EXISTÍAN. A ESO VENGO.
JUEVES, 21 DE MARZO DE 2013
Diálogo y persuasión (curso apócrifo de ESADE)
No hay nada que pueda romper los lazos que unen a mi voluntad con la verdad. La verdad es, por supuesto, lo que yo pienso, evalúo y opino sobre la realidad y mi voluntad es la herramienta que utilizo para que nada ni nadie la ponga en duda.
Quizá por eso, los que me conocen me llaman a menudo cabezón en sus diversas variantes tonales, desde la más condescendiente, pasando por la desdeñosa hasta llegar al claro e hiriente insulto, que suela acompañarse de un gesto de mano, así, como de cortar el aire de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba.
Si por causa de la cuestión dirimida llego con mis oponentes a este punto de manoseo incontenible, la piel de mi cuerpo se tiñe de verde, gano asombrosa y rápidamente en volumen muscular, pierdo dos o tres dientes, crezco a razón de 20 centímetros por segundo y de mi ropa no quedan más que jirones esparcidos aquí y allá. Entonces, todos me miran asombrados y muy pocos son capaces de camuflar cierto grado de admiración.
Ese es el momento esperado porque, después de pasados unos segundos -el intervalo de tiempo necesario para que nuestros semejante se adecuen a los cambios acaecidos en el escenario y en el aspecto del interlocutor- llega la hora de expresar el argumento definitivo, la frase perfecta, la idea sutil y claramente declarada, el razonamiento diáfano libre de toda incertidumbre, sospecha o potencia de cambio.
Dada esta coyuntura, a las consideraciones anteriores habría que añadir mi natural seductor, mi sonrisa blanca y beatífica aderezada de persuasivos matices donjuanescos, y la amplia base de datos, conocimiento personal y de información íntima relacionada con el contrincante que he sido capaz de reunir durante meses. Con todo ello, me aseguro la inutilidad de toda réplica y la constatación de que mis juicios, valoraciones y tesis han sido perfectamente asumidos por mis interlocutores.
Llegados a este punto, es ineludible afirmar que lo importante no es la victoria puntual, un premio efímero, laureles perecederos, el triunfo en la batalla aislada, una razón más, una premisa menos. Lo verdaderamente importante es que nadie de los presentes -testigos de tan fabulosas transfiguraciones- vuelve a llevarme la contraria. Este es el valor, el resultado y el poder de una sonrisa esbozada a tiempo, sin olvidar la importancia del rendimiento (esencial en todo proceso de diálogo) que produce conocer el camino por el que hay que llevar de la mano al rival hasta el disparadero.
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