domingo, 23 de febrero de 2014

LA MONSTRUACIÓN

Una vez conocí a un escritor en un bar de hombres tristes y violentos, donde los sueños morían en las colillas sin vida de un cenicero. Me explicó que la literatura era su salvación y su vida. El medio a través del cual intentaba ubicarse en un mundo que detestaba para transformarlo y hacerlo más enriquecedor que la vida misma. Una vida que a menudo le decepcionaba y desilusionaba hasta tal punto que dejaba de tener un sentido para él. Cuando se mecía en el vaivén de las letras, en cambio, la vida se volvía más cálida y adictiva, y por tanto, tenía otro aliento. Un aliento que trataba de hacer suyo para así inmortalizarlo con una belleza inmaculada sobre el papel en blanco: belleza en el contenido, en la palabra y en la forma. Vida y escritura son una y la misma cosa, decía. Son almas gemelas que dependen una de la otra y es precisamente por eso que vida y obra o, lo que es lo mismo, vida y literatura, se entrelazan y hermanan.


Me habló sobre las ausencias de su vida, las añoranzas, la muerte, la soledad, el silencio, el dolor... Todo es más soportable si se observa tras la máscara de la belleza y de la literatura. Me contó que en la contemplación de la belleza siempre encontraba la armonía, la serenidad y la tranquilidad que tanto necesitaba con tal de sentirse vivo y querido. Me preguntó qué era la belleza, sino aquella máscara tras la cual toda la crueldad y malicia que nos muestra la existencia, se apaga y diluye por unos instantes mientras el artista busca cobijo en otro mundo imaginario. No supe qué responder a una pregunta que abrigaba multitud de respuestas subjetivas, y ante mi silencio me preguntó si acaso no es gracias a la belleza que el escritor y también el ser humano, encuentra la paz interior que tanto anhela y, en consecuencia, aquella supuesta felicidad que todos buscamos.


Ni siquiera hoy en día entiendo del todo qué me quiso decir. Creo que, en efecto y rumiado desde la lejanía de algo ya vivido, aquel tipo vivía tras la máscara de la belleza con tal de hacer menos aterradoras las experiencias, a menudo dolorosas y pesadas que le tocaron vivir. Supongo que el arte, aquel que no conoce el lucro y parte de lo más profundo sin otro ánimo que el de expresar, es la salvación para cualquier creador con una vida complicada preñada de sinsabores. Creo que para él lo fue. Se despidió diciéndome que regresaba a su pueblo natal, en Francia. A menudo, te preguntan por qué escribes y por qué lo haces en un medio público. La respuesta es innecesaria por lo obvia que es. Desde hace muchos años yo sabía que quería escribir; lo que fuera y donde fuera y como digo siempre: sin límite alguno de temas y registros, atendiendo únicamente a mi estado anímico, etílico o sobrio. Lo que no sabía es cuándo empezar.


Por eso creo que la gran y a la vez insignificante pregunta sería cómo supiste que era el momento de escribir aquel primer artículo de toda tu vida. El verdadero origen de aquel primer impulso cuya inercia aún dura. Nunca contesté a esos interrogantes hasta el día de hoy, y lo tengo más que claro.


Fue por culpa de aquel tipo. De aquel escritor que conocí en aquel bar de hombres tristes y violentos.




Publicado Por Cabronidas

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