trabaja el mismo marmolista:
Raquel Merino: muerta a los veinticinco años.
Aurelio Guerrero: muerto a los veinticinco años.
José Carvajal, Julián Gómez, Rosa Cañas,
tus amigos no te olvidan: muertos
a los veinticinco años.
¡Si hubieran salvado a su héroe!
¡Si hubieran vivido a contramuerte!
¡Si hubieran sembrado claveles con alas
o lunes trepando por los trapecios!
A los veinticinco años.
La gente de Madrid se mata a los veinticinco años.
Fallecida de muerte natural
a los veinticinco años.
BATANIA / NEORRABIOSO, La poesía ha vuelto y yo no tengo la culpa, Madrid, 2014, págs. 66 y 67
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