miércoles, 30 de octubre de 2013

LA MONSTRUACIÓN. BLOG AMIGO

Miércoles, 30 De Octubre De 2013
En varias ocasiones, estuve a punto de dejar sin cojones a ese botarate catalán de Cabrónidas. Pero quizás porque aún me quedaban resquicios de humanidad, nunca me atreví a hacerlo puesto que la primera impresión es la que cuenta y reconozco que desde que me salvó de la disciplina esclavista de tío Vasile, intuí que era un tipo especial. Y alguien que salva a alguien poniendo en peligro sus propios intereses de fuga, pasa a formar parte de la familia. La familia es lo primero, y yo sin ser jardinero siempre cuido de mi propio jardín, ustedes ya me entienden. Le ofrecí al chico entrar en mi negocio de desvalijamiento de cajeros y atracos informáticos. Él solo tenía que ocuparse de trasportar hasta mis aposentos el dinero sustraído y yo a cambio le ofrecía comida y alojamiento, pero Cabrónidas solo me traía disgustos y problemas a casa: atropellaba a los hombres que tenía robando en los cajeros y llegaba con el coche destrozado. Paciencia. A Cabrónidas había que atarlo en corto, aparte de que cuando bebía más de la cuenta se le desataba la lengua y arengaba a todo el mundo a viva voz que laboraba para la mafia rumana. Mis informadores me lo contaron un par de veces: "señor Dragosi, el chico no está preparado para una vida tan intensa; deshágase de él". Pero el chico, qué quieren que les diga, me gustaba y no hay que olvidar que me salvó, así que le propuse abandonar el piso donde vivía para que lo hiciera en mi mansión con mi familia. Él, agradecido, me ofreció un jamón de pata negra; no esa basura plastificada que venden en los grandes almacenes, no, sino jamón de ese que al catarlo te eleva del suelo, te hace cerrar los ojos y brotar las lágrimas.


Para celebrar el traslado del muchacho a mi mansión, montamos una fiesta por todo lo alto: litros de tuica, mis chicos vaciando los cargadores de sus automáticas contra el cielo y canciones rumanas populares a diestro y siniestro. Noche de felicidad y futuro incierto. Aquella noche Cabrónidas bebió tanto licor como agua derramada en el diluvio bíblico. Se creía el Silvio Berlusconi de la fiesta, el gran jefe Toro Sentado, el Guti de las discotecas y quería invitarnos a cerveza robada, que sabe mejor. Me informaron de que ya lo habían hecho otras veces en varios antros de la ciudad: Fiorenzo saboteaba el reproductor de música y mientras que el barman desviaba su atención de la clientela para revisar el cableado del aparato, Cabrónidas y unos diez chicos de los míos, irrumpían en el almacén que quedaba tras la puerta que había en la otra punta de la barra y se llevaban sobre el hombro todas las cajas de cerveza. Malditos chicos, durante un tiempo creí que aquellas cajas arrinconadas con los cascos vacíos eran de mi propia despensa. Más problemas. Cabrónidas se empeñó en llevar a la chica más guapa del último bar atracado a la fiesta de mi casa, montada en la cesta de la bicicleta que utilizó para la fuga. Oí cómo llegaban desde lo alto de uno de los ventanales. Fue un espectáculo realmente lamentable. Parecía que el manillar de la bici tuviera vida propia y Cabrónidas no pudiera controlarlo. La chica se tapaba los ojos y reía y profería alaridos al mismo tiempo, hasta que al final se estrellaron contra los setos que circundaban la mansión. Cabrónidas no sintió nada puesto que apenas rozó el suelo se quedó dormido sobre su propio meado. A la chica la mandemos de vuelta a su casa en taxi y no paraba de preguntar dónde estaba. Mandé recoger al pobre chico y que lo metieran en casa.


Después de cuatro días y cuatro noches roncando como un camión al ralentí, Cabrónidas volvió a ser persona y en lugar de preguntar cómo estaba la chica con la que apareció, nos escupió una sentida reprimenda por haberle robado aquella bici que según él era tan especial, símbolo de unión y amistad conmigo. Pobre muchacho, no recordaba nada de lo ocurrido. Así que sin darle explicaciones y con un gesto de resignación y paciencia, ordené a uno de mis chicos que fuera a buscar la bicicleta. Evidentemente, la bici o lo que quedaba de ella seguía allí donde se pegó el castañazo, arrumbada sobre un montón de setos hechos trizas. A pesar del devenir de los acontecimientos, tenía en gran estima a Cabrónidas y me seguía cayendo bien. Aquel jamón… Supuse que el muchacho necesitaba a una chica en su vida, por lo que en un esperanzado intento de redención, decidí estrechar mis lazos familiares con él emparejándolo con mi hija Klaudyna, una hermosa rumana con la energía de un volcán en erupción y la voluptuosidad de un mar embravecido. Sabía lo arriesgado de esa unión, puesto que el chico a punto estuvo de fallarme en el pasado cuando dejé a mi hija a su cargo. Aún tengo pesadillas y me despierto sudoroso a medianoche gritando su nombre.


Como ya se conocían, planeé un segundo encuentro entre ellos dos. Además, aún recuerdo aquella madrugada en la que las pelotas del muchacho estaban a punto de ser historia por haber perdido a Klaudyna, cuando la encontramos en su piso almorzando calmadamente. Y nunca se me olvidará aquella breve mirada de complicidad entre los dos. No puedo negarlo, había conexión. Como les decía, Cabrónidas y mi hija volvieron a salir mas cuando regresaron, no podía dar crédito a lo que veían mis ojos. klaudyna estaba con las tetas al aire carcajeándose como no la había vito nunca y señalando al muchacho, que vomitaba ruidosamente en todos los setos que aún quedaban sanos después del accidentado trayecto en bici. Hostia puta, Cabrónidas la había vuelto a cagar y acabó por agotar mi paciencia. Estaba corrompiendo a mi hija hasta límites inenarrables y pese a que era innegable que estaban hechos el uno para el otro, mañana hablaría con él y le brindaría una última oportunidad. No sé qué nos deparará el futuro, pero ya no me queda capacidad de perdón, por lo que tengo preparada mi cinta de cuero para el próximo error que cometa.





Post Scriptum.: para la debida comprensión de este complicadísimo artículo, es necesario leer la tetralogía "Érase una vez en Rumanía", alegremente desgranada en esta, vuestra bitácora.

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