lunes, 3 de junio de 2013

POBRECITO HABLADOR DEL SIGLO XXI. ESCRITOR.

MIÉRCOLES, 29 DE MAYO DE 2013

Paula K. (2)




El sonsonete de la melodía  se oía embozado, como si  algo taponase el dispositivo que impidiese la audición a todo  volumen. Recordó que la noche anterior había estado charlando hasta muy tarde con varias personas  y que lo había  hecho  normalmente, sin ningún problema, en catalán, en español, y hasta en inglés. Al contrario de lo que pudiese pensar cualquiera que la conociese, Paula no trasnochaba. Aprovechaba la noche cuando se iba a dormir para cerrar la agenda de la siguiente jornada, para concertar y confirmar las visitas a los clientes, o para compartir con alguna amiga las vicisitudes del día. 

Desanduvo presurosa los pasos de la cama a la puerta y empezó a revolver atropelladamente el edredón. La musiquilla del  teléfono móvil no paraba de sonar pero cada vez la oía más atenuada. Paula se dio cuenta de que si no espabilaba acabaría por perder la posibilidad de hablar con quien quiera que fuese que estaba llamando  y de un  tirón alzó al aire el edredón. Gracias a la sacudida el teléfono cayó finalmentesobre el colchón, rebotó y se estrelló contra  el suelo, pero milagrosamente siguió  sonando. Igual que un jugador de rugbi, se lanzó hacia él de lado a lado de la cama y tumbada boca abajo logró atraparlo.  

Sin dedicar ni medio segundo a mirar la pantalla  presionó la tecla verde y dijo  sum Paula, indica mihi?. Al otro lado de la línea nadie contestó. Paula volvió a preguntar indica mihi! indica mihi! Paula, sum Paula!. Y de nuevo silencio expectante al otro lado. Antes de que la comunicación se interrumpiese pudo oír a su madre decir “Vaya, creo que me he equivocado”. Paula se incorporó de nuevo, marcó el número de teléfono de su madre y la oyó decir “¡Niña! ¿Pero eras tú?. Se oía hablar en extranjero y por eso he colgado”.  

A Paula le recorrió por todo el cuerpo un escalofrío porque en ese preciso instante fue realmente consciente de que cada palabra, cada pensamiento, cada idea, cualquier reflexión o nimiedad, por intrascendente que fuese, la pronunciaría en latín sin poder hacer absolutamente nada por evitarlo. Ya podía ser su madre, su padre, la vecina, sus amigos o sus clientes. A pesar de conocer tres lenguas, por motivos que aún desconocía se había convertido de buenas a primeras en persona monolingüe de un idioma que solamente hablaban fluidamente los curas más cultos y más ortodoxos, las monjas viejas, algún que otro catedrático y ahora ella misma.  

Mientras pensaba esto, mamá requería insistentemente a  través del teléfono respuesta a sus preguntas, pero  Paula  no respondía, no articulaba palabra y de alguna manera empezaba a presentir algo que con el paso de los segundos se convirtió en inevitable: no podía contestar,  no podía ni siquiera decirle su nombre. Le pareció que  nombrarse a sí misma,  pronunciar su nombre solo, vacío,  con ausencia de verbo podría causar más alarma en  su madre que si se mantuviese callada a la espera de que desistiese y creyese que se había equivocado de número.  

De modo que no le quedaba más remedio que  aguantar valientemente la alteración y el desasosiego de su progenitora sin pronunciar ni media sílaba; no tenía más opción que resistir con frialdad y pesar silencioso la imposibilidad de no poder hablar con ella, de no poder contestar soy yo, tu hija que te quiere a pesar de todo, tu hija que echa de menos un abrazo “¡Cuánto hace que no me das un abrazo, mami!” era lo que imploraban sus ojos sin poder gritárselo a nadie.  

Paula, que se había sentado otra vez en la cama, derrumbada y afligida,  no veía más opción que mantener a toda costa la sangre fría  y ser capaz de  retener con gran sacrificio los sollozos en la garganta, porque de alguna manera ya estaba asumiendo en ese momento que jamás volvería a poder hablar con su madre.  Mamá llamó insistentemente durante los siguientes treinta minutos pero la hija se mantuvo firme,  llorando desconsolada  mientras leía en la pantallita del teléfono  la palabra Mami, intermitente, insistente,  con una frecuencia que parecía representar la congoja de quien llamaba,   hasta que después de decenas de llamadas la melodía cesó  y ‘Mami’ dejó de titilar y ya solo  podía ver, como hipnotizada, los dígitos que indicaban  la hora y la fecha sobre un fondo azul cobalto. 

Ahora  el estado de  Paula era  realmente  de soledad; se veía  abandonada, indefensa, al amparo de los designios de aquello o de aquel que la había seleccionado para experimentar, para jugar, para solazarse con el desespero, quizá para juzgarla y castigarla en razón de  sus pecados; o quizá en razón de nada; en razón del simple placer de experimentar el disfrute que ocasiona la observación anónima  de la indefensión y del aislamiento.
(Continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...