martes, 19 de febrero de 2013

NEORRABIOSO Y LA MUELA DEL JUICIO.


martes, 19 de febrero de 2013

Con la boca muy abierta


No tengo tarjeta médica. Tampoco suelo estar enfermo, salvo las dos semigripes que padezco cada año y que soluciono con tres días de sufrimiento, unos litros de zumo de naranja y un paquete de aspirinas. Pero el viernes pasado me atacó con tridente la muela del juicio y me dejó tan desfigurado que mi compañero de trabajo, el de turno de tarde, me mira y me suelta:

–Joder, macho, qué cara traes, ¿te has hecho saxofonista?

El saxofón de la muela del juicio me había dejado tal papada y tan destruido que llevaba dos días alimentándome de caldos y zumos de biofruta, que son los únicos alimentos con algo de sustancia que se pueden beber con pajita, pues no podía abrir la boca para meterme nada más grande que esa pajita; me era imposible comerme una galleta, por ejemplo, y tampoco podía lavarme los dientes porque hasta el cepillo es demasiado grande para la apertura que ofrecía mi boca por culpa del puto saxofón. Por otra parte, se me ha olvidado decir que yo, cuando me pongo enfermo, me pongo de un genio intempestivo y un dejar de ducharme por completo, a tal punto que la única vez que me ha visto Natalia en estos días me ha dicho: 

–Qué asquete das, por favor.

El lunes por la tarde decidí que necesitaba ayuda. Que a veces necesito ayuda es muy difícil de admitir para una misantropía y un ego como los míos, pero a ese nivel llegaba mi necesidad. A escasos metros de San Dimas hay un centro médico que se llama La Palma Norte. Allí me dirigí. Sabía que la cosa estaba chunga y así pareció al principio:

–Hola, venía a que me atendieran pero no tengo tarjeta médica.
–¿Cómo que no tiene tarjeta médica?
–Cambié de residencia de Pacífico a Príncipe Pío, y en Príncipe Pío me dieron un papel y no les dio tiempo a hacérmela.
–Claro. Porque la tarjeta tarda su tiempo. ¿Ha traído el papel?
–No. Soy un desastre. Los papeles viejos los tiro. A saber dónde está.
–¿A qué médico de cabecera pertenece usted?
–No lo sé.
–¿Cómo que no sabe?
–Es que nunca me pongo enfermo. La última vez que me puse fui a un centro cercano a Príncipe Pío, pero no sé cómo se llama el centro ni la médica. Tenía el número pero cambié de móvil y ya no lo tengo.

A todo esto, mis palabras con la enfermera no se desarrollaban en el lenguaje que estoy transcribiendo arriba, sino en otras más gangosas y de perro apaleado, pues es difícil hablar y sobre todo hacer algunas vocales o letras cuando sólo puedes abrir la boca un centímetro. La palabra bobo, por ejemplo, se puede decir bien, pero la palabra mamá ya es más difícil, te sale un memem memmm. Pero nos íbamos entendiendo:

–Pues va a ser complicado que le busque su médico de cabecera. ¿Qué le ocurre, por cierto?
–La muela del juicio. No puedo abrir la boca. Por eso estoy hablando así. Cuando estoy bien hablo de otro modo.
–Ah. Entiendo. ¿Ha traído al menos el carnet de identidad?
–Sí.
–Pues váyase a la calle La Palma, 51, presente el carnet y dígales que acude para urgencias.

Cuando llegué a La Palma 51 volví a repetir esta conversación con otra enfermera, ya con la boca unos milímetros más abierta, pues no hay nada como forzar un poco para irle ganándole espacio a la boca. Llevaba una antinovela de Ramón Gómez de la Serna, El novelista, pensando que iban a tardar en llamarme, pero me equivoqué, pues al de pocos minutos de haberme sentado, sale el médico de cabecera y dice:

–¿Alberto Basterrechea?
–Sí, soy yo.
–Pase, pase, que usted está de urgencias.

Y pasé a consulta ante la mirada rencorosa de los demás pacientes, algunos de los cuales llevaban tiempo esperando pero estaban de visita ordinaria y no “de urgencias”. En la consulta, el médico intentó abrirme la boca una vez y dos veces y tres veces, pero al final me dijo:

–¿Le puedo pedir una cosa?
–Dígame.
–Tiene que intentar abrir la boca un poco más. Sólo un poco más, por favor. Inténtelo, no va a pasarle nada.  

Al final, tras muchos esfuerzos y miedos que ni te cuento, conseguí abrir la boca todo lo necesario y el médico, después de soltar un “buff” al ver el estado de mi muela del juicio, pasó a darme hasta cuatro recetas para curarme la avería. A la salida, volví a hablar con la misma enfermera, que ya conseguía entender a la primera mi lenguaje de gangoso, y hasta rellené las instancias para hacerme una nueva tarjeta médica, aparte de lograr cita para que me saquen la muela del juicio este mismo viernes.

En fin. Se me ha olvidado decir que los cuatro medicamentos me costaron tres euros y veinte céntimos, una ganga. Y que al de cuatro horas de comenzar a utilizarlos, mi boca se abre ya lo suficiente como para lavarme los dientes y hasta comerme gajo a gajo una naranja. Estoy mejorando tanto que hasta puedo escribir lo de aquí, pues anteriormente, en mi fase de automedicación=ibuprofeno, estaba tan aniquilado que no podía estrujarme las meninges ni así de poco.

O sea: llega un menda a un centro médico que no le pertenece, sin tarjeta médica, cinco días sin ducharse, lenguaje de gangoso, poca gana de facilitar las cosas al médico de cabecera y en ese plan, y los responsables sanitarios de la zona Noviciado/Malasaña, en lugar de mandarle a hacer gárgaras, se las arreglan para taparse la nariz y poner buena cara, facilitarle una nueva tarjeta y una nueva médica de cabecera, hacer que pase el primero la consulta, ponerle hora para que le saquen la muela y recetarle los medicamentos a un precio ridículo. Medicamentos que funcionan, oye, pues aunque no os lo creáis, en estas tierras existen técnicas que funcionan y personas que las hacen funcionar.

De las dos enfermeras que me atendieron, tanto la de la calle La Palma, 59, como la de La Palma, 51, no conozco sus nombres y vaya que lo lamento, pues su esfuerzo por entenderme fue de tal magnitud que a partir de ahora estarán preparadas para entender el glíglico. Del médico que me atendió sí que puedo dar el nombre porque viene en la receta: se llama Juan Manuel Hernández Pérez. Muchas gracias.

Y a todo esto. Espero estar recuperado del todo para este sábado 23. Para ese día se ha convocado una manifestación en defensa de un ramo de derechos que nos están recortando, uno de ellos la sanidad, y si los medicamentos de la imagen me siguen funcionando como en las últimas veinticuatro horas, ya no iré con la boca de ahora, que aún no consigue abrirse del todo y mucho menos proferir gritos, sino con la boca de entonces, que gracias a unos cuantos verdaderos profesionales estará completamente abierta, capaz de gritar a trueno SÍ a la sanidad pública, NO a quienes van contra ella.
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