viernes, 22 de marzo de 2013

NEORRABIOSO


viernes, 22 de marzo de 2013

Por el derecho a estar enfadado


En otros muchos asuntos prefiero Madrid, pero una de las cosas que añoro de Lauros es que allí la gente guardaba una gran consideración con las personas enfadadas y se respetaba el derecho al enfado igual que se respeta el derecho a beber, mear o sonarse los mocos. Aquellos aldeanos sabían que existen enojos que se pueden y deben solucionar enseguida, pero a su vez conocían la existencia de enfados más sostenidos, los enfados de larga eslora, que se utilizan y se necesitan para grandes descargas y alivios, y donde la urgencia y necesidad de solucionarlos puede resultar nociva. Por eso, cuando uno se enteraba en Lauros de que alguien se había enfadado contigo, lo primero que hacía era tratar de aclararlo y solucionarlo al instante, pero, cuando se daba cuenta de que no era un enfado de poco minutaje sino un enfado de zeppelin para arriba, tenía el respeto y la decencia de permitir que lo mantuvieras y de dejarte en paz, pues enfadarse en serio con alguien no es nada sencillo, sino algo tan cansado que tarde o temprano se te pasa y al de unas semanas o meses se te puede ver con el mismo menda al que parecía que odiabas, al lado de dos cervezas, mientras la peña te dice:

–Joder con la parejita, quién os ha visto y quién os ve.

Este comportamiento de los laurotarras me ha parecido siempre de una gran sabiduría, porque los enfados pequeños se pueden resolver con razones y carantoñas, pero los enfados grandes, al menos en mi caso, son imposibles de resolver con las mismas leyes porque provienen de motivos que están en las carboneras de tu alma y que ni tú mismo entiendes ni tratas de entenderlos, motivos que no proceden siempre de tu ego bueno (existen dentro de nosotros muchos egos buenos) sino a veces de tu ego malo e inconfesable (miedo, envidia, celos, competitividad, macherío, complejos de inferioridad y por ahí). Por otra parte, aquellos que somos victimistas de profesión lo teníamos muy difícil en Lauros, pues, en el caso de que intentaras sacar partido ventajista de tu enfado o bien haciéndote el terrible o el autolastimero, te paraban los pies de inmediato:

–¿Estás enfadado? ¡Hola! Pues ahora tienes dos trabajos: enfadarte y desenfadarte.

Con lo que uno, cuando nota que nadie le hace ni puto caso, que tu enfado aburre y se está pasando de moda, que estás cobrando fama aún más exagerada de crío y que, en definitiva, tu enfado es un negocio ruinoso que estás estirando por puro capricho, decides reconciliarte sin comunicárselo a tu anterior enemigo ni decirle a nadie que te has reconciliado, pues esa es otra de las diferencias: uno puede presumir en Lauros de estar enfadado, que es asunto excepcional y neorrabioso, pero nunca de haberse reconciliado, que es ordinario y cursilíneo. A partir de ahí, es decisión del que sufrió tu enfado el aceptar la reconciliación o mandarte a tomar el viento, con lo que comienza un nuevo enfado en el que, eso sí, los papeles se cambian y tú eres el ex enfadado que sufre ahora un enfado.

Eso es lo que me pasaba en Lauros. Ahora voy a contar lo que me pasa en Madrid.

Aquí en Madrid me es imposible enfadarme en serio. No se respeta ni se reconoce el derecho a enfadarse. En cuanto alguien descubre que estás enfadado, se pone en marcha una maquinaria para hacerte la vida imposible hasta que vuelvas a ser amigo de una persona de la que ni puta gracia el ser su amigo durante unos meses. Todo es una mierda. Abres la boca y ya tienes a los cuatro cristobudistas de turno colocándote el rollo:

–Pero Batania, entiende que...
–Pero Batania, te estás obcecando...
–Pero Batania, mira que él te aprecia...
–Pero Batania, te comportas como un crío...
–Pero Batania, tienes que entrar en razones...

Todo funciona al revés y peor. Para empezar, las personas con las que estás enfadado, una vez que se enteran de que tu enfado es de jirafa y creciendo, de esos enfados que son irresolubles a corto plazo porque uno disfruta y se crece en el enfado, en lugar de DEJARTE EN PAZ hasta que se te pase, deciden intervenir de dos maneras distintas: las hay que deciden enfadarse a su vez contigo (lo cual es de un estúpido, esnobista y envidioso tremendo, porque lo de enfadarse se te había ocurrido a ti primero, y siempre por necesidad y con razones verdaderas, por mucho que fueran inexplicables o ególatras); o las que, al contrario, deciden humillarse, ponerse melosas y darte la matraca día tras día hasta que te reconcilies con ellas, lo cual es de un egoísta de cien puntas, pues, ¿qué es un enfado en serio sino un castigo, una forma de decirle al otro que el daño que te ha infligido es tan grande que no se soluciona en dos minutos con las palabras baratas del “te pido perdón”?

Al final, por culpa de todos estos gandhis comelirios, de profesión buenistas y reconciliadores, que actúan siempre “por tu propio bien”, y de que las personas objeto del enfado no saben comportarse y sufrir en silencio durante una temporada, ocurre que un enfado burro pero controlable, de esos que se solucionan en tres o cuatro meses, por obra de estos artistas del bien se te convierte en un enfado transiberiano que puede durar años. Eso es lo que me viene pasando en Madrid: todos mis enfados en serio comienzan muy alto y, en vez de ir descendiendo como me pasaba en Lauros, siguen escalando y escalando y escalando hasta llegar al Tourmalet. Al final no sé muy bien por qué estoy tan enfadado, si por el menda o la menda en cuestión o toda la cofradía de idiotas de buena voluntad que, además de intentar que me reconcilie, incurren en el error de HACERME CASO, pues todo se solucionaría mucho más rápido si nadie me hiciera caso, igual que se desactivan enseguida los niños cuando les falta público.

No hacerme caso y respetar. Eso es lo que hace falta. Respetar al que está enfadado. No voy a matar a la persona con la que estoy enfadado, no voy a pegarle, no voy a escribir contra ella: sólo quiero estar enfadado durante un tiempo porque lo necesito y creo que lo merezco, ¿es que no lo entendéis?

Qué falta de tacto. No sé si me va quedando cómico o indignado el texto, pero mi intención era la segunda. Respeto, repito, respeto. Habrá que pedir un Día Internacional de las Personas Enfadadas, sí, o una Declaración Universal de los Derechos de las Personas Enfadadas, hablo muy en serio. No estoy abogando por el odio ni por la guerra ni por esas cosas horribles, no: se trata solamente de enfadarse, de ignorar durante un tiempo equis a una persona que crees que te ha hecho daño. Sólo es un tiempo pequeño, unas semanas o unos meses, ya se me pasará, os juro que se me va a pasar en el momento en que me dejéis en paz, pero dejadme en paz y a solas con mi enfado, sólo os pido eso. 
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