martes, 4 de junio de 2013

RAFAEL REIG. ESCRITOR. y SU LIBRO.....LO QUE NO ESTÁ ESCRITO...ÉXITO DE VENTAS EN LA FERIA DEL LIBRO.

Rafael Reig, blog, escritor, novelista, literaturaPues aquí pondré lo que se me vaya ocurriendo. Poca cosa, en general. Lo primero que se me pase por la cabeza. Lo que lea por ahí y lo que me cuenten en la barra de los bares o los amigos. Y si alguien quiere poner algo también, estupendo: no censuraré ningún comentario. Corrijo: sólo permitiré que se publiquen los comentarios que a mí me dé la gana y no daré ninguna explicación al respecto.

Cada uno habla de la Feria…

…según la va en ella, eso dicen.
Así que debe de irme bien, porque siempre me entusiasma la Feria del Libro.
Este año, por primera vez, hemos compartido caseta Antonio Orejudo y yo.
¿Quién nos lo iba a decir, verdad?
A los dieciocho, diecinueve años, Orejudo y yo soñábamos con ser novelistas.
No poetas, ojo, eso nunca, nosotros acabábamos todos los renglones.
Además, ser poeta nos parecía muy fácil, muy elástico, ¡la ley del mínimo esfuerzo!
Para escribir una novela, decíamos, hay que pasar muchísimo rato sentado a la máquina. Un poema se hace en un pispás y luego, el pispás transcurrido y el soneto finiquitado, el poeta puede ducharse, ponerse una camisa limpia y salir a “recorrer la noche” y a chicolear por ahí con mujeres fáciles en una edad difícil.
La vida social de un novelista en cambio está a la cuarta pregunta, siempre tiene que irse más temprano a casa, porque necesita madrugar para “culminar obras maestras”.
Uno salía de La Rosa o del Penta y, en cuanto cruzaba la plaza, tenía la certeza de que, nada más cerrarse la puerta, los que se habían quedado, tras soltar una carcajada, acababan de empezar a meterse mano por encima y por debajo de la ropa.
Íbase pues el novelista con la cabeza gacha y las orejas rojas, agraviado, dolorido, repleto de rencor, rumbo a su condenada “obra maestra”, con la firme decisión de permanecer sentado hasta culminarla y lanzársela a la cara a tanta chica pizpireta y tanto atolondrado. Escribíamos, también, para vengarnos. Tanto como para salvarnos.
Pero en el ínterin, las novias nos dejaban por imposibles y se iban con los malditos poetas, con tipos que acababan de formar una banda, con el chisgarabís que dizque andaba rodando un corto o con uno que tenía una moto de 250 cc.
Y los novelistas, en pijama, metiendo un folio en el carro de la máquina y tecleando:
CAPÍTULO XII
Bruno abandonó la posada
Vale, formidable, pero  ¿a dónde iba el tal Bruno? ¿Y qué narices hacía en una posada? ¿Acaso no estaba cómodo y por eso la abandona o es que le perseguían? ¿Y quién rayos iba a querer perseguir a un tío que abandona una posada?
Un sin vivir.
Un sin Dios, vaya.
La soledad del escritor de novelas hace indispensable un amigo novelista.
El mío fue entonces y sigue siendo Orejudo. Durante aquellos años, todo lo que fui capaz de aprender sobre novelas lo descubrí gracias a Orejudo. Y lo que fui capaz de escribir, la testarudez que lo hizo posible, la insensata fe en mí mismo; el convencimiento de que sólo se es escritor a solas, ante la Olivetti, pero no en los saraos literarios ni en los bares de la calle San Vicente Ferrer; todo eso lo logré gracias a la amistad de Orejudo.
Lo que más me llama la atención ahora es que, hasta muchos años después, no leí nada escrito por Orejudo (salvo un cuento  y algunos trozos de novela en los que tenían mucho protagonismo unos saharauis y unas manchas de Titanlux rojo en la pared de la casa de una chica que se parecía mucho a nuestra amiga Rosa).
Y sin embargo, desde el primer día, tuve la certeza de que era uno de los grandes novelistas, de los pocos que hay.
Y no me equivocaba.
Pero ¿cómo lo supe? ¿Cómo supe sin leer nada que era tan bueno? Por el corte de pelo? ¿Por la forma de subrayar los libros que me dejaba? ¿Por aquella cazadora de aviador forrada de peluche que solía llevar?
Mirando hacia atrás (sin ira) sólo encuentro una explicación, pero es complicada, la dejamos para otro día.
In illo tempore, soñábamos con publicar una novela… ¡y este sábado estuvimos juntos firmando en el Retiro, acogidos en la hospitalaria caseta de los amigos de la librería Muga!
Hétenos aquí:

Cuánto ha llovido desde aquellos días, es decir estos días de la foto que le hice a Orejudo en un viaje a Cáceres:

Creo recordar que la mirada reflexiva y soñadora no se debe a que estuviera pergeñando una obra maestra, qué va, sino al efecto contundente de los cuatro  porros que nos fumamos nada más llegar a aquel hotel de Cáceres.
Así empezó para mí la Feria este año, con la alegría y el estupor de firmar con Orejudo.
Fue angustioso.
Cada vez que Orejudo firmaba un libro, el ruido de su rotulador sobre la página me arañaba el corazón. Sentía una necesidad imperiosa de beber cenizas, de masticar vidrio, de dar puñetazos al aire: los libreros me sujetaban y me consolaban; me decían que no me preocupara, que ya firmaría yo también algún libro. Quizá. Más tarde. O quizá no. Pero que no importaba tanto tampoco, si no lo firmaba. Que no era ninguna competición.
Ja.
Ja, ja.
Ja, ja, ja.
Mi única oportunidad llegó cuando se acercó uno de esos visitantes peculiares o con marcada personalidad, que tanto abundan en la Feria.
Cogió un libro de Orejudo, lo miró de arriba a abajo, leyó un par de páginas….
(Ése momento es terrible, una sensación parecida a la de un examen: tú estás ahí impávido frente a un tipo que manosea tu libro, va poniendo caras de disgusto o de interés, y el final lo deja, y entonces te dan ganas de llamarle: eh, oiga, en concreto ¿qué es lo que ha visto que le ha disgustado tanto? ¿Le importaría explicarme por qué motivo he suspendido? ¿Por la foto? ¿Por la contraportada? ¿Porque en la página 125 aparece la palabra “arbotante”?)
… y decidió comprarlo dedicado por el autor, pero antes preguntó:
–¿Tú estudiaste Filosofía en la Complutense, verdad?
–No, qué va, Filología en la Autónoma –respondió inocentemente Orejudo.
Acto seguido, sumamente decepcionado, casi con fastidio, el tipo devolvió el libro a su sitio y aseguró que se había confundido.
–¡Yo estudié Filosofía en la Complutense, se lo juro! –me lancé yo, cogiendo al vuelo la oportunidad–. Si quiere le firmo mi libro…
Y así fue como conseguí firmar al menos un libro.
En la Feria siempre puedes confiar en la aparición de tipos así: los que sólo compran libros sobre ornitorrincos (y el único que hay en la caseta resulta que ya lo tienen, encima), los que compran dos ejemplares, uno para cada una de sus cuñadas (inevitable pensar que el tío está liado con ambas cuñadas, aunque parecía una mosquita muerta), el que paga con tarjeta un libro del que se ha encaprichado su mujer y luego hace el chiste: ¡el que sí que está firmando hoy aquí soy yo!
A mí me tocó este primer fin de semana de Feria la señora que preguntó:
–Oiga, ¿usted es de la tele o de la radio?
–Es un escritor –le advirtió el librero.
–Ya, ya –dijo ella, casi ofendida–. Pero ¿escritor de la tele o de la radio?
–De la radio, de la radio –aposté yo de inmediato.
–Ah, ya –dijo decepcionada, y dio media vuelta.
Apuesta perdida.
Aquí estamos Orejudo y yo con el librero de Muga, en Vallecas, viejo amigo ya.
¿Lo más raro que firmé? Un post-it.
Una chica (muy guapa) me pidió que le firmara un post-it amarillo para ponerlo en su nevera.
Así que le dediqué una lista de la compra:
naranjas para zumo
huevos
azúcar
sal
nata montada
URGENTE: besar a
Rafael Reig
Después de las firmas (o no firmas, como suele ser mi caso), la cervecita al sol es de ordenanza:
Aquí estoy con Juan Cerezo, mi editor (de espaldas), Natalia Gil, la jefa de prensa, con gafas de sol, parapetada detrás de Juan,  y José Ovejero, que se sentó enfrente de Orejudo, para crear alarma social y confusión generalizada, porque están hartos de que los lectores les confundan.
–Oye, Ovejero, enhorabuena por el premio –le dicen a Orejudo.
–Orejudo, me encantó Ventajas de viajar en tren –felicitan a Ovejero.
Por la tarde fui a firmar a la Librería Machado, que son amigos de siempre, y me tocó al lado de Ángeles Mastretta, autora a la que admiro desde que leí Arráncame la vida, pero a quien apenas pude saludar porque no paraba de firmar como si estuviera comprando algo a plazos, por lo menos un robot de cocina o el apartamento en Torrevieja o la gloria, nunca se sabe.
El sábado por la noche nos concentramos los plumíferos de la Escudería Tusquets en un restaurante asturiano, capitaneados por la entrenadora,  Beatriz de Moura, y nos dedicamos a conspirar, complotar, maquinar y urdir prodigiosos enredos hasta reventar de risa. No puedo decir, por hombre, las cosas que allí dijeron Orejudo, Eugenio FuentesLuis LanderoJuan CruzAlmudena GrandesLuis García Montero y otros.
El domingo tenía dolor de cabeza y un sabor metálico en el paladar. Es lo que tienen las conversaciones de tan alto contenido intelectual, no pienses que se trataba de resaca, ni de lejos.
Me fui a firmar a La Marabunta, donde lo pasamos muy bien y me dieron buenos consejos.
–Mucho negocio, lo que se dice mucho negocio, no te estoy trayendo –me disculpé yo.
–Qué va, estamos encantados –dijo el generoso librero–. Si eres un autor de culto.
–Es lo fastidioso de los autores de culto: no vendemos una escoba y encima la gente se trae la merienda, o sea, se traen mis libros de casa para que se los firme.
A mí me encanta ver a una chica sacar del bolso un libro mío, descuajeringado, subrayado, con números de teléfono apuntados en la primera página, y que me pida que se lo firme.
Pero comprendo que los libreros prefieran vender un ejemplar nuevo, qué le vamos a hacer.
A ver si el próximo fin de semana firmo algo.
¿Vendrás por allí?
En ti confío para poder firmar uno más que Orejudo.
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Y SU LIBRO.....LO QUE NO ESTÁ ESCRITO...UN BESTSELLER..YO YA LO HE LEIDO Y ES GENIAL.

Portada de Lo que no está escrito

Lo que no está escrito

Reig, Rafael


NARRATIVA (F). Novela
Septiembre 2012
Andanzas CA - 788
ISBN: 978-84-8383-428-2
País edición: España
296 pág.
17,30 € (IVA no incluido)

Translation Rights TQEVersión para imprimirCompartir en FacebookCompartir en Twitter

ISBN: 978-84-8383-639-2
10,74 € (IVA no incluido)
Formato: EPUB
Noviembre 2012
Comprar ebook
SINOPSISCarlos, padre divorciado, recoge a su hijo Jorge de catorce años para pasar un fin de semana de excursión en la sierra y, como por descuido, le deja el manuscrito de una novela que acaba de terminar a su ex mujer, Carmen. La lectura de ese manuscrito, una novela negra de extorsión y bajos fondos, que Carmen no podrá soltar en esos dos días, será para ella, sin embargo, muy reveladora de las intenciones de su ex marido. Carlos, a su vez, tiene que superar los problemas de comunicación con su hijo, un adolescente asustadizo, y también las primeras dificultades de la excursión, que ponen en evidencia sus propias carencias. Entretanto, crecen los temores de Carmen y su angustia por lo que pueda suceder en la sierra. ¿O es la lectura del manuscrito la que lo provoca? «Al vivir con alguien, como al escribir, uno se delata», piensa uno de los protagonistas. También al leer, cuando acabamos interpretando lo que no está escrito.


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