martes, 25 de marzo de 2014

NEORRABIOSO

martes, 25 de marzo de 2014

47


Los amores descomunales

Las leyes salvajes y oblicuas de los amores descomunales
establecen hasta tres peonías borrachas y obligatorias:

La primera: si viene el tigrazo le esperas dentro de su boca.
La segunda: si te hieren que te cure el que te ha disparado.
La tercera: si te matan que te entierren con sus anillos.

No todos los amantes se atreven a los amores descomunales.
Son obstinados y terribles. No saben de musgo ni algodones.
No toleran maíz ni sosiego. Siempre vuelven hacia delante.

Siempre avanzan hacia el gran geranio o la gran destrucción.


BATANIA / NEORRABIOSO, El amor es un ave sin nido que pone huevos en el aire, 2014, fotografía de MERCHE CLOVER, modelo VERO VILLARES, pág. 79

Siempre dudando entre salvar el mundo o salvarnos de él (38)


viernes, 21 de marzo de 2014

46


Rejas

Ni el amor
ni la familia
ni la escuela
ni la iglesia
ni el estado
me dieron
ninguna libertad.

Y sin embargo,
puestos a elegir rejas,
prefiero
las
tuyas.


BATANIA / NEORRABIOSO, El amor es un ave sin nido que pone huevos en el aire, 2014, fotografía de MERCHE CLOVER, modelo VERO VILLARES, pág. 78

Siempre dudando entre salvar el mundo o salvarnos de él (37)


ANECDOTARIO DE ESCRITORES (702): La fascinación de Canetti por los viejos


El principal inconveniente de la vejez, y tan importante que casi superaría todas las ventajas, es que uno apenas piensa ya en los demás.

Pero contra eso hay una medicina: ser imprescindible. Lo que uno sabe que nadie sabe, lo que uno dice y nadie más puede decir. Debe ser tanto que los demás lleguen a sentirlo, quieran tenerlo y no lo dejen a uno en paz. Su deseo ha de ser un reto que lo fuerce a uno a reaccionar, y así, al transmitirlo, se referirá de nuevo a los demás.

Por ello es recomendable no dejar en paz a los viejos, de un modo sabio y que resulte eficaz, pero sin descanso.

Más difícil es remediar la pretensión de tener siempre razón: lo mejor es evitarla. Un desafío frontal sería en este caso infructuoso; es imposible concebir una forma de lucha más estéril.

Tal vez resulte ridículo que un viejo diga para qué sirven los viejos y para qué no, pero lo que estoy diciendo no es de hoy, se trata de una experiencia de muchos años: los viejos siempre me han fascinado, incluso en la adolescencia. De niño solía correr tras ellos, asombrado, y me habría gustado aferrarme de los faldones de los que tenían mucho que contar y no soltarles jamás. Los que eran demasiado perezosos para contar algo me dejaban estupefacto, esos eran los falsos viejos, los que sólo se hacían pasar por viejos sin serlo.

Nada me habría gustado más que ser un auténtico viejo y, así como otros desean hacerse ricos y no piensan en otra cosa hasta que lo consiguen, mi deseo más ferviente era llegar a viejo.


ELIAS CANETTI, El suplicio de las moscas, Anaya & Mario Muchnik, 1992, Madrid, traducción de Cristina García Ohlrich, págs. 114 y 115

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