jueves, 27 de febrero de 2014

POBRECITO HABLADOR DEL SIGLO XXI

MARTES, 25 DE FEBRERO DE 2014

Flamenco, mentiras y papeles ocultos


Por paradójico que algunos les pueda parecer, los mejores actores son los que mejor mienten para decir la verdad; aquellos que  son capaces de tirar su yo  por ahí para asumir otra personalidad con la que mostrarnos la realidad. Por eso creo que un actor se parece mucho a un escritor. Al fin y al cabo lo que hacen es enfundarse  almas ajenas con el fin de revelarnos  verdades. De otra manera, siendo ellos mismos, no conseguirían más que describir  la realidad objetiva , plana,  sin profundidad, carente de relieves y adolecedora de autenticidad.
La historia del espectáculo  está  repleta  de actores y actrices extraordinarios capaces de convertirse en villanos malvados, aunque  la realidad propia la viviesen como  bellísimas personas; capaces  de encarnar auténticos  héroes sociales, mientras  vivían su existencia  como tiranos de manual; recreando para las pantallas y en los escenarios  donjuanes o mesalinas, aunque en sus camas gozasen con  personas de su mismo sexo… Todo con el único afán de  mostrarnos las miserias y las grandezas humanas, la verdad del hombre sobre la tierra a través del arte del disfraz, de la interpretación y de la mentira.
El pasado 23 de febrero fue un día que recordaremos durante mucho tiempo. Gracias a un atrevido programa de televisión del audaz  Jordi Evole,  probablemente ese domingo quede marcado para siempre en los anales del periodismo patrio. Esto es de tal modo así, que me atrevo a pronosticar que se hablará  de esta fecha en relación a “Operación Palace”   tanto como se ha hablado desde 1981 de la efeméride objeto del falso documental.
A mí el programa no me engañó, y no porque me tenga por miembro del bando de los listos, o de los muy listos. No me engañó porque a la hora que lo emitieron, yo, junto a  mi amor, y junto a unas escasas trescientas  o cuatrocientas personas más en todo el país (a juzgar por los datos de audiencia), estuve disfrutando del concierto homenaje a Enrique Morente que emitió  a esa misma hora la 2 de TVE.  Miguel Poveda (¡Por Dios, cómo canta Miguel Poveda!), Pitingo, Yerbabuena, José Mercé, Montoyita, Tomatito, Pepe Habichuela, Tomasito, Diego Carrasco, Estrella Morente… un auténtico festín de duende, quejío  y arte para deleitarse derramados  sobre el sofá mientras languidece la noche invernal de un domingo de febrero.
Confieso que  estuve tentado a cambiar de cadena. De hecho, recibí unos cuantos whatsaps conminándome a ver el docudrama ficticio entre urgencias, admiraciones y aspavientos, expresados con sus correspondientes emoticonos. Finalmente resistimos la tentación y  no hicimos caso. Lo estábamos pasando tan bien con lo mejor y más granado del flamenco  que la verdad sobre el 23F  en ese momento justo de nuestras vidas nos importaba un pimiento. Cuando ya finalizaba el concierto, aproximadamente una hora después del inicio del programa de Evole,  recibí el último whatsap de la noche. Decía así: “¡Qué cabrones, era un fake!". Apuré el gin tonic, nos lavamos los dientes y nos fuimos a dormir, tan tranquilos, con los acordes diáfanos y  puros  del Montoyita todavía resonando por dentro, más allá del oído, por entre los lugares del cuerpo  donde ya es imposible rescatarlos.
Por supuesto, al día siguiente, en el trabajo, no se hablaba de otra cosa. Por primera vez en mucho tiempo  las tertulias habituales sobre fútbol  a la hora del desayuno o de la comida dejaron paso  a “Operación Palace”. Entonces decidí que tenía verlo. De modo que ayer lunes, al llegar a casa, me conecté a la página de La Sexta y  pude juzgar a  toro pasado, con la distancia de los muy listos, de los listísimos que saben, ven y perciben la verdad de las cosas antes que nadie, el mockumentary más famoso de la historia de la televisión española. (Parece ser que es así, con esta palabreja, como  han bautizado los anglosajones este género televisivo).
Pasé un buen rato. Como no entraba virgen a la historia vi el programa de un modo lúdico, hasta divertido. Ver a Garci ejercer de Kubrik  no deja de tener cierta vis cómica. Al final, cuando a través de dos textos breves nos hacen llegar esa especie de proclama moral, de denuncia,  alegato, reivindicación o exigencia; un ¡queremos saber! periodístico, político  y social,  ni siquiera me paré a reflexionar un instante. Creo que a estas alturas todo el mundo sabe  que el intento del golpe de Estado del día 23 de febrero de 1981 se coció en las instancias más altas del gobierno de la nación. Demostrarlo  científica o fehacientemente es trabajo de historiadores, y quizá también de periodistas, pero en este caso, como en otros muchos célebres  que ha dado la Historia, para esclarecer la verdad no necesitamos conocer el contenido de  papeles ocultos.
Sin embargo, a pesar de todo, viendo y escuchando a Vestringe,  Leguina, Anasagasti, al mismísimo Iñaki Gabilondo, al historiador Mayayo o a los dos jefes de  espías que aparecen en el falso documental, empecé a pensar en algo que sí me produjo cierta inquietud, no sé si miedo; digamos que al menos me conturbó y que me ha obligado a reflexionar en un sentido que no tiene nada que ver con la necesidad o no de investigar más al respecto de la autoría intelectual del frustrado golpe de Estado. Y es que, de repente, me di cuenta de que todos los políticos que actuaban para Evole en esa especie de docudrama guionizado, en esa representación periodística  de ficción, eran capaces de hablar y de relatar hechos falsos – mentiras, a la postre-  con tal temple, tanta naturalidad, tanta flema, credibilidad y disposición como cuando en su acción política de su día a día, en su realidad cotidiana,  atienden o atendían  a periodistas, ciudadanos, jueces o a otros políticos. Es decir, que dominan el arte de explicar lo que no es con tal donaire, y tal virtuosismo que estoy convencido de que el equipo de producción gravaría una única toma por cada secuencia o frase.
A unos cuantos directores de cine y de teatro ya les gustaría contar en los repartos de sus obras con un elenco de actores que memorizasen el texto en tan poco  tiempo, o que no necesitasen más de dos tomas por cada secuencia. Aunque si  lo que se proponen es mentir para explicar la verdad, las capacidades mnemotécnicas o el número de veces que suena la claqueta para rodar  la misma escena  no deberían  constituirse en los principales valores, o en las habilidades diferenciales. La generosidad del alma, la disposición a humillar el propio yo, el sacrificio, el trabajo y la honestidad es lo que hace a un actor eterno,   lo que provoca en las personas emociones,  placer y conocimiento. Todo lo demás es  técnica, costumbre, descaro,   ausencia de vergüenza y grandes dosis de vanidad, que es lo que lo que algunos políticos saben hacer muy bien, extraordinariamente bien, para mentirnos, esbozando ante nuestra indiferencia, o ante nuestra impotencia,  una y otra vez, los  mismos ademanes y la misma mueca eficaz de veracidad.

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