PERO QUE NO EXISTÍAN. A ESO VENGO.
MIÉRCOLES, 19 DE MARZO DE 2014
Un trabajo honrado
Él creyó que yo no sabía la causa por la que aquella tarde, hace ahora dos meses, llegó a casa con la cara hecha un poema. Pero el que no sabía nada de nada era él, tan joven, tan ingenuo. Siempre ha sido un idealista. La edad. Debe ser la edad. Aunque yo a sus años estaba por otras cosas. Por ganarme la vida, salir de casa, independizarme, formar una familia, y trabajar, de lo que fuese, honradamente.
Cuando entró tenía la nariz reventada, totalmente deformada, porque el tabique nasal se le había desplazado como si fuese un boxeador y dos algodones le taponaban la hemorragia. Además, toda su expresión, entre dolorida e incrédula, se había convertido en una especie de careta deformada, sucia y amarillenta, debido a la mezcla escandalosa del yodo sobre el morado púrpura del derrame generalizado que le provocó el trauma. En la ceja izquierda lucía tres grapas. Casi no podía hablar a consecuencia de la tremenda tumefacción de los labios. Le faltaba un diente. Le habían vendado la oreja en la que le colgaba el piercing y además caminaba visiblemente encorvado, como un viejo. Cuando quise preguntar, antes incluso de alzar los ojos para emitir la preceptiva exclamación admirativa, me soltó una de las escusas más típicas y menos elaboradas que alguien pueda dar: Que se había zurrado con un tipo porque le había tocado el culo a su chica.
Pero él -¡pobre ángel mío!- no sabía, no sabía nada de nada. Ignoraba que yo ya esperaba verle en ese estado. Ignoraba que, tratándose de hijos, papá lo sabe todo; a veces, incluso, antes de que acontezca. Aun así, a pesar de su aspecto, no me quedó más remedio que aguantar el tipo. Si pretendía mantener mi secreto a salvo, tenía el deber y la obligación de transmitirle cierto equilibrio expresivo, ese ademán incierto y complejo que comunica al mismo tiempo sorpresa horrorizada , serenidad reconfortante y, sobre todo, disponibilidad total para el consuelo. Porque un padre es un padre, antes que cualquier otra cosa en la vida. Y en casos así, cuando está en juego la seguridad y el futuro, lo mejor es la sangre fría, el control sobre la mente y el autismo hacia el dolor ajeno. Así me enseñaron.
No obstante, el pobrecito mío lo desconocía todo, confiado desde bien pequeñito en lo que yo le decía cuando insistía, por ejemplo, en preguntarme sobre mis asuntos laborales y yo le contestaba con evasivas, con la respuesta de siempre, con el argumento que escuchó desde que empezó hablar, desde que un día llegó del colegio y me preguntó ¿Y tú, papá, de qué trabajas? Por eso, hace ahora dos meses, cuando le vi entrar, me dije: hasta aquí hemos llegado.
Ahora que estoy parado, tengo mucho tiempo para pensar. Sé que a pesar de la situación económica hice lo correcto, porque no hay día que no le recuerde tirado sobre al asfalto, acurrucado como un animalillo indefenso, bajo las porras de mis compañeros, y yo con ellos, camuflado tras mi máscara reglamentaria viendo la sangre -sangre de mi sangre- deslizándose por su rostro todavía imberbe, y el humo flotando como una niebla lacrimógena, y el sonido de las sirenas al final de la calle, justo en el lugar donde habíamos planeado acorralar a los manifestantes que aquella mañana salieron a pedir más becas, más educación y más profesores.
PUBLICADO POR EL POBRECITO HABLADOR DEL SIGLO XXI
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