domingo, 11 de mayo de 2014

RAFAEL REIG

Rafael Reig, blog, escritor, novelista, literaturaPues aquí pondré lo que se me vaya ocurriendo. Poca cosa, en general. Lo primero que se me pase por la cabeza. Lo que lea por ahí y lo que me cuenten en la barra de los bares o los amigos. Y si alguien quiere poner algo también, estupendo: no censuraré ningún comentario. Corrijo: sólo permitiré que se publiquen los comentarios que a mí me dé la gana y no daré ninguna explicación al respecto

La edición es un martirio

Uno de mis amigos crónicos, Eduardo Becerra, organiza todos los años en la Autónoma de Madrid el ya legendario Master de Edición Edelvives-UAM.
Al final, para que los estudiantes comprendan que no es oro todo lo que reluce, nos lleva a un coloquio a los amigos. No hay mejor forma que vernos en persona para que se den cuenta de la avilantez y falta de brillo que rodea al mundo de la literatura y la edición.
Siempre vamos los mismos, aunque este año se ha sumado por fin Nuria Azancot.
Procuramos dar espectáculo. Manuel Rodríguez Rivero se transforma en “el hombre de los números”, trae cuadros, gráficos de barras, cifras de libros editados, listas de más vendidos.Luisgé Martín y yo nos peleamos todo lo que podemos, como verduleras, a grito pelado, motejándonos de “medroso socialdemócrata” (yo a él) y “sanguinario leninista” (él a mí). José Andrés Rojo se transforma en “el hombre que comparte interrogaciones”, el que se plantea una reflexión gesticulando como si quisiera modelar  una escultura de mediano tamaño. Edu Becerra compone gestos de resignación, aunque se ríe entre dientes, disfrutando del aquelarre.
-Ustedes comprenderán que, si un 22% de los que se declaran lectores, que son a su vez un 46% de la población mayor de 16 años… -es Manolo, el hombre numérico.
-La clave no está en cuántos leen, sino en qué leen -interviene Luisgé.
-Lo que diga Babelia, porque son muy papanatas -acoto yo, para chinchar un poco a Rojo.
-¿Papanatas? No sabría decir -Rojo, el hombre interrogativo, es un hombre cordial por encima de todo-. Sin embargo, lo que yo me pregunto -gesto dubitativo con las manos- y quiero compartir ahora -señala con un dedo el momento exacto en una invisible línea del tiempo que se extiende ante él- con todos vosotros -abre los brazos en cruz y manotea para arrojar la duda al auditorio…
-Claro, claro, Babelia no mola… ¡lo que mola es la Literatunaya Gazeta, no te fastidia, bolchevique miope! O lo que diga Pravda, ¿verdad? -Luisgé a la carga.
-Chicos, yo creo que no es para ponerse así, podemos mirarlo desde otro punto de vista -es Nuria, que quiere ser conciliadora o quizá sabe de sobra que un poco de sensatez es el detonante que nos hace falta para estallar a decir nuevas majaderías en voz aún más alta.
-La edición, eso a lo que os queréis dedicar, es un trabajo muy bonito -tranquiliza Edu a sus estudiantes.
-El trabajo de edición llueve sobre mojado -digo yo, no sé por qué.
-Reig, ¿cuántos whiskies llevas? -pregunta con malicia Luisgé.
-¿�?ste? No los cuenta, ha bebido a morro de la botella, sólo porque era gratis, que pagaba Edu -añade Manolo.
Y así hasta que los  pobres estudiantes se quedan aturdidos, agotados y algo perplejos. Por un lado, si en la edición hay individuos como nosotros, ¿dónde se están metiendo? En ningún sitio en el que valga la pena estar. Claro que, por otro lado, si nosotros pasamos por tipos serios, a los que dejan publicar, que editamos libros y que, por si fuera poco, recibimos un (magro) estipendio a cambio… ¡entonces no puede ser tan difícil trabajar en la edición! ¡Mal se les tiene que poner para no ser directores generales en dos semanas, si esto es lo que hay!
Luego salimos de estampida (o de estampía, típica trampa para correctores: vide Manuel Seco) hacia la barra de un bar y a la cena a la que nos invita Eduardo.
-Yo no me voy a quedar a cenar -dijo Nuria-. Es que a mí estas cosas me revuelven las tripas y no me encuentro como para una cena.
-No me extraña, Luisgé, después de oírte a mí también se me ha revuelto el estómago -digo yo.
-¡No es eso! Es que me pongo nerviosa….
-Arcadas te habrán dado, Nuria, pobre mujer, después de tener que oír al patán pretencioso de Reig -Luisgé contraataca.
Total, que nos fuimos a cenar.
Aquí estamos, yo, Luisgé Martín, Manuel Rodríguez Rivero, Eduardo Becerra y José Andrés Rojo.
Como siempre, Edu empuña un gin & tonic. Yo, un whisky.
Como siempre, nos reímos como enfermos y le cortamos un traje a todos los qu eno estaban presentes, salvo a Nuria Azancot, por supuesto.
Al llegar a casa me tomé el enésimo whisky, también a gollete, aunque lo hubiera pagado: una de esas botellas de Bushmills que compro en la (para mí) mejor bodega de Madrid: Licores Gómez, calle Acuerdo 26.
Entonces lo vi claro: llovía sobre mojado.
La voluntad de Dios nuestro Señor se expresa a través de los acontecimientos, es decir, en un lenguaje incomprensible para nosotros. ¿Cómo podemos interpretar los acontecimientos para llegar a lo que el comentario de texto tradicional llamaba “la intención del autor”?
Muy difícil, ¿verdad? Por eso decimos que sus caminos son inescrutables y que puede que escriba derecho, pero en renglones bien torcidos. Que es como decir que “la intención del autor es expresar la angustia contemporánea”: nada entre dos platos.
En ese sentido, Dios es un novelista: sus ideas, su visión de las cosas, el famoso mensaje nos lo cuenta a través de sucesos, argumentos, personajes, acontecimientos.
Puede que en otros tiempos Dios todavía practicara la poesía lírica, cuando en una zarza en llamas dejaba oír su palabra con énfasis, como quien se desahoga en un poema en primera persona.
Ahora vivimos tiempos prosaícos y a nosotros ya nos ha tocado sólo el Dios narrador, en prosa, el novelista flaubertiano, presente en todas partes, pero en ninguna de ellas visible, el Dios que inventa sucesos y nos deja a los lectores la tarea de darles sentido, ya sean un terremoto, la muerte de un pariente, una enfermedad o una erección imprevista al recordar a una persona que tú mismo pensabas que no te gustaba nada.
¿Qué tipo de novelista es Dios?
Ojo, porque es omnipotente, así que es todos los novelistas. Hay tardes de domingo tan insufribles como una página de Javier Marías, hay días laborables de una intensidad galdosiana, hay mañanas con un vermut y el resplandor de un capítulo de García Hortelano.
De acuerdo, pero en general yo creo que es un autor de best-sellers: a Dios le pierde su propensión a la truculencia. Lo suyo son los terremotos, los genocidios, las historias lacrimógenas. Sus argumentos son folletinescos, enrevesados y casi siempre inverosímiles. Usa mucha sal gorda. Parece seguir aquel consejo: cuando no sepas qué poner, mata a un niño. A menudo le da por escribir “con dos cojones”, con la garrulería testicular y la sordidez cubierta de oropel de un Pérez-Reverte. Otras veces nos presenta todo en fragmentos deshilvanados, como si fuera un autor de la generación Nocilla. ¡Es que es omnipotente!
No hay por qué sorprenderse, al fin y al cabo es uno de esos novelistas que lo fía todo a la inspiración: en una semanita se escribe un mundo, el tío.
Luego lee lo que le ha salido y, claro, no le gusta, se da cuenta de que ha escrito un universo infumable, y se coge una de sus pataletas:
Dijo, pues, Yahveh: “Borraré de sobre la haz del suelo al hombre que creé, desde los hombres a las bestias, los reptiles y las aves del cielo inclusive, pues estoy arrepentido de haberlos hecho”. (Génesis, 6, 7)
¿A quién no le ha pasado lo mismo cuando ha escrito a remolque de la inspiración, inventando un “territorio mítico”?
Pero en lugar de tirar el borrador manuscrito a las llamas o guardarlo en un cajón, Dios lo sumerge en un diluvio: corrige así, corrige a cántaros.
Inundar el mundo es su forma de pasar a limpio un borrador.
Les ocurre  a todos los escritores: por eso digo que un editor siempre llueve sobre mojado, corrige lo ya corregido.
La labor de edición es otra tormenta sobre el charco del diluvio, vuelve a anegar el texto ya inundado por el autor y del que sólo se salvarán, en un arca, dos o tres personajes, alguna escena, una línea argumental.
A lo mejor el editor final de la tarea creativa de Dios es Jesucristo, ¿no te parece?
En ese caso: ser editor es entregarse al martirio por propia voluntad.
Pero eso es lo que no les debemos decir a los estudiantes de un master de edición, ¿no te parece? Que les van a crucificar. ¡Cómo vamos a decirles eso!
Claro que, si Eduardo ya les ha hecho saber que tendrán que tratar con tipos como nosotros, de sobra saben ya que fácil, lo que se dice fácil, no va a ser.

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