jueves, 15 de noviembre de 2012

BATANIA.


jueves, 15 de noviembre de 2012


EL HIJO DE PUSKAS: ¡Cállate!


La primera vez que me di cuenta del silencio de piedra que cubría hasta el último resquicio de Lauros fue cuando de muy pequeño pregunté por el cuadro de la habitación de mi tío Hilario, el único que había en toda Astobieta, un cuadro magnífico con la fotografía de una mujer muy bella que aparentaba unos treinta años:

–¿Quién es esa mujer? –le pregunté a mi madre.
–Ya te enterarás cuando seas mayor.

Más tarde, cuando mi padre y mi tío excavaron un pozo y compraron un motor que moviera el agua hasta un tanque gigante, de modo que el agua llegó en forma de tres grifos restallantes a Astobieta, diez años antes de que el ayuntamiento nos pusiera el agua potable y reglamentaria, se me quedó grabada la frase que mi padre le dirigió a mi madre:

–Hala, ahora ya no tienes que sufrir a esas petardas.

Ahí me enteré por primera vez de que mi madre, antes de que yo naciera, cuando iba a la fuente de Tiburcio a lavar la ropa, tenía problemas con algunas laurotarras, no sé qué clase de problemas:

–¿Qué le hacían las otras mujeres a ama? –le pregunté a mi hermana mayor.
–Se marchaban. Cuando ama llegaba se iban. A veces ama volvía llorando.
–¿Y por qué se iban cuando llegaba ama?
–Ya lo sabrás cuando seas mayor.

Definitivamente era un problema ser tan pequeño. Tampoco se podía hablar de la Guerra Civil, y eso que Astobieta conservaba restos de balazos en su fachada y se sentía hasta en el aire que algo muy gordo había pasado durante aquella guerra, tanto que el propio Higinio, el más charlatán del barrio y casi siempre el más exagerado, me subrayaba la importancia “mundial” de mi pueblo:

–¿Tú sabes lo importante que ha sido Lauros, Basterrechea?
–No.
–Pues Lauros es uno de los lugares más importantes de Euskadi. Aquí se hundió la República.
–¿Cómo?
–¡Franco ganó la guerra en Lauros! ¡Eso es cierto! ¡Si Lauros aguanta, adiós Franco!

Por Higinio pude saber que muchos laurotarras habían muerto durante la Guerra Civil, pues elCinturón de Hierro, la fortaleza defensiva que defendía Bilbao, pasaba por Lauros, y pude ver los lugares donde aún había agujeros de bombas y nidos de ametralladoras. Durante toda mi vida escuché versiones contradictorias sobre el número de muertos que había sufrido mi pueblo, entre tres y diez generalmente, pero cuando les preguntaba por los detalles o las razones de las muertes, hasta el propio Higinio se volvía inopinadamente discreto:

–Ya te enterarás cuando seas mayor. La guerra es un compló.

Empecé a tener tantas ansias de hacerme mayor que hasta me daban ganas de acelerar las horas para conseguirlo, sólo porque no sabía que hacerse mayor consiste en aprender cobardía e irse apaciguando poco a poco, al punto de que ya no te quedan ganas de meterte en líos porque has aprendido que algunas preguntas no pueden hacerse.

Ser pequeño es una mierda, porque te atreves a hacer las preguntas peligrosas pero no te las contestan.

Ser mayor es otra mierda, porque te contestan las preguntas peligrosas pero no te atreves a hacerlas.

Lo único que supe en los siguientes veinte años del cuadro de aquella mujer es que se trataba de la hermana mayor de mi padre, que había muerto de tuberculosis un mes después de empezar a trabajar de costurera en Bilbao. De la Guerra Civil y de mi madre tampoco supe más, por lo que he dedicado toda mi vida a interpretar y a disparar preguntas al aire. ¿Fue la muerte por tisis de aquella hermana en Bilbao la que hizo nacer en mi padre y en mis tíos ese desprecio y casi odio a todo lo que oliera a ciudad? ¿Por qué en las sobremesas se hablaba tanto de rusos, americanos, Fidel Castro y tan poco en cambio de política nacional o regional? ¿Por qué estaba prohibido hablar de la familia o de lo que ocurrió durante la Guerra Civil? ¿La Guerra y la posguerra les habían metido miedo? ¿O es que ellos eran así? ¿Y mi madre, qué había pasado con mi madre?

Nunca supe nada más que las teorías que pude hacer al respecto. A partir de los quince años comencé a formar parte de ese círculo de silencio y no lo viví como un error sino como una manera de ser, como una etapa más en mi integración en la vida laurotarra. Ya no se me ocurría hacer las preguntas de niño, qué se me iba a ocurrir:

–Ama, ¿por qué las demás mujeres de Lauros abandonaban la fuente cuando tú llegabas?
–¡Cállate!
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