lunes, 6 de mayo de 2013

SARCO LANGE. Uno Norte.

uno norte 

 

 

ahuyentar
el tañido de las campanas
y voltear la costra que es herida
amable, franca
lago en el medio del grito
cubriéndome despacio
todo

franja de fuego
pariendo palabras
pero no se puede
o no sé cómo hacerlo
o quizás no quiero
o ya lo hiciste

aquí cada paso
es un kilómetro
con sus años eternos

una pesadilla
que habla por la noche
como si bajo los semáforos
los ancianos abrieran las botellas
para identificar
el significado del frío
cuando comienza a amanecer

porque todo se resume
en la asesoría cruel de tanto reflejo
pantalones reunidos
en la trama de dos piernas
que lo caminaron todo
sorbiendo el precipicio
que se abandonó en la humedad del beso

y la imagen

lo que
nunca se creyó

desde el ártico
de la palabra muda
haciendo verso
y rompiendo

son sólo
dos palabras

una la tengo
atorada en el borde de la fatiga

la otra
se me vuela

o quizás
me la sé de memoria

porque te nombro
por silencio

 

 

 

 

 

 

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llegar al día de lo que ya no se hace
(ni se debe, ni se hará)
porque la niebla es el cráneo
de un sueño que murió al atravesar el río
que atesoró el vértigo
en la proa azul del propio desarme
vuelto cueva, refugio, vuelto eternidad
depredado y fabuloso
casi como el milagro de lo obvio
realizado sobre una cama demasiado enferma

entonces alzar la vista al árbol
y treparlo, la caricia como musgo
subir por sus ramas
una noche en que todo sea tan adverso
y cada una es un poema y una soga
un recuerdo que entona el ruego de lo que se perdió en el mar

llegar a la cima, darse vuelta, girar sobre sí mismo
verlo todo, los campesinos de la locura
trozando el inmenso frío
con sus graves pestañas de papel
y soportarlo como un hombre

después bajar
derramarse en la lepra de lo infinito
abrirse, así, a tajo abierto, denostar la costilla
hasta llegar al corazón, abandonarse en su humedad,
saludar el parricidio de la poesía
y bautizar la palabra huérfana, despacio (sutilmente anochecido, como una horca)
condecorar la credencial de la confianza
y retirar el mantel que descansa atroz sobre la mesa

porque lo eterno de un poema
no es lo que dice
ni lo que sangra
es el rugido filoso
de un pájaro que agoniza en su volar

finalmente, ya casi sin fuerzas
echarle una frazada encima
al pedazo de mundo
que gira haciendo malabares en la boca
aguantarlo, ver cómo se retuerce, llorarlo
quedar en paz con el rumor del párpado cansado
arrojarse desde la altura fenomenal de los desiertos
y nunca dejarse caer, jamás navegar el mareo de los abortos
planear en el despegue
como si todo fuese una droga
que alucina en la mente de un beso de arena

mientras, en las calles de un poema de marfil
dos personas se miran a los ojos
y bajan la vista
porque luego caerá la noche
y no existe dos lápidas
para una misma muerte



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