Por el derecho a estar enfadado
En otros muchos asuntos prefiero Madrid,
pero una de las cosas que añoro de Lauros es que allí la gente guardaba una
gran consideración con las personas enfadadas y se respetaba el derecho al
enfado igual que se respeta el derecho a beber, mear o sonarse los mocos.
Aquellos aldeanos sabían que existen enojos que se pueden y deben solucionar
enseguida, pero a su vez conocían la existencia de enfados más sostenidos, los enfados
de larga eslora, que se utilizan y se necesitan para grandes descargas y
alivios, y donde la urgencia y necesidad de solucionarlos puede resultar
nociva. Por eso, cuando uno se enteraba en Lauros de que alguien se había
enfadado contigo, lo primero que hacía era tratar de aclararlo y solucionarlo
al instante, pero, cuando se daba cuenta de que no era un enfado de poco minutaje
sino un enfado de zeppelin para arriba, tenía el respeto y la decencia de
permitir que lo mantuvieras y de dejarte en paz, pues enfadarse en serio con
alguien no es nada sencillo, sino algo tan cansado que tarde o temprano se te
pasa y al de unas semanas o meses se te puede ver con el mismo menda al que parecía
que odiabas, al lado de dos cervezas, mientras la peña te dice:
–Joder con la parejita, quién os
ha visto y quién os ve.
Este comportamiento de los
laurotarras me ha parecido siempre de una gran sabiduría, porque los enfados
pequeños se pueden resolver con razones y carantoñas, pero los enfados grandes,
al menos en mi caso, son imposibles de resolver con las mismas leyes porque provienen
de motivos que están en las carboneras de tu alma y que ni tú mismo entiendes
ni tratas de entenderlos, motivos que no proceden siempre de tu ego bueno
(existen dentro de nosotros muchos egos buenos) sino a veces de tu ego malo e
inconfesable (miedo, envidia, celos, competitividad, macherío, complejos de
inferioridad y por ahí). Por otra parte, aquellos que somos victimistas de
profesión lo teníamos muy difícil en Lauros, pues, en el caso de que intentaras
sacar partido ventajista de tu enfado o bien haciéndote el terrible o el
autolastimero, te paraban los pies de inmediato:
–¿Estás enfadado? ¡Hola! Pues
ahora tienes dos trabajos: enfadarte y desenfadarte.
Con lo que uno, cuando nota que
nadie le hace ni puto caso, que tu enfado aburre y se está pasando de moda, que
estás cobrando fama aún más exagerada de crío y que, en definitiva, tu enfado
es un negocio ruinoso que estás estirando por puro capricho, decides
reconciliarte sin comunicárselo a tu anterior enemigo ni decirle a nadie que te
has reconciliado, pues esa es otra de las diferencias: uno puede presumir en
Lauros de estar enfadado, que es asunto excepcional y neorrabioso, pero nunca
de haberse reconciliado, que es ordinario y cursilíneo. A partir de ahí, es
decisión del que sufrió tu enfado el aceptar la reconciliación o mandarte a
tomar el viento, con lo que comienza un nuevo enfado en el que, eso sí, los
papeles se cambian y tú eres el ex enfadado que sufre ahora un enfado.
Eso es lo que me pasaba en
Lauros. Ahora voy a contar lo que me pasa en Madrid.
Aquí en Madrid me es imposible
enfadarme en serio. No se respeta ni se reconoce el derecho a enfadarse. En
cuanto alguien descubre que estás enfadado, se pone en marcha una maquinaria para
hacerte la vida imposible hasta que vuelvas a ser amigo de una persona de la
que ni puta gracia el ser su amigo durante unos meses. Todo es una mierda.
Abres la boca y ya tienes a los cuatro cristobudistas de turno colocándote el
rollo:
–Pero Batania, entiende que...
–Pero Batania, te estás
obcecando...
–Pero Batania, mira que él te
aprecia...
–Pero Batania, te comportas como
un crío...
–Pero Batania, tienes que entrar
en razones...
Todo funciona al revés y peor.
Para empezar, las personas con las que estás enfadado, una vez que se enteran de
que tu enfado es de jirafa y creciendo, de esos enfados que son irresolubles a
corto plazo porque uno disfruta y se crece en el enfado, en lugar de DEJARTE EN
PAZ hasta que se te pase, deciden intervenir de dos maneras distintas: las hay
que deciden enfadarse a su vez contigo (lo cual es de un estúpido, esnobista y
envidioso tremendo, porque lo de enfadarse se te había ocurrido a ti primero, y
siempre por necesidad y con razones verdaderas, por mucho que fueran
inexplicables o ególatras); o las que, al contrario, deciden humillarse,
ponerse melosas y darte la matraca día tras día hasta que te reconcilies con
ellas, lo cual es de un egoísta de cien puntas, pues, ¿qué es un enfado en serio
sino un castigo, una forma de decirle al otro que el daño que te ha infligido
es tan grande que no se soluciona en dos minutos con las palabras baratas del
“te pido perdón”?
Al final, por culpa de todos
estos gandhis comelirios, de profesión buenistas y reconciliadores, que actúan
siempre “por tu propio bien”, y de que las personas objeto del enfado no saben comportarse
y sufrir en silencio durante una temporada, ocurre que un enfado burro pero
controlable, de esos que se solucionan en tres o cuatro meses, por obra de
estos artistas del bien se te convierte en un enfado transiberiano que puede
durar años. Eso es lo que me viene pasando en Madrid: todos mis enfados en
serio comienzan muy alto y, en vez de ir descendiendo como me pasaba en Lauros,
siguen escalando y escalando y escalando hasta llegar al Tourmalet. Al final no
sé muy bien por qué estoy tan enfadado, si por el menda o la menda en cuestión
o toda la cofradía de idiotas de buena voluntad que, además de intentar que me
reconcilie, incurren en el error de HACERME CASO, pues todo se solucionaría
mucho más rápido si nadie me hiciera caso, igual que se desactivan enseguida
los niños cuando les falta público.
No hacerme caso y respetar. Eso
es lo que hace falta. Respetar al que está enfadado. No voy a matar a la
persona con la que estoy enfadado, no voy a pegarle, no voy a escribir contra
ella: sólo quiero estar enfadado durante un tiempo porque lo necesito y creo
que lo merezco, ¿es que no lo entendéis?
Qué falta de tacto. No sé si me
va quedando cómico o indignado el texto, pero mi intención era la segunda. Respeto,
repito, respeto. Habrá que pedir un Día Internacional de las Personas Enfadadas,
sí, o una Declaración Universal de los Derechos de las Personas Enfadadas,
hablo muy en serio. No estoy abogando por el odio ni por la guerra ni por esas
cosas horribles, no: se trata solamente de enfadarse, de ignorar durante un tiempo
equis a una persona que crees que te ha hecho daño. Sólo es un tiempo pequeño, unas
semanas o unos meses, ya se me pasará, os juro que se me va a pasar en el
momento en que me dejéis en paz, pero dejadme en paz y a solas con mi enfado, sólo os
pido eso.
.
GUAPO!!!
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