martes, 18 de febrero de 2014

RAFAEL REIG, ESCRITOR Y LIBRERO DE LA LIBRERÍA FUENFRÍA.

Carta con respuesta

Razón contra sentido común

Señor Orejudo, en referencia a su última frase me permito añadir un matiz. Efectivamente me da miedo ser gobernado por mis semejantes, pero porque vivimos bajo la ley del más fuerte y del individualismo más feroz. Uno por uno, fuera de contexto, y mirándonos a los ojos casi todos somos solidarios. Saludos. VHS
Antonio Orejudo es uno de los columnistas con más filo que he leído, y es amigo mío, cosa de la que algunos lectores me acusan, como si debiera avergonzarme. Pues no, me enorgullece, con dieciocho años le dije: hay que fastidiarse, pero algún día tendré que presumir de haberte conocido. Hoy por ejemplo, cuando Orejudo ha conseguido una vez más hacerme la puñeta y dejarme pensativo y en duda. “Me da un poco de miedo ser gobernado por mis semejantes”, ha dicho y es imposible no darse por aludido. Ojalá pudiera, como usted, creer que soy solidario, pero ya ni siquiera creo que la palabra solidaridad tenga un significado real.
Soy solidario como todo el mundo: siempre que no salga demasiado caro. Si la solidaridad exige que viva en las condiciones en que viven los demás, dispongo, como todos, de recursos suficientes para construir justificaciones muy presentables, todas de sentido común. Solidarios he conocido a muy pocos, entre ellos a algún cura obrero (esos olvidados por la Transición) como mi admiradísimo tío Ramiro. Entre paréntesis: que un pedante tan pomposo como Jesús Aguirre, que fue duque de Alba, haya quedado como “el cura rojo”, mientras nos olvidamos de aquellos curas obreros, debería avergonzarnos. Pero eso es otra historia.
¿Me da miedo la democracia, ser gobernado por la mayoría? Miedo no, lo siguiente. Salvo que la mayoría estuviera de acuerdo conmigo, por supuesto (que no suele ser el caso).
En casa lo pasamos muy bien en la cena discutiendo con las chicas, dos adolescentes que vienen de la misa escolar inundadas de solidaridad, tolerancia, democracia y esas pamplinas vacías que tanto alimentan nuestra buena conciencia. Una noche les dije que yo era racista y casi me comen. Intenté explicarles que racistas somos todos; prejuicios tenemos todos; y que la única manera de evitar una conducta racista es ser consciente de nuestros propios sentimientos racistas. Lo mismo pienso del machismo. Del clasismo ídem de lienzo.
Y esa es mi posición en este asunto. Sólo si aceptamos que la democracia nos da miedo, que la igualdad nos asusta y que la solidaridad nos saldría demasiado cara, podemos imponer la razón a nuestros sentimientos (que siempre son el parapeto de nuestros intereses). Unamuno decía que el egoísmo es “el sentido común moral”.  Exacto. Y el sentido común económico también es el egoísmo: dar por sentado que “habrá que regularizar la inmigración”, por ejemplo.
El sentido común no es más que ideología reaccionaria. Por eso, contra el sentido común, se alza la razón, que requiere un esfuerzo intelectual para elaborarla y un esfuerzo real para imponerse. Por eso soy comunista, porque el comunismo no es más que la lucha de la razón contra el sentido común, el embrutecedor, reaccionario e instrumental sentido común, al servicio de la explotación. Sólo la razón nos empuja a la insurrección contra ese sentido común que no es más que la ideología de la clase dominante. Y contra nosotros mismos, nuestros intereses (de clase) y nuestros prejuicios (siempre interesados).
El comunismo será la victoria final de la razón sobre el sentido común moral y material. Sólo el comunismo vencerá el miedo a los demás y a nosotros mismos.

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