Estuve con una amiga
en la cabalgata de los Magos. Una cabalgata repleta de hombres y fuego
crepitando. “¡Marta!”, diría tía Isabel, “me sorprendes”. “¿Agradable, o
desagradablemente?”.
Estuve con una amiga
en la cabalgata de los Magos y allí entre ilusiones y emociones que se
dibujaban en las caritas pasmadas de los niños y en los ojos chispeantes de los
adultos – ¿estarían recordando su tiempo de magia, encarcelado ahora tras los
barrotes de los sucesivos aniversarios? –, empezamos a fantasear. En realidad,
la creatividad la ponía Rebeca – así se llama mi amiga –, yo, asintiendo, la
hacía posible, real.
De Gaspar, pelirrojo
y travieso, le encandilaron sus barbas y las cosquillas que producirían. “¿Has yacido nunca con un tío de larga y
sedosa barba?”, pregunta con los ojos en blanco. Rebeca, a su manera, habla en
clave para no desvelar el verdadero secreto de los Hombres Magos a los pequeños
que puedan oírla. De Melchor alaba la posible experiencia, lo que les falta por
un lado, te lo dan por el otro. A nuestra vera una señora muy elegante acaba
por despeinarse el moño, y, mientras señala a su marido de cabello blanquísimo,
asegura que “en 40 años él ha aprendido a darse la vuelta más rápido y ya no
fuma”.
Entre rey y rey,
caramelos y pajes diversos, Rebeca atrapa un halo de menuda tristeza, que
parpadea cerca de nosotras. Se trata de la conversación de dos hermanos: una
niña de, aproximadamente, diez años, y un niño de unos cinco. No tendrán
regalos importantes. La mayor no sabe cómo responder a las preguntas del
pequeño, sin revelarle el misterio. Entonces, Rebeca, para amenizar la esperada
llegada del REY de reyes, empieza a relatar su versión particular, de uno de
los cuentos de navidad de Azorín. Aquel en que se narra la progresiva pérdida
de fortuna de los Reyes Magos, con el andar del tiempo. “Y como no pueden dejar
regalos que cuestan dinero en todas las casas, sino solamente en algunas, lo
que ofrecen, ahora, son sus bienes más queridos e inagotables: La Bondad, la
Alegría, la Risa, el Juego, la Imaginación… Y lo más importante” asegura con
énfasis Rebeca “la camaraderitis”. Y
la niña que ha puesto mucha atención en el relato de mi amiga pregunta por la camaraderitis. “Mira, eso es una gracia
especial de los Reyes. Si te la dejan, aprendes a jugar con los otros niños y
sus juguetes, con la insuperable ventaja de no recibir gritos de los padres si
se estropean, de que no te aburran al cabo de dos meses, de no tener que
sacarles el polvo ni recogerlos – ¡cuidado que es pesado, tener ordenarlo todo,
luego! – “¿Qué te parece?” “Bueno” contesta la niña, con una sonrisa pícara que
indica que de alguna forma ha estado en contacto con Ironía la magnífica,
“no es para saltar de alegría, pero para este año nos va a servir, ¿verdad Tete?”
¡Y ahí llega
Baltasar! A su paso, sobran los comentarios, bastan algunos gestos relacionados
con las unidades de longitud y miradas de complicidad entre las mujeres que nos
rodean. Todo explota en una sonora e irrepetible carcajada. Desde su alto y merecido–
suponemos – trono, el rey negro nos observa cual encantador de serpientes.
Rebeca, una mujer deslumbrante donde las haya, no quiere controlarse. “¡Toro
bravo!”, le grita. “¡Reina mora!” le contesta el otro. “Venga Marta, vamos a la
plaza, a este le doy mi carta de deseos para la noche que quiera. Uff”.
jajajjaja que bueno marta ha estado esto de los Reyes Magos, y lo del negro no veas. Besos para ti y para Toni.
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