Hervir para las impurezas

Tres chicos provisionales para Marga, Laura y Vanesa, nombres al azar que se han convertidos en nicks o sílabas o meras iniciales. Nombres bastante comunes que atraen a los poemarios delgados y los tatuajes formato mono/sexual. Exposiciones y presentaciones de libros a veces de ellas y a veces de otras, algunas veces de los novios del momento y todo está en Google, burbujea en el timeline y se multiplican las fotos públicas y salpica el semen y el mundo pobre y desvencijado y no-tecnológico está lejos y basta y sobra con la mera noticia al respecto. Luego hay otros tres chicos, y entre ellos y los anteriores ha habido melancolía hipster y fotos retocadas y narraciones al respecto. A menudo llevan ahora sombreros y barbas cuidadosamente descuidadas y más tatuajes, un poco más grandes (de los que de lejos parecen roña), y todo sucede a los veintitantos y la conciencia política suele ser sintética y repleta de vasos medio llenos y sonrisas lascivas en blanco y negro estilo años dos mil… La superficie es reluciente y el fondo es igual al de los papás. El futuro es estanco y el progreso –de haberlo– es solo económico. Las personas realmente diferentes son mascotas y las que van de diferentes son las reinas del momento, a cada segundo pasan de moda y a cada segundo se adaptan, las capas de hipocresía se multiplican y nadie queda a salvo, el grosor de la primera pátina de todo empieza a ser imposible de penetrar para cualquier prospector, y la poesía es un ente al modo Frankenstein, formado por los tics que algunos se huelen que otros creen que son guays, mientras la tristeza y la felicidad se convierten en lo contrario a la espontaneidad, y la responsabilidad en lo que hay al otro extremo de la autenticidad. Marga hace una fotografía y recuerda aquel momento en que hizo una fotografía mientras pensaba en aquellas fotografías inexistentes del aquel viaje cuando se le olvidó la cámara. Laura y Vanesa la miran por encima de sus bebidas irreconocibles a simple vista y le dicen que eso le pasa porque un día se le va a olvidar la cabeza. Luego cacarean al modo de las gallinasStarbucks y se explican los polvos de ayer –aunque solo sea con miradas– para que por fin existan y se ríen avergonzadas y a la vez orgullosas de sus próximas ideas para nuevos tatuajes. Laura despierta una mañana en la habitación de su piso compartido y el chico con el que ha pasado la noche la fotografía a contraluz mientras ella se viste mirando hacia la ventana que da a una calle estrecha de un barrio ametrallado por Instagramencajonado en una gran ciudad; nido de chicas y chicos parcelando la libertad, proyectando referencias pop en contextos artísticos e intentando llenar lo que en el fondo saben es una burbuja nacida ya a ras de suelo. Vanesa prepara no muy lejos un desayuno vegano que queda digitalmente petrificado y estudia para su máster mientras lewhatsappea a alguien que está hasta arriba y se dedica luego a organizar su agenda mental para meter en ella un nuevo chico y el nuevo tatuaje y la visita a ese nuevo sitio con ese tío que pincha dicen de maravilla y donde dicen no sirven garrafón. El cielo sigue igual que antaño y los nombres comunes convertidos en muñones confunden la introspección con la pose, y cómo culparles, habiendo nacido y crecido entre sonrisas pasivo-agresivas Educativas y sabias sobre el papel, ecos de siglos pasados basados también en pieles y filtros interesados, variaciones sobre bases ya malamente olorosas y oráculos cuya profunda evolución ha consistido en no poder colocar ahora encima una sevillana. Fútbol en HD y cine a diez putos euros, vamos al local de luces rojas que nos dijeron. Las chicas de nombres comunes y estéticas basadas en estéticas basadas en estéticas basadas en estéticas basadas en estéticas que a su vez estuvieron basadas en estéticas que alguien creó basándose en ciertas estéticas, salen a poner a prueba la juventud que creen antecede al fin del mundo, que no es más que sus muertes, cuando sucedan –creen ellas– a los treinta años, mientras se siguen pensando originales buscando arrugas en el espejo, mientras le quitan hierro al asunto y luego se olvidan subiendo tres escalones y pidiendo algún tema a ese dj que pincha cosas que quieren ser Depeche mode o los Radiohead del ‘Idioteque’ pero no lo logran. Niñas de veinte y veintimuchos, inconformistas como manda el canon e independizadas como manda la física, con tíos de camisas a cuadros, extraños piercings y aspectos con los que te es imposible imaginarlos a los sesenta años. Luego de los treinta ya hay que sentar cabeza otra vez y volverse recto, la juventud es una etapa fácil de superar si ha sido más bien artificial. La vida se hace más fácil por secciones, y un hijo a veces es la excusa perfecta para convertirse en alguien ya abiertamente egoísta y orgullosamente materialista. Supongo que no es fácil desmarcarse más allá de la mera idea, del mero concepto. Debe doler que te hagan un tatuaje, les dice una día una cuarta chica a las chicas, y ellas dicen que sí, pero coño, dicen luego, algo hay que hacer, algo hay que fotografiar, algo hay que hacer pasar por carácter, algo hay que enseñar como prueba de que una es feliz, de que sale y hace cosas o de que tiene verdadero amor por el Arte y el dolor y la verdadera vida. No lo dicen exactamente con esas palabras. Algo hay que hacer para sacar tanto sentimiento hacia afuera, para que quede visible, para que la gente lo vea, para que vislumbren tu pequeña pero respetable colección de ex-parejas (‘¡no somos putas!’) y brutales polvos de verano, y el dolor, recuerda, dolor, un dolor emocional insoportable, que con grandes dosis de madurez y tinta y poesía urbana se ha superado. Niña, un tatuaje no es nada en comparación con todo eso, o agujerarse la nariz o el ombligo o bueno, o cualquier parte del cuerpo que puedas pinzar con el índice y el pulgar. Todo es tan romántico cuando el culo aún es terso… Luego decae la presunta personalidad al mismo ritmo que el culo en la muerte prematura. Hay que dejar este piso de tropecientas habitaciones, ¿aquí cómo vamos a criar a un niño?, necesitamos al menos dos lavabos, ¿has oído lo de esa chica de abajo a la que se le ha muerto el novio?, qué penita. Suena un grupo que intenta sonar evolucionado incluyendo algo de sintetizador, el dj sonríe a las chicas, que se contonean a pocos años del fin. El pez se muerde la cola, en la que lleva un septum que está pensando en quitarse, se acerca una entrevista de trabajo para entrar en la cadena de montaje; no había enchufes, así que no había arte, el talento es una decisión y el profesionalismo la tira de veces una forma elegante de prostitución. Chico Ideal llega con la edad requerida y los testículos tan cargados como la hoja de méritos, importante es como decían los Manos no fiarse de una habitación en llamas; llama la edad adulta y la palabra Madurez gana terreno como una versión cínica de Godzilla. Esos nuevos caminos que algunos parecen ser capaces de transitar, es importante restarles mérito y credibilidad, lo autodidacta ha de ser sospechoso y las firmas huellas de Dios. El demonio de las ametralladoras por la lotería de las desgracias es en ocasiones imposible de evitar, pero nadie podrá culparte de aburrimiento atroz y torpeza vital si millones habitan millones de habitáculos iguales al tuyo.
Marga, Laura y Vanesa pueblan a menudo una cafetería que hace esquina y que tiene un pasado turbio. Dos chicos de Periferia tomaron lo que llaman malas decisiones; que culminan en lo que en una nota describen como «hervir para las impurezas». Es una redundancia social, uno de esos hechos terribles de los que nadie quiere sacar realmente conclusiones más allá de barrer con estilo la mierda bajo la alfombra. Retórica para ese cocido que sigue cocinándose para el Armagedón. Son cosas que pasan, pues, dos chicos y sus malas cabezas. No es culpa de nadie, mucho menos de nadie adulto o circundante a las vidas de esos muchachos. Es la coyuntura, las circunstancias, y también las M240 conseguidas a saber de qué retorcida manera. Esos niñatos de instituto… nunca se centraban. No tenían nota media para acceder a la facultad de la zona, el edifico frente a la cafetería, nunca podrían tontear con esas universitarias, tendrían que conformarse con las aprobadas por los pelos en algún antro académico para medio-tontitos. Los pechos estallan por las ráfagas, un ruido insoportable hace que el interior de la cafetería parezca el interior de una lata de Coca-cola, si es que no lo es en realidad. Grita quien tiene tiempo de gritar, es hora punta por la tarde, cuando la facultad ya vomitó y la biblioteca ya regurgitó, época de exámenes y muy poca calma. Evolución es un adulto diciéndote que te lo juegas TODO antes de los veinte años. Evolución es un adulto relativizando y suavizando las formas de decirte cómo va a decidir si eres listo o retrasado, y por qué no puedes sacar a colación lo que no esté en el Programa. Algunos estudiantes se ven tan salpicados se sangre que no saben si les han dado o no. Se oyen lloros y quejidos, algunas ráfagas rebotan en cierta zona metálica. Había un señor canoso, un profesor que no ha sido alcanzado y que hace la croqueta en el suelo infartado. Mar, Lu y Vani estaban comentando los detalles sobre cierta calavera para la rabadilla cuando han visto entrar a los chicos, y han sido de las primeras en sucumbir, aún no con casi treinta años, pero a medio camino, una tragedia juvenil, un holocausto indie femenino, pura ironía de las masacres en terreno occidental, donde nos fabricamos nuestras propias ideas sobre el drama, sobre el futuro. Los chicos, dos, caminan entre los cuerpos y los ametrallan otra vez por si quedaba alguien aún con planes para morir a los treinta. Reservan munición para ellos mismos. Es una locura, o bien el resultado de sumas y medias sencillas, de presión donde no había nada por lo que presionar, de jerarquías donde podría haber habido una sana relación de egos y caracteres, de números donde podría haber salido alguna buena poesía para variar. Selección académica donde debería haber una parcela de oportunidades reales a largo plazo para cada cual. Decisiones precipitadas después de años en aulas en las que se hacía imposible pensar. No hay justificación para el extremo de lo sucedido, pero probablemente sí una explicación más sencilla de lo que todos creen. La noticia es que no exploten más bombas ni revienten más pechos, la conclusión potencial es que hay que generar más prospectores, no tener el sacrificio como base sino como ingrediente que llega por defecto; la sonrisa no como opción, sino como sinceridad en respuesta a las circunstancias, y el amor no como fotos retocadas ni colecciones de explicaciones, sino como algo tan auténtico que viva en el espacio que hay entre el grito y el secreto, porque si hay algo de verdad su ubicación pública o privada es lo de menos. Regueros de sangre dejan los cuerpos, y charcos y folios manchados y todo tipo de trastos finos con la pantalla quebrada, el transcurso de una época, como cristales gruesos de un rascacielos, y una chica con tatuajes que siguen demasiado en el centro.
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