sábado, 10 de noviembre de 2012




 
 
 
Isabel Muñoz
 
 

En este parque donde el color ocre se pasea por el aire, no hay niños jugando. Han desaparecido para que sus cabecitas sean estimuladas con todo aquello que, los que no recuerdan cómo eran de niños, han pensado para ellos. El sauce desgastado ya del verano, quiere empezar a descansar sobre el lecho crujiente y adorable de la tierra en otoño. Y sus lágrimas escarban, para enredarse con sus raíces como en un acto de autoprotección.
Una pequeña grande con flores en su falda y libros olvidados a su espalda mira al sauce, ensimismada, pensativa y agradecida por las gotas de tenue lluvia que sobre ella caen. Hay también un ser viejo, amarillo, oscuro, feo. Lleva una gorra de color indescriptible y camina hacia ella con la boca entreabierta sin dejarla de mirar. La invasión que se acerca no se llama otoño sino negra nube de mediocridad. Decide caminar de puntillas como la bailarina de un teatro en el que no quiere destacar. Pero al volver la vista descubre que un escalofrió la persigue con el viejo amarillo y sin piedad.

Y entonces, echa a volar como un pájaro contra el viento y al refugio de la humanidad.

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